Image: La sombra del viento

Image: La sombra del viento

Novela

La sombra del viento

Carlos Ruiz Zafón

24 julio, 2002 02:00

Carlos Ruiz Zafón

Planeta. Barcelona, 2002. 576 páginas, 18 euros

La sombra del viento posee, como algunos títulos de Mendoza o Pérez Reverte, todas las características para convertirse en una novela de éxito, por la enorme cantidad de motivos y modalidades narrativas que encierra.

Hay en ella, en efecto, numerosos misterios, oscuras historias de familia, amores desdichados y trágicos, venganzas, asesinatos, sorprendentes anagnórisis, ingredientