
Nina Bouraoui. Foto: Patrice Normand.
'Un gran señor', de Nina Bouraoui: una oda al padre en la planta de cuidados paliativos
La autora francesa presenta una obra de fina sensibilidad, que sigue la senda de Marguerite Duras y Annie Ernaux, enmarcada en la literatura del “yo”.
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Nina Bouraoui (Rennes, 1967) es una escritora francesa, construyendo una obra inteligente y penetrante. Hija de madre francesa y padre argelino, un alto funcionario internacional, vivió su infancia entre Francia, Argelia, Suiza y los Emiratos. Instalada en París desde los catorce años, estudió derecho y filosofía.
Su primera obra, La voyeuse interdite, recibió el Premio Inter 1991 y está traducida al catalán como La mirada prohibida (Les Hores, 2019); por Mis malos pensamientos (Tránsito, 2022) obtuvo el prestigioso Premio Renaudot en 2005; en castellano se ha publicado también Rehenes (Seix Barral, 2021), Premio Anaïs Nin 2020. Con Un gran señor se redondea en España una obra de fina sensibilidad, en la senda de Duras y de Annie Ernaux, enmarcada en la literatura del “yo”. Curiosamente, ha escrito canciones para Celine Dion.
La historia que relata Un gran señor transcurre en unos días de 2022, los anteriores a la muerte de Rachid Bouraoui, padre de la escritora. Entre la ternura y el dolor, la habitación 119 del Centro de Cuidados Paliativos Jeanne-Garnier de París es el eje del relato. Pero, aunque se trate de un libro de duelo, Un gran señor nace bajo el signo de la vida.
Bouraoui habla de sí misma y de su experiencia interior, y lo hace con sobriedad, sin patetismo y con una visión esperanzada. Lejos de todo narcisismo, la escritora ofrece aquí su indefensión ante la muerte inminente del padre, su vulnerabilidad y su deseo de acompañarle hasta el final: “No duermo, no concilio el sueño, lo ahuyento cuando llega: si me quedo despierta, él no morirá”, escribe.
Ante la pérdida anunciada de un ser querido, Bouraoui quiere mantener vivos los recuerdos y convertir a su padre en un héroe, con su halo de prestigio y también con su caída en el olvido. Hay un espacio cerrado cuando en una habitación de hospital se espera la despedida irrevocable de un familiar.
Aunque se trate de un libro de duelo, Un gran señor nace bajo el signo de la vida. Habla de la muerte del padre con una visión esperanzada
Un tempo diferente al del exterior, un aturdimiento personal, una suerte de lugar acristalado que nos separa del resto de las cosas. Nina Bouraoui acota esa situación y consigue transmitir su universalidad. “La enfermedad, la muerte construyen una comunidad, la de los inconsolables que se reconocen, se ayudan entre sí, avanzan agarrados de la mano, en una oscuridad ajena a quien no ha sido golpeado por el destino”.
Como entre niebla, fuera de la habitación 119, donde también se resignan la madre y la hermana de Nina Bouraoui, están las caminatas por París (“quiero sanar el cuerpo de mi padre con el mío, camino muchos kilómetros, ejercicio que él practicaba”); los familiares de otros enfermos en paliativos, con los que se comparten palabras de consuelo; la Amiga, así, con mayúsculas, que escucha y apoya; la amada más lejana en Aix, cuando la narradora se pregunta si el amor sobrevive tras la pena: “No sabía si el deseo se llevaría bien con la muerte, si sería posible vivirlo, hacer que existiera”. En este caso, el final del patriarca es también la desconexión con la tierra del padre. La relación entre hijas y padres, en ocasiones tan íntima, cobra aquí todo su sentido.
“¿Pueden las hijas vivir bien sin la mirada de un padre? ¿Acaso los padres son los únicos que consiguen enjugar las lágrimas, consolar los corazones lastimados?” Los veranos en Argel, los viajes del padre, político, diplomático, Gobernador del Banco Central de Argelia, la aceptación del padre de la homosexualidad de la joven escritora, el orgullo paterno por cada uno de los libros de la hija, las confidencias de él cuando se sentía olvidado: “Al escucharlo, percibía la soledad de un hombre que no había perdido a los suyos, sino la mirada de su país sobre él”. Una despedida hermosa y un homenaje al padre amado.