Image: No será la tierra

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Novela

No será la tierra

Jorge Volpi

12 octubre, 2006 02:00

Jorge Volpi. Foto: Ricardo Cases

Alfaguara. Madrid, 2006. 550 páginas, 19’50 euros

A Jorge Volpi no le arredran los grandes retos: es de esos escritores que afrontan graves problemas, lo hacen con una enorme seriedad y levantan construcciones narrativas densas y extensas. Su ambición y sus preocupaciones se evidencian en la muy voluminosa No será la tierra, donde construye una parábola global de la pasada centuria.

Le parece el siglo XX al escritor mexicano un periodo decisivo en la historia de la humanidad, marcado por hechos de trascendencia irreversible, descubrimientos capitales y horrores espantosos. De ahí el estímulo para condensarlo en una fábula unitaria y amazónica cuya primera impresión de lectura me recuerda ese refrán que sostiene que quien mucho abarca poco aprieta. Aunque la novela se concentre en el último cuarto del novecientos, recorre su historia social y política casi en su totalidad. Su escenario se centra en la Unión Soviética y Estados Unidos de modo destacado, pero abarca medio planeta (también trata de Afganistán, Azerbaiyán, el Zaire, México, Alemania, Hungría…). En fin, la envergadura del empeño queda clara indicando los muchos asuntos que más o menos se detallan: los sistemas comunista y capitalista, la especulación bursátil, los nacionalismos, la guerra biológica, Chernobil, la cibernética, la bioindustria, el genoma humano…

Para contar e interpretar las transformaciones que marcan nuestra época, Volpi acude a una mezcla de documentación histórica, reportaje periodístico e invención. Los personajes reales (estadistas, científicos o escritores: Gorbachov, Yeltsin, Reagan, Mobutu, Sajarov, entre otros) comparten la anécdota con seres de ficción. Tal alianza de reporterismo e inventiva es un enfoque prometedor, pero su funcionamiento no produce óptimos resultados. Fuerza, aparte de saltos espaciales y temporales continuados y violentos, un número de casualidades excesivo para que los protagonistas ocupen de manera habitual un lugar destacado en hechos históricos relevantes. Y, además, y éste es el reparo más serio, esa dispersión impide profundizar en las anécdotas personales y varias de ellas de gran interés quedan como cogidas con alfileres.

El problema viene de que el autor mete en el libro más de una novela: las historias de una bióloga soviética, una economista americana y una experta en informática húngara; estas mujeres arrastran, además, a sus familiares, quienes, a su vez, asumen conflictos nada sencillos. Cada una de estas líneas requeriría por sí sola un tratamiento pormenorizado y, desde luego, el nexo entre ellas resulta casi inverosímil de puro forzado. Es más, una de esas anécdotas habría bastado para hacer una novela breve intensa, emocionante, terrible. Me refiero a la peripecia de Oksana, la hija de la bióloga mencionada y de un científico disidente. Uno intuye, palpa, la grandeza trágica y conmovedora que se esconde en esta chica y que habría aflorado si el relato se hubiera centrado en ella y hubiera apurado su emocionante vivencia del desvalimiento. El personaje tiene fuerza bastante para ser la encarnación dramática del mundo contradictorio de los mayores y símbolo pleno de esa realidad que la convierte en víctima.

Este exceso de materia, abundancia de destinos y problemas, malogra la novela. Sería mezquino, sin embargo, limitarse a subrayar estos reparos cuando ha de quedar constancia clara del mérito de una obra con muchos aciertos parciales, y muy por encima del minimalismo que se predica como lo propio de este tiempo y que suele esconder flojera o comodidad. Volpi se arriesga, y mucho, y consigue algunas cosas muy buenas. Destacan la viveza de un puñado de situaciones y la capacidad para crear personajes verdaderos dentro de una concepción psicologista. La crónica del siglo tiene una gran plasticidad y está inspirada en una reflexión ética profunda. En el fondo de la crónica late la condición humana. Y en función de una mirada ácida sobre nuestra naturaleza, el autor acierta a plantear el libro como "novela en tres actos", lo cual ya sugiere el drama que pone de manifiesto. Las desgracias irreparables se acumulan en el desenlace y la obra en conjunto deja un diagnóstico muy agrio del pasado y un inquietante mensaje para el futuro.