Panel del cómic de 'Nosferatu: Una sinfonía del horror'.

Panel del cómic de 'Nosferatu: Una sinfonía del horror'.

Novela gráfica

Drácula y Nosferatu para el siglo XXI, recuperar la esencia del viejo y terrorífico vampiro

El ilustrador Tomás Hijo, con una edición con dibujos de Drácula, y el historietista Diego Olmos, con una versión libre de Nosferatu, desempolvan el célebre mito del maléfico conde transilvano.

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Es, posiblemente, el más popular entre los personajes de la literatura de terror. Aunque hunde sus raíces en antiguas supersticiones griegas y árabes y, más tarde, en el folclore y las leyendas medievales de Europa del Este, fue en el siglo XIX cuando el vampiro, tal y como lo conocemos hoy, empezó a aparecer como figura literaria en relatos como el homónimo El vampiro (1819), de John William Polidori; El extraño misterioso (1844), de Karl von Wachsmann o Carmilla (1872), de Sheridan Le Fanu.

"Su rostro era marcadamente aguileño, de nariz delgada, con el puente muy alto y las aletas arqueadas de una forma muy peculiar; la frente era alta y abombada y los cabellos, escasos en las sienes, eran abundantes en el resto de la cabeza", escribió Bram Stoker en Drácula, en 1897.

Aquella era la puesta de largo de ese personaje terrorífico y misterioso que habitaba un castillo en Transilvania y que estaba inspirado, en parte, en la figura de Vlad III, el Empalador, príncipe de Valaquia del siglo XV conocido por su manifiesta crueldad sanguinaria.

Escrita a finales del siglo XIX, Drácula narraba la historia de un vampiro en la que se explora el miedo a la decadencia moral, al otro, a la sexualidad y a lo desconocido. Novela de terror, libro de viajes, historia epistolar...

"Es un libro modernísimo para la época —afirma el reputado ilustrador Tomás Hijo—, tanto por el estilo, como por la estructura. Construida a base de cartas, lo que le da un toque casi posmoderno, como uno de estos libros actuales en los que la trama está construida a partir de documentos reales, parece que la voz del autor está desdibujada y que simplemente estamos asistiendo a una recopilación de documentos pseudohistóricos de los personajes".

Narrado y recontado, desde entonces el vampiro ha sido reformulado de mil formas imposibles en sagas literarias y novelas, ha protagonizado películas y series, y ha sido un motivo artístico recurrente a lo largo del siglo XX y XXI.

"Sus cejas, muy pobladas, casi se unían por encima de la nariz y eran tan espesas que parecían rizarse por su misma abundancia —continuaba el escritor irlandés—. La boca, a juzgar por lo que se podía ver bajo el grueso bigote, era firme y más bien cruel, y sus dientes, particularmente blancos y afilados, sobresalían de los labios, cuya notable rubicundez denotaba una vitalidad asombrosa para un hombre de su edad".

A partir de las descripciones de Stoker, Hijo resucita de nuevo a este Drácula en una edición lujosamente ilustrada publicada por Minotauro. "La imagen que crea Stoker es muchísimo más compleja e interesante que la que aparece en todas las películas que luego se han hecho sobre él —cuenta—. Uno de los retos que me propuse a la hora de ilustrarlo es borrar todas esas versiones cinematográficas que han aportado elementos visuales, pero que no se corresponden después con el libro. En la novela hay muchísimas curiosidades."

Para ello Hijo tuvo que plantearse diferentes cuestiones: "¿Cómo haces que un vampiro con bigote pueda dar miedo? ¿Cómo resuelves eso gráficamente? Yo quise que mi Drácula se asemejara lo más posible al que describió Stoker, que venía más de la tradición del folclore".

Captura de pantalla 2025-08-25 181759

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Entre todos esos chupasangres de película, cuesta sacudirse del imaginario popular al interpretado por Max Schreck en 1922 en el gran clásico cinematográfico de Friedrich Wilhelm Murnau. "El poder de Nosferatu radica en la imagen de ese ser con esas extremidades anormalmente largas y esas manos deformes.

La calvicie no estaba en el libro original —como acabamos de ver el conde transilvano tenía pelo y bigote—, pero esta serie de elementos hizo que funcionara a un nivel como pocos monstruos en la historia de la cultura pop.

