
Gueorgui Gospodínov, escritor. Foto cedida por el autor
Gueorgui Gospodínov, escritor: "Nuestro superpoder es que la IA jamás tendrá una infancia que contar"
El escritor búlgaro, ganador del Premio Booker y el Premio Strega por 'Las Tempestálidas' (2023), publica 'El jardinero y la muerte', sobre la muerte de su padre y el duelo consiguiente.
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Acostumbrado a jugar con la memoria personal y la memoria histórica en relatos y novelas, derrochando humor, absurdo y una sutil tristeza, Gueorgui Gospodínov (Yambol, Bulgaria, 1968), Premio Booker y Premio Strega por Las Tempestálidas (2023), es, según la crítica, "uno de los narradores insustituibles de Europa", "un Proust", dicen otros, "venido de la Europa del Este", "un arquitecto de la extrañeza".
Muy simpático y atento, el escritor búlgaro conversa con El Cultural desde Granada sobre su última novela, El jardinero y la muerte (Impedimenta), en la que narra la muerte de su padre y el duelo posterior. Su comienzo es abrumador: "Mi padre era jardinero. Ahora es jardín". Él, nos dice, hoy solo se siente un cerezo.
Pregunta. Explica al inicio de la novela que este no es un libro sobre la muerte sino sobre la tristeza por la vida que se va. ¿Qué le ha enseñado la enfermedad y muerte de su padre?
Respuesta. Me enseñó a no cargar a los demás con el peso de tu propio dolor.
P. ¿Alguna vez ha pensado, como él, que "No hay nada que temer", frase que su padre repetía a menudo, o quizás ya no necesitamos héroes que nos salven?
R. En absoluto, creo que en el mundo en el que vivimos necesitamos esa frase más que nunca, necesitamos mucho más que antes a personas que nos den fuerza. El comunismo era terrible pero existían unas fronteras muy claras contra las que uno podía rebelarse o resistir, que era lo que mi padre hacía. En cambio, hoy la maldad puede aparecer a diario desde cualquier lado y por todas partes, pero ya no tenemos esos limites y es más difícil rebelarnos. Echo en falta ese estoicismo que mi padre y su generación mostraba para enfrentarse con inteligencia y con valor a los desmanes de comunismo, echo de menos ese sentimiento tan fuerte de dignidad mezclado con ironía.
»Es curioso, incluso en los momentos que a mi padre más sufría por su enfermedad, cuando más dolor sentía, nos repetía: "No hay nada que temer" porque quería protegernos, no cargarnos con el peso de su dolor. Eso me marcó, como lo hicieron sus últimas palabras, que fueron muy prácticas: "Tened a mano mi carné de identidad para que sepáis dónde está cuando lo necesitéis", pero es que era parte de esa generación de gente muy generosa, muy muy humilde, a la que no le había invadido la vanidad del mundo de las generaciones posteriores.
P. Sin duda, y quizás por eso El jardinero y la muerte resulte tan interesante no solo personal sino históricamente, porque está desapareciendo toda esa generación que sufrió la posguerra europea y vivió bajo el comunismo. ¿Castigamos nuestro presente y nuestro futuro si perdemos la memoria de esa generación?
R. Más de lo que podemos imaginar. Ahora mismo nos encontramos en una especie de agujero que se abre cuando se van yendo las personas que recuerdan en primera persona la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo. Cuando mueren nuestros padres, con ellos se va nuestra infancia y el mundo al que ellos nos trasportaban, lleno de certezas, creándonos una sensación de invencible orfandad, porque ya no eres solo huérfano porque se ha ido tu padre o tu madre, si no que te sientes huérfano porque también se ha ido un pasado único, el siglo XX.
P. ¿Y que pasa con el duelo y la tristeza?
R. En realidad el duelo y la tristeza son sentimientos muy humanos, de hecho somos humanos porque somos capaces de experimentar tristeza, pero es a la cultura contemporánea a la que no le gusta hablar ni de la tristeza ni del duelo ni de la muerte. Es un tema recurrente en mis libros anteriores, sobre todo en Física de la tristeza, porque a través de las grietas de la tristeza entra la luz de la empatía.
»A diferencia del duelo y del dolor, que son más breves, la tristeza es un sentimiento más prolongado, y también más sereno, más cálido. Esta mañana estuve un rato sentado en un parque en Granada, observando unos rosales idénticos a los que tenía mi padre en su jardín, y pensé que después del de mi padre ningún otro jardín será solo un jardín. A partir de ahora cada jardín será una entrada hacia otro tiempo. Y ninguna rosa volverá a ser simplemente una rosa. Y esto forma parte también de la tristeza.
