Image: Otra maldita novela sobre la guerra civil

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Novela

Otra maldita novela sobre la guerra civil

Isaac Rosa

1 marzo, 2007 01:00

Isaac Rosa. Foto: Julián Jaén

Seix Barral. Barcelona, 2007. 445 páginas, 20'50 euros

En 1999, el escritor sevillano Isaac Rosa publicó, con apenas veinticinco años, su novela La malamemoria, que narraba la historia de un escritor a sueldo, Julián Santos, encargado de reconstruir, falseando todo lo necesario, la biografía de un político de la posguerra con un pasado tenebroso de crímenes y latrocinios en el marco de la guerra civil. Ahora, en una irónica "Advertencia" previa, el autor relata su acuerdo con la editorial para reeditar aquella obra primeriza, a pesar de sus numerosos defectos, y explica cómo, en pleno proceso de reimpresión, un lector misterioso se introdujo en las páginas y fue señalando con notas y comentarios las debilidades o errores del texto, hasta configurar una verdadera lectura crítica. De este modo, se reproduce La malamemoria, añadiendo tras cada capítulo, con un tipo de letra diferente, las observaciones, a menudo burlonas, del desconocido lector. Así, la suma de La malamemoria más las adiciones del lector actual constituyen la nueva obra, titulada, muy expresivamente, ¡Otra maldita novela sobre la guerra civil!

Se trata de un planteamiento original, desarrollado, además, con indudable inteligencia. La trama de la primera novela -repleta, en efecto, de ingenuidades y de recursos miméticos, propios de un autor joven saturado de literatura- pasa a un segundo plano en el que se diluyen sus aspectos más cuestionables, y lo que ahora adquiere sustantividad es la metanarración resultante, la lectura crítica de la obra. Lejos de intentar que el lector se sumerja en la historia y se identifique con el personaje, el autor invierte los supuestos tradicionales de la narración, desplaza al lector y se coloca en su lugar para distanciarlo de los hechos relatados y poner de relieve su carácter de construcción artificial, guiándolo a la vez para que descubra los mecanismos de la ficción, su existencia gracias a modelos previos y sus diferencias con respecto a la realidad. Todo esto, y lo que de ello se desprende, es lo más valioso de la novela. Con respecto a La malamemoria, poco queda por decir, porque el propio Isaac Rosa, transmutado en el desconocido boicoteador que comenta la novela, se muestra en todo momento como un crítico agudo e implacable, que no sólo enjuicia con rigor las numerosas fragilidades de su primera obra en la caracterización de personajes y ambientes, fruto "de quien saca su experiencia de lecturas mal aprovechadas" (p. 30), sino que desciende a señalar usos idiomáticos pobres, giros inertes y otros aspectos de la "elocutio". Es cierto que también deja otros sin reprensión, como "cae y se desolla las rodillas" (p. 214). En alguna ocasión, el corrector censura lo que luego él mismo utiliza, lo que permitiría aquí reproducir el antiguo juego del alguacil alguacilado (o, en clave de cine mudo, del regador regado): así, en el texto primitivo aparece la fórmula -sin duda rechazable- "en su práctica totalidad" (p. 180), señalada luego con desdén entre otras "frases hechas y expresiones trilladas" (p. 212). Sin embargo, el severo corrector escribe sin rebozo "la práctica totalidad de los guerrilleros" (p. 119), fórmula más inglesa y retorcida que la española "casi todos". Hay calcos anglómanos en la obra primitiva que el corrector pasa por alto: "temprano en la mañana" (p. 81), el "¿puedo ayudarle" con que el administrativo de un ayuntamiento minúsculo se dirige al recién llegado (p. 74), o el "me temo que esa clase de datos..." (p. 76) como comienzo de frase en la misma escena. Y formas coloquiales enfáticas como el caso de la monja que habla de "un soterrado interés por construir" (p. 146); o impropiedades, como el uso reiterado de "escuchar" por "oír" (p. 335), así como la enojosa fórmula "a día de hoy" (p. 33).

Pero el corrector no peca sólo por omisión. También él incurre esporádicamente en usos censurables: "linchamiento" (p. 80) por "apaleamiento", "parece más malo" (p. 104) por "peor", "cayó [...] boca arriba, con la ídem abierta" (p. 214), o la utilización errónea de un infinitivo inicial en frases como "añadir, por último", (p. 68), "señalar, por último", (p. 343). Pero no hay duda de que nos hallamos ante un buen escritor, que seguirá creciendo.