Image: El día que me vaya no se lo diré a nadie

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Novela

El día que me vaya no se lo diré a nadie

Kiko Amat

23 octubre, 2003 02:00

Kiko Amat. Foto: Archivo

Anagrama. Barcelona, 2003. 172 páginas, 15 euros

Del autor de esta novela nos dice su editor en la contracubierta que dejó los estudios siendo adolescente, que ha vivido en Londres y que, al parecer, elude todas sus responsabilidades. Dicho así , Kiko Amat más parece un personaje de su primera novela que el autor de la misma.

El día que me vaya no se lo diré a nadie es, como todo primer libro, una suma de muchas herencias. Para empezar, las melómanas: el protagonista vive en una casa atiborrada de discos cuyas sintonías retumban en su cabeza; del mismo modo, el autor, que trabajó algunos años en una tienda de discos de segunda mano del Soho londinense, se ha confesado amante de la música hasta el extremo de pensar con canciones; luego están los legados literarios, de Colin Mcinnes a Nick Hornby, una generación de narradores británicos rabiosamente contemporáneos que dejan sus ecos en esta novela construida a fogonazos, ágil y urbana.

También el cine está presente, y no sólo en la brevedad de las escenas, también en el tratamiento de los personajes o en su construcción. Es significativo que los dos protagonistas se den a conocer ante el lector a través de la mirada del otro. Una mirada objetiva, como si fuera la del ojo de la cámara. Sin embargo, Amat maneja recursos muy literarios que tienen que ver con la voz subjetiva: el estilo indirecto libre, por ejemplo, es profusamente utilizado.

La peripecia que cuenta Amat podría caber en el tantas veces citado "chico encuentra chica", aunque en este caso sería más acertado decir "chico busca chica hasta que la encuentra". Julián, melómano, trabajador de una librería, desgarbado individuo que vive entre el desorden y el romanticismo, conoce un día a Octavia, una joven escritora (inédita) que se gana la vida poniendo voz a la locución que anuncia las paradas del metro y a los contestadores de grandes empresas y a quien su novio acaba de abandonar por su mejor amiga. Queda Julián tan prendado de los encantos de la chica que emprende tras ella una búsqueda que acabará por llenar sus días hasta la obsesión. El único reproche que, en mi opinión, cabe hacérsele al autor hace referencia al idioma: un castellano demasiado lleno de catalanismos o usos locales -"bambas" por calzado deportivo, o "haciendo voz de imbécil" por "poniendo voz de imbécil", por citar sólo un par de ejemplos-, afean un conjunto que, de otro modo, hubiera resultado casi perfecto.