Novela

Presentimientos

Clara Sánchez

6 marzo, 2008 01:00

Foto: Carlos Miralles

Alfaguara. Madrid, 2008. 400 páginas, 18’50 euros

Con ocho novelas en su haber Clara Sánchez (Guadalajara, 1955) ha construido un mundo imaginario personal caracterizado por la minuciosa exploración psicológica de unos personajes en su relación de pareja o en sus cometidos laborales, con especial atención a sus emociones, sensaciones y sentimientos removidos por conflictos propios de la vida cotidiana. Su trayectoria narrativa alcanzó mayor reconocimiento con últimas noticias del paraíso (2000), ganadora del premio Alfaguara, y confirma su coherencia y fidelidad con Presentimientos, novela de intriga psicológica donde lo vivido en un largo sueño y lo sucedido en la realidad transcurren en planos distintos y convergentes, que acaban complementándose gracias a la iluminación recíproca de algunos problemas fundamentales.

Un matrimonio con un hijo de ocho meses viaja a un pueblo de la costa mediterránea donde ha alquilado un apartamento para pasar el mes de julio. Al llegar se dan cuenta de que han olvidado la leche para el biberón de Tito. Mientras Félix, abogado en una compañía de seguros, coloca las cosas en el apartamen-to, Julia, camarera en la cafetería de un hotel, sale con el coche a buscar una farmacia. Es de noche, Julia se pierde, tiene un accidente con el coche y acaba en el hospital sumida en un profundo sueño que durará ocho días. Félix recibe una llamada de la policía con la noticia de lo sucedido a Julia. Ya desde este comienzo tan movido la narración sigue una distribución alternante a lo largo de los ocho días en que Julia permanece inconsciente en el hospital, hasta el noveno capítulo final con "Los días siguientes" y la vida del matrimonio tras el despertar de Julia.

La narración alternante, distribuida en secuencias dedicadas a Julia y a Félix por separado, se revela como una composición adecuada para atender, por un lado, a la peripecia real de Félix en sus idas y venidas por el pueblo, ayudado por su suegra, y, por otro lado, a la imaginaria peregrinación de Julia, tras el accidente, en su extravío por múltiples lugares de Las Marinas. Lo mejor de la novela está en la eficaz red de conexiones establecidas entre ambos planos, estrechamente relacionados por medio de objetos, imágenes, pensamientos, sentimientos, frases e incluso personajes que pasan de uno a otro nivel. El más importante es el anillo de oro que Julia lleva en su dedo corazón como regalo de su madre, motivo recurrente que, además, contribuye a la vertebración de ambos planos en la novela.

También alcanzan significativa relevancia en el mismo sentido la diadema robada en el hotel donde trabaja Julia, el pastel de chocolate de su madre y los personajes de Abel por su compañía hospitalaria y de Marcus en la vida sentimental de Julia. Como en algunas novelas galdosianas con personajes visionarios (Nina y su don Romualdo en Misericordia, por ejemplo), el Marcus del sueño de Julia se hace real. Pero la verdad es la contraria: Marcus entra en el sueño de Julia porque antes estaba en la realidad. Y así el relato muestra el primer impulso de su origen en el sentimiento de culpa de la protagonista y su íntima necesidad de liberación. Lo cual constituye otro de sus aciertos más signfificativos.

Tan medida red de conexiones entre ambos planos intensifica la unidad de una trama dominada por un intenso viaje al mundo del subconsciente y cuyo mayor peligro estaba en su dispersión estructural y temática. Al principio no es fácil aceptarlo. Porque afloran algunos desajustes en la homogeneización entre ambos planos. El más notorio está en la llamada de la policía a Félix porque su número era el último grabado en el móvil de Julia (pág. 36), lo cual parece imposible porque a ella le habían robado el bolso (págs. 19-20) con su móvil (por eso no puede llamar cuando se ha perdido). Aunque también podría entenderse que dicho robo está ya dentro del sueño de Julia. Y lo que resulta innegable es que la novela gana en hondura e intensidad crecientes en tanto en cuanto se va descubriendo que su largo viaje por el subconsciente y su extravío por un laberinto soñado obedecen a la culpa real que reclama su expiación y que los conflictos nacidos en la realidad pueden afrontarse también gracias a la iluminación recibida en sueños.