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Novela

Las amargas mandarinas

Iñaki Abad retrata en esta novela la convulsa historia de España a causa del terrorismo de ETA a partir de los años 70

17 septiembre, 2019 02:50

Iñaki Abad.

Huso. Madrid, 2019. 407 páginas. 21 €

Iñaki Abad (Bilbao, 1963) completa en Las amargas mandarinas un texto de alto mérito literario que merece la atención de la crítica y de muchos lectores. Porque en esta novela el autor vasco ha conseguido la síntesis del alcance individual de los hechos novelados y su dimensión colectiva en la convulsa historia de España a causa del terrorismo de ETA a partir de los años 70 del siglo pasado.

La novela comienza con la llegada de Carla a la casa de su padre en Palma de Mallorca, donde él acaba de morir. A la vez que los trabajos del entierro se acumulan recuerdos del pasado en contrapunto entre lo sucedido hace 30-40 años en el País Vasco y en Francia y el presente en Palma. José María Fleta Loroño nació en Bilbao en 1951 y tenía 60 años, por lo que ahora estamos en 2011, presente narrativo que se ratifica con la cronología de Carla, nacida en Praga en 1981 y que ahora tiene treinta años. En estos días de su estancia en Palma se desencadena la fragmentaria recuperación de su historia familiar desde antes de haber nacido ella, con la infancia y juventud de su padre en Bilbao, su implicación en un atentado de ETA y su huida a Francia en compañía de la amiga que lo había involucrado hasta su llegada a Burdeos, donde se casó con Jeanne, la hija de su protectora, y de donde el joven matrimonio se marchó huyendo de amigos etarras, pasando por Praga y Madrid, donde acabaron separándose.

Esta historia familiar se va reconstruyendo de modo fragmentario en narraciones alternantes dirigidas por un narrador omnisciente que cede visión e incluso voz a los personajes principales para revelar su pensamiento a través del estilo indirecto libre. Con ello se va construyendo una compleja polifonía que culmina en los capítulos 6 y 7, los dos últimos, complementarios y conclusivos. En el 6, durante una cena de Carla en casa del viejo traficante Lorenzo Ruspoli, conoce los entresijos de la relación de Fleta con etarras en Francia. En el capítulo 7 la polifonía se ensancha reconstruyendo el mosaico del pasado desde el presente, con la revisión por Carla y la documentalista que ha colaborado con su padre en la composición de carpetas con documentos, fotografías y diarios que Fleta ordenó en los dos últimos años. Con ello el perspectivismo se hace más complejo, pues ahora la narradora es Ana, que cuenta a Carla cosas que a ella le contó Fleta.

Todo ello compone una callada historia familiar de azares, amores y desamores que Ana se encargará de escribir con afán de buscar la verdad entre tanto dolor, silencio y soledad, dejando entrever también que, más allá del recuerdo, el mundo funciona porque hay olvido. En suma, una novela muy recomendable por su indagación en el peso de la historia colectiva sobre la vida familiar e individual en tiempos conflictivos y por su admirable combinación de narratividad, reflexión (sobre la libertad, por caso), descripción (por ejemplo, de parajes naturales, como la Gran Duna del Pilat) y aliento poético (en la ternura y pudor en los primeros encuentros de los jóvenes Fleta y Jeanne).