Quizás el Alien del director artístico Les Dilley, o alguna cosa un poquito más de serie B, como el Freddy Krueger de Pesadilla en Elm Street. Son personajes que perduran, se convierten en algo más allá de sus películas o de sus historias originales", argumenta el historietista catalán Diego Olmos, quien acaba de adaptar al cómic la película de Murnau.

Con estas dos nuevas publicaciones, ambos ilustradores, que representan dos maneras muy distintas de enfrentarse al monstruo, buscan trascender el estereotipo actual y volver a los orígenes. Olmos suele contar que fue en el cine, con apenas 8 o 9 años, cuando descubrió al conde Drácula, en la versión de Werner Herzog.

"Fue una experiencia bastante terrorífica que me hizo descubrir también la pasión por el género de terror y por lo gótico. A partir de entonces me inmunicé y ya nada me ha vuelto a dar tanto miedo como esa película". Fascinado por aquel Nosferatu de 1979, años después descubriría la versión original que hoy ha convertido en un cómic publicado por Planeta.

Un terror desdibujado con el tiempo

Un siglo después, sin embargo, el mito ha perdido fuerza, aunque como señala Hijo continúa siendo el más importante dentro del género. "Si nosotros hablamos de un monstruo aterrador, atávico, primordial, la mayoría pensamos siempre en el vampiro", arguye.

Algo que no ha impedido que parte de su esencia se haya ido desdibujando. Expuesto hasta la saciedad en la cultura pop —lo hemos visto, además de en la pequeña y gran pantalla, en el teatro, los videojuegos o los juegos de rol— es difícil temer mucho, como sí se hacía a principios del siglo XX, a un ser tan sobreexpuesto.

"En las ediciones anotadas que he manejado para ilustrar la obra vienen registros de la época sobre las adaptaciones teatrales o las reacciones de los lectores y parece que sí que era algo bastante aterrador en aquel momento", cuenta el ilustrador salmantino.

Según Tomás Hijo: "Stoker tiró del antiquísimo miedo que hay al muerto que retorna, pero también incluyó cosas como la xenofobia hacia los inmigrantes, muy popular entonces en el Este de Europa, o el miedo a la enfermedad y a las epidemias que acompañan al vampiro. Además, tiene elementos sexuales que, en aquel momento, también serían bastante chocantes, aunque ahora resulten casi inocentes. La novela amalgama un montón de ingredientes inquietantes que hoy no causan tanta sensación porque ya conocemos al personaje y su historia".

Página de la novela ilustrada 'Drácula: Bram Stoker + Tomás Hijo'.

Página de la novela ilustrada 'Drácula: Bram Stoker + Tomás Hijo'.

De la misma opinión es Olmos, quien cree que, a pesar de ser una metáfora muy potente, "el concepto del vampiro ha perdido fuerza porque la cultura popular, en general, y el cine, en particular, lo han vulgarizado bastante".

Al contrario que en las historias más clásicas, donde veíamos a un monstruo de clase alta y sofisticado, ahora, "el vampiro se ha convertido en una especie de elfo, por decir algo, poco temible. Un chico que va por la calle y se dedica a salir de discotecas. La propia versión de Coppola, aunque tenía momentos terroríficos del monstruo, también tenía esta historia de amor un poco cursi que le restaba fuerza.

Cuando ves que el monstruo puede ser también alguien encantador y enamorado parece que ya no es tan terrible", explica. "Se ha perdido mucho gusto por lo gótico, por lo ancestral. A la hora de aterrorizar el vampiro ha sido sustituido con fuerza por el zombi, lo que es una metáfora más de nuestra época".

Rediseñar al vampiro hoy

Dicen que Stoker, para darle forma a su conde, se inspiró en el compositor Franz Liszt y en el actor Henry Irving, para quien el escritor, también crítico teatral, trabajaba como secretario y gerente del Lyceum Theatre de Londres.

Pero ¿cómo dibujar hoy a un personaje tantas veces ilustrado y visto en pantalla? Este es el mayor desafío al que se enfrentó Hijo, que recientemente ha ilustrado también La piedra blanca junto a Rodrigo Cortés, y en breves repetirá faena con Frankenstein (Minotauro) y con Metrópolis, además de reeditar junto a Jesús Callejo su libro sobre seres mitológicos y leyendas de Castilla y León con la editorial T&T.