P. Por cierto, ¿tiene miedo a la muerte?
R. Sí, pero también sé un poquito más sobre cómo morir, porque nuestros padres nos enseñan también esa lección.
P. Aunque el libro rezuma tristeza, en algunos capítulos se refugia en un cuaderno de anécdotas de su padre para aliviar el dolor. ¿Es el humor la única salida cuando la tristeza se hace insoportable?
R. Claro, el humor está del lado de la vida, nadie suele bromear con la muerte en sí. Mi padre solía contar esas anécdotas para divertirnos y distraernos, incluso en lo más duro de su enfermedad.
P. ¿Qué ha cambiado en este libro respecto a la ironía y el absurdo que caracterizan el resto de su obra?
R. En todos mis libros el humor ha estado al lado de la tristeza, pero en este es algo todavía más radical, pues se encuentra en el límite. Mi padre era el gran narrador de la familia y yo eso lo he heredado de él porque era el gran maestro de la mezcla de tristeza e ironía. En realidad en el libro he intentado montar los dos jardines, el real que plantó y que cuidaba, y también el de sus anécdotas e historias. Y ambos son un antídoto contra la muerte.
P. ¿Ha logrado superar ya el sentimiento de culpa por no saber si estás haciendo lo mejor en cada momento?
R. Sí, ahora sé que el que estuviera en casa hasta el fin para poder tenernos cogidos de la mano en todo momento fue la mejor decisión que pudimos tomar. Pero permanecen otras culpas, la culpa de no haber estado antes suficientemente a su lado o de haber sido incapaz de comprender que cuando me hablaba de sus rosales o de sus cerezos, hablaba de sí mismo, era su forma de expresar sus emociones y su amor.
P. Le han llamado el Proust de los Balcanes, ha ganado el premio Booker... ¿Le gusta reconocerse como un autor europeo?
R. Sí, me gusta sentirme escritor europeo por muchas razones: porque la literatura europea es la que puede colocarse del lado del perdedor; porque conoce la sensación de soledad, de tristeza y nuestros pequeños apocalipsis cotidianos, y porque Chejov, Kafka, Thomas Mann o Kundera son no solo escritores sino también maestros de estilo. Ellos crean lo que a mí me gusta llamar la cultura emocional, una literatura que da sentido y que ofrece también consuelo.
P. En el libro alude al Quijote, al que compara con su padre. ¿Usted es más Sancho Panza, o una mezcla de los dos?
R. Bueno, añadiría también a Rocinante y al burro de Sancho, no solo para mí sino también para mi padre...
"Quizás finalmente Europa se ha dado cuenta de que Putin no lee a Thomas Mann"
P. Aunque era muy joven cuando cayó el Muro de Berlín, ¿recuerda cómo era escribir bajo el comunismo, siendo de un padre no abiertamente opositor al régimen pero sí rebelde?
R. Por supuesto. y me sentía muy orgulloso de él por eso, por esa actitud que tenía él en todo momento, eludiendo con buenas historias participar en desfiles y fiestas del Partido, aunque a la vez tenía miedo por él.
P. ¿Le sorprende la impunidad de Rusia en la guerra con Ucrania?
R. Por desgracia, nosotros tuvimos la oportunidad de conocer bien a la antigua Unión Soviética, pero sí, a pesar de todo sí me sorprende la la impunidad de Rusia, porque está traspasando fronteras humanas y morales, no solo políticas. En el caso concreto de Putin, se trata de una crisis moral mucho peor y más terrible que su arrogancia política.
P. ¿Qué piensa del papel de Europa en el conflicto?
R. Sigo intentando entenderlo, pero creo que no tenía muchas más opciones. Europa se ha construido y ha crecido a través de unas normas culturales y morales... A lo mejor necesitaba tiempo para comprender qué tiene que hacer exactamente, pero creo que por fin está reaccionando. Quizás finalmente Europa se ha dado cuenta de que Putin no lee a Thomas Mann.
P. ¿El escritor es más necesario que nunca hoy?
R. Sin duda. Aunque lo humano no ha llegado a desmoronarse del todo, ahora, con la inteligencia artificial, las cosas se han complicado mucho más. Pero la inteligencia artificial jamás tendrá una infancia o historias personales que contar, así que todavía le llevamos un paso por delante, aún tenemos ese súperpoder, el relato personal.