Novela

El aprendiz de brujo

Benjamín Jarnés

13 septiembre, 2007 02:00

Residencia de Estudiantes. Madrid, 2007. 421 pp., 25 e.

Tras unos años de pertinaz silencio, las obras de Benjamín Jarnés comienzan a reaparecer en ediciones solventes. A partir sobre todo de 1988, año de su centenario, el empeño de varios estudiosos aragoneses -Gil, Martínez Latre, Domínguez Lasierra, Serrano Asenjo, etc.-, al que se ha sumado el de otros, como Lough, Víctor Fuentes o Ródenas de Moya, ha reavivado el interés por uno de los prosistas más representativos de la generación de entreguerras, oscurecido tras la guerra civil e incluso después de su muerte en 1949, poco después de regresar del exilio americano. El archivo del autor, depositado finalmente en la Residencia de Estudiantes, ha permitido el acceso a su correspondencia y también a numerosos documentos y textos
inéditos o conocidos sólo en parte. De todo ello se han beneficiado las pulcras reediciones de algunas de sus obras, como Mosén Pedro, El profesor inútil o Teoría del zumbel. Incluso ha sido posible rescatar una novela que el autor no publicó: Su línea de fuego, aparecida póstumamente en 1980. De este modo, Jarnés vuelve a ocupar su lugar propio en la literatura española del siglo XX, de la que circunstancias fortuitas o adversas parecían haberlo desterrado.

El aprendiz de brujo, que aparece con un prólogo y una excelente anotación de Francisco Soguero, es otra obra inédita del autor, lo que asegura ya su interés, porque, aunque resulte perogrullesco, conviene recordar que el primer requisito imprescindible para conocer a un escritor es disponer de ediciones cuidadas de toda su obra, lo que no siempre ocurre. En el caso de Jarnés la consideración de un texto como inédito exige algunas matizaciones, porque el autor acostumbra insertar en sus novelas textos -no necesariamente narrativos- procedentes de trabajos anteriores, gracias a una concepción muy libre del relato que, además de anular las fronteras entre géneros diversos, permite la ruptura de la línea narrativa, el fragmentarismo y la incrustación de intertextos y pasajes digresivos ajenos, en apariencia, a la historia que se desarrolla en la obra.

El aprendiz de brujo es un ejemplo de esta manera de proceder. Aunque fechada en 1946, varios fragmentos de la obra habían aparecido, como trabajos sueltos, en publicaciones como la Revista de Occidente (1932) y la bonaerense Sur (1933), e incluso habían sido incorporados a la novela El profesor inútil, en la versión de 1934. No es ésta la única peculiaridad de la obra. El texto mecanografiado en que se conserva va acompañado de una novela breve titulada La dama aventurera -algunas de cuyas partes habían aparecido también anteriormente, en este caso en el diario Luz-, con una nota del autor en que se indica que, si se desea un texto más extenso, puede incluirse este relato entre dos capítulos determinados de El aprendiz de brujo (y así lo ha hecho, por cierto, el editor actual). Bastan estos datos para dar idea del carácter amorfo, fluctuante, de los relatos jarnesianos, hechos y rehechos una y otra vez sin que, al parecer, el autor considerase definitiva e inmutable ninguna versión. En esta novela parcialmente desconocida hasta ahora, cuyo título hace pensar inevitablemente en la balada de Goethe y en la versión musical de Paul Dukas, se reelabora de manera libérrima el mito de Fausto, convertido aquí en mujer que recibe diversos nombres -Trótula, Silvia, Faustina- según las fases de la vida en que la contemplamos. La sucesión de anécdotas que resumen la vida de Trótula, relatadas por un narrador omnisciente o puestas en boca del empleado de pompas fúnebres que las recoge, constituyen una muestra del estilo novelesco de Jarnés, con sus elipsis, su elusivo fragmentarismo, sus digresiones que suspenden la fluencia narrativa, sus artificios constructivos vanguardistas, en todo opuestos a los principios canónicos de la novela tradicional, vigente aún en la época del autor con figuras como Galdós o Baroja. El aprendiz de brujo no añade nada nuevo a lo que ya conocíamos de Jarnés, pero confirma la coherencia de un autor que mantuvo como pocos una absoluta independencia creadora y un admirable afán renovador.