"Mi estilo tiene mucho que ver con la tradición del grabado, no con el arte de primera fila, sino con el popular, el arte pobre que ha hecho muchas hojas volanderas, cantares de ciego, donde se ha hablado de personajes parecidos a estos. No he buscado referencias inmediatas, porque lo que quería es llevar esto a mi estilo. Mi única obsesión era ser lo más literal posible y pegarme muchísimo al texto. Algo que en otras ocasiones no es tan conveniente, pero en esta sí".

A eso, había que unir la particularidad de que el libro fuera un libro de terror con una estética acorde con lo que cuenta. "La dificultad estaba ahí. Una cosa que pasa en la novela y se ve solo en algunas de las películas, es que el personaje va evolucionando y empieza siendo casi un hombre rata, un anciano decrépito, olvidado en un castillo de Transilvania durante cientos de años, hasta convertirse en un apuesto mozo, seductor y de buena planta.

Pero a mí no me apetecía tampoco que al final del libro se convirtiera en un lánguido muchacho tipo Crepúsculo o en un noble atildado como Béla Lugosi —que en el año 1931 protagonizó la película de culto de Tod Browning—. Lo que elegí es la figura de estos cosacos, de los húsares de esa época, que eran tipos bien parecidos, grandullones, pero que en el fondo tenían una pinta ligeramente salvaje".

Una leyenda muy viva

Autor e ilustrador de la adaptación de Nosferatu, Olmos, por su parte, lo tenía bastante claro desde un primer momento. "He tenido mucho tiempo para madurarlo. Hice un boceto de prueba de la cara para ver un poco cómo lo iba a hacer y el siguiente dibujo que hice ya está en el cómic. Es una splash page que hay con él de pie en medio de las sombras. Intenté que fuera lo más terrorífica posible y me funcionó".

También le facilitaron mucho el trabajo las diferencias existentes entre novela y película. "La historia de Nosferatu es mucho más directa que la de Drácula, que es una novela maravillosa, pero difícil de adaptar manteniendo la esencia, entre otras cosas porque la escritura epistolar es complicada en el cine. En cómic se puede hacer, pero queda un poco raro si abusas de ello".

En su caso, estas castas funcionan como "música de fondo". "El cómic, al ser mudo, necesita apoyarse en el texto bastante más que otros medios y yo intenté que esa prosa decimonónica y un poco engolada cumpliera esa función", explica.

"Lo que quería era ser respetuoso, pero a la vez aportar algo nuevo. Creo que es lo que Eggers no ha sabido hacer. Él ha querido innovar demasiado sin mejorarlo", comenta sobre la reciente versión de Nosferatu del creador alemán con la que no está muy conforme.

"Él es uno de mis directores preferidos y la película es buena, pero para ser de él, no lo suficientemente. Tiene algunos problemas de estructura y de ritmo que me molestaron bastante. Aparte de que parece que no sabe muy bien qué quiere contar. La primera media hora, que es bastante fiel a la original, funciona muy bien, el problema es cuando empieza a salirse de ahí y empieza a contradecirse a sí misma. Eso no ayuda".

Con varios proyectos entre manos, un cómic sobre mitología que publicará posiblemente en septiembre y el deseo de volver al expresionismo alemán –con lo que sería su tercera vez, tras su último título y su adaptación, en 2012, de El gabinete del doctor Caligari–, Olmos trabajó durante años como dibujante en DC, así que la referencia a Bruce Wayne es casi inevitable.

"Batman es tantas cosas que ya no sé si lo de vampiro ya se le puede aplicar. Es todo y nada a la vez. Es un personaje que es muy adaptable, se puede doblar mucho sin romperse, cosa que es una ventaja. Nosferatu no es así. Nosferatu si lo doblas mucho se rompe y no funciona".

En cualquier caso, ya sea por el Drácula de Hijo, cualquiera de las películas de Nosferatu o la obra de Olmos, dice este último, "cómo llegues a un mito como este, que es fundacional, importa poco. Pero quizá haya algún chaval de 8 o 9 años que encuentre este libro en casa, que lo hayan comprado sus padres, que lo lea y le abra la puerta que me abrió a mí la película de Herzog en su momento". Y así, como si notáramos uno de sus afilados dientes atravesando nuestro cuello, la leyenda de Drácula continúa perpetuándose a través de, como diría el conde, "océanos de tiempo".