Image: Las mil y una noches

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Novela gráfica

Las mil y una noches

Laura y Lo Duca

7 noviembre, 2002 01:00

Ediciones De Ponent. Onil, Alicante, 2002 128 págs, 14 euros

La pornografía, como bien señala Max en un excelente prólogo, que es toda una reivindicación del arte del dibujo, no hace sino valerse de la mixtificación y de la impostura más recurrentes. De ahí que Noel Coward dijera que la tenía en poco, no porque la considerara perjudicial, sino porque la encontraba terriblemente chata.

En el tebeo pornográfico, que tiene su público y sus publicaciones (la Colección X de Ediciones La Cúpula, por ejemplo), no hallará el lector más que mecánica, más o menos estimulante para sus instintos, pero bien poco de los infinitos matices que encierra el deseo.

Uno de los hombres que más ha reflexionado sobre la esencia del erotismo es el novelista y ensayista francés J. M. Lo Duca. Amigo de Marinetti, Breton, Cocteau, Bataille, o Fellini, entre otros, y fundador, junto a Bazin y Doniol-Valcroze, de Cahiers du Cinema, en su extensísima bibliografía hay títulos como Erotique de l’Art, Histoire de l’Erotisme, L’Erotisme au cinéma, o el Nouveau Dictionnaire de Sexologie. Hace unos veinte años, Lo Duca se interesó por el trabajo de una de nuestras mejores historietistas, Laura, figura emergente de aquella generación plural que se dio a conocer en las páginas de El Víbora, y comenzó con ella una colaboración que ha dado frutos tan importantes como El toro blanco o El caballero d’Eon.

Asumía Laura, con ello, un doble riesgo: el de sentirse observada con especial cuidado, por tratarse de una de nuestras pocas profesionales del medio, y el de ser encasillada, por el virtuosismo de su resultado, como una dibujante especialmente dotada para el erotismo. Y sobra- damente conocemos los efectos de una y otra simplificadoras etiquetas. Pero, tal cual señala Max, el dibujo de Laura se eleva por encima de lo representado para hablar de muchas más cosas que la belleza y la celebración de la carne. Hay incluso en su quehacer una parte, mucho más honda y menos perceptible en una apresurada lectura, de desgarro y de aproximación a los aspectos "tanáticos" que encierra la plena comunión de los cuerpos. Un desgarro que es mucho más explícito en álbumes de su cosecha como Las habitaciones desmanteladas (Edicions de Ponent) o Nobalena (D2bleD2sis), de inminente aparición.

La vieja historia del rey Schahriar que, harto de infidelidades, gozó cada noche de una joven virgen, a la que daba muerte al día siguiente, y al que Scherezade, "la hija del verano", decidió narrar historias para eludir esa sentencia, pone siempre al descubierto la esencia del cuento. Como dice Carlos Fuentes, cada uno de los relatos breves que se escriben no son sino un capítulo más de aquella interminable fábula. De entre tan vasto punto de partida, Lo Duca ha optado por centrarse en una presentación de los personajes y en dos de aquellos relatos, deteniéndose especialmente en las vicisitudes de Aladino, mientras Laura, sirviéndose de las convenciones del medio, a veces incluso con algunos tintes paródicos de los códigos de reconocimiento, lo que no hace sino poner aún más distancia con respecto a cualquier sublimación del sexo, nos recuerda lo acertado que estuvo Joan Miró al recordarnos que "el erotismo es para los dioses y la pornografía para los cerdos".