Image: La muerte del padre

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Novela

La muerte del padre

Karl Ove Knausgard

5 octubre, 2012 02:00

Karl Ove Knausgard. Sven Bisgaard

Traducción de Kristi Baggethun y Asunción Lorenzo. Anagrama. Barcelona, 2012. 499 páginas, 22'90 euros

El noruego Karl Ove Knausgard (1968) debutó con Fuera del mundo, una novela que obtuvo en 1988 el reconocimiento de la crítica y numerosos galardones. En 2004 apareció Un tiempo para todo, corroborando su talento como narrador, pero su trayectoria literaria experimentó un giro espectacular cuando en 2009 inició un ciclo de seis novelas de carácter autobiográfico agrupadas bajo el título Mi lucha, un ambicioso proyecto con un título provocador que pretende reflejar la epopeya de su propio yo, constituyéndose y disgregándose, extraviándose y reencontrándose, debatiéndose con un pasado y encarando el porvenir con la perspectiva trascender la muerte por medio de la escritura. La muerte del padre es la primera novela de una saga que la crítica ha comparado con las grandes novelas de Thomas Mann, El hombre sin atributos de Musil y En busca del tiempo perdido de Proust.

Knausgard desprecia la ficción para relatarnos su lucha con la vida y la literatura. Su miedo a ser un escritor mediocre convive con los recuerdos de un padre alcohólico, que se despidió de la existencia, imitando a Dylan Thomas, fulminado por una borrachera descomunal. La muerte del padre está ensombrecida por su comportamiento autodestructivo. Tal vez esa tragedia explique la obsesión de Karl por la muerte, que le empuja escribir epitafios demoledores sobre sí mismo y su literatura. No se trata de la frustración del escritor inédito, sino del que se enfrenta al olvido, mucho más implacable que el estruendo efímero del éxito. Al evocar su infancia y su juventud, advierte que la angustia y el ensimismamiento siempre viajaron con él, impidiéndole conocer la dicha tranquila de su hermano, con un planteamiento vital mucho más sencillo.

Karl no oculta sus debilidades. Le gusta el alcohol, pues bajo sus efectos la realidad adquiere otro aspecto y la percepción del yo se hace más tolerable e indulgente. No reniega de su generación. Se identifica con el pop y el rock, una música que alterna entre el optimismo y el desgarro, con letras a veces tontas, pero en muchas ocasiones llenas de sensibilidad y lirismo. No le asustan los tabúes. Al evocar el trasiego de un sex-shop, se pregunta por qué algunos hombres escogen exponerse a la vergüenza pública masturbándose en cabinas con una tibia luz roja, cuando existe la posibilidad de satisfacer ese impulso en la intimidad de una habitación con un ordenador en red. Tal vez el ser humano anhela la indignidad y escarnio, especialmente en los países protestantes, donde la conciencia de pecado excluye una improbable redención por las obras. La muerte del padre es una gran novela con una prosa limpia, fluida e introspectiva. No hay excesos verbales ni artificios poco creíbles, pero sí una determinación inquebrantable de llegar hasta el final en la exploración del propio yo y la sociedad circundante. No he leído el resto del ciclo, aún sin traducir, pero creo que nos encontramos ante una aventura literaria con el rigor y la inspiración de los grandes clásicos.