Image: La suite de Manolete

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Novela

La suite de Manolete

Joaquín Pérez Azaustre

17 abril, 2008 02:00

Joaquín Pérez Azaustre. Foto: Madero Cubero

Premio Unicaja/Fernando Quiñones. Alianza. Madrid, 2008. 418 páginas, 19’50 euros

El cordobés Joaquín Pérez Azaústre se dio a conocer hace siete años, y ya desde sus comienzos ha simultaneado la literatura narrativa con el cultivo de la lírica, sin que hasta ahora pueda decirse que exista una inclinación predominante por una u otra modalidad. Más bien ha extendido su dedicación a otros campos, como la columna periodística o el ensayo breve, de modo que la imagen que de él emana en estos momentos es la de un escritor fecundo y de lenguaje dúctil, aunque tal vez un tanto disperso en su proyección literaria. La suite de Manolete es un título que puede inducir a engaño. En realidad, no es una obra sobre el torero cordobés. Hace veinte años, el profesor González Troyano publicó un estudio titulado El torero, héroe literario, en el que apenas se omite un solo título de temática taurina. Hoy, la posible adición de la novela de Pérez Azaústre a la extensa nómina de aquel estudio sería incluso problemática. Entre otras cosas, porque la obra se desarrolla en Madrid -con una breve escapada a Córdoba- transcurridos más de cuarenta años tras la muerte del diestro. La suite de Manolete parte de la indagación de un misterio: la muerte de Jon Garcés (¿accidental?, ¿voluntaria?, ¿provocada?) cuando procedía a redactar por encargo una biografía del torero cordobés, planeada para publicarse paralelamente al estreno de una nueva película sobre el diestro. Bruno Díaz, un amigo de Garcés, trata de averiguar lo sucedido, y sus pesquisas lo conducen hasta el entorno de Carlos Colomer, un tiburón financiero que muestra una desmedida fijación por la figura de Manolete. Toda la historia se halla tejida con elementos del thriller y de la novela negra, con sus tipos característicos -el investigador empecinado, el guardaespaldas, la femme fatale- y con algunos guiños al relato en clave. Pero, aunque algún lector trate de ver en el personaje de Carlos Colomer la contrafigura de algún conocido hombre de negocios de nuestros días -tentación más que probable-, lo cierto es que el arquetipo está en la línea del inolvidable Ciudadano Kane de Orson Welles y de los personajes descomunales abatidos por enemigos inferiores que Welles recreó en diversas películas, desde Arkadin hasta el abogado Hastler de El proceso o el policía Hank Quinlan de Sed de mal. Y también hay un trasluz de Gatsby que tampoco brota por primera vez en este joven autor cordobés. De nuevo, las páginas de Pérez Azaústre deben más a modelos literarios y cinematográficos que a conflictos o realidades vividas.

A pesar de ello, y dado que la muerte de Garcés parece tener relación con la biografía que estaba escribiendo, el hallazgo del manuscrito permite insertarlo en el relato, y las páginas de Garcés dan cuenta pormenorizada, incluso con citas textuales de crónicas taurinas reales de la época, de la trayectoria de Manolete. Hay que decir que esta biografía inacabada y publicada como un manuscrito ajeno, que abarca las páginas 187-234 de la novela -es decir, una extensa parcela-, está trazada con agilidad, pero no supera demasiado la crónica de naturaleza periodística ni justifica tampoco, ya en el plano de la ficción, la supuesta capacidad literaria del difunto Garcés. El lector esperaría un esbozo biográfico más libre, más creativo, sin huella alguna del procedimiento de cortar y pegar que a veces asoma en muchos párrafos. Pero claro está que, como ya se ha indicado, el meollo de la novela no reside ahí, sino en los oscuros propósitos de Colomer, cuyos esfuerzos por crearse unos orígenes falsos tampoco resultan convincentes en una época en que parece imperar la admiración por el self-made-man, capaz de asaltar la sociedad y llegar hasta su cúspide partiendo de sus estratos más humildes. También el epílogo resulta precipitado y crea una elipsis de cinco años a pesar de la cual resulta difícilmente aceptable la evolución de Bruno Díaz. Hay mucho de acartonado en estos personajes, algo de literatura de segundo grado, aunque servida por un buen prosista, capaz, sin duda, de más altos logros. Aunque hable de la "Universidad Complutense de Madrid" como si hubiera otra en una ciudad distinta (p. 85) o de una extraña "calma inédita" (p. 378). El uso exclusivo de "impávido" por "impasible" es característico del autor (pp. 68, 243, 280, 409, etc.), y habrá que entender como un triunfo del catalanismo la creciente frecuencia en los textos de "girarse" por "volverse" (aquí en pp. 80, 82, 236, 247, etc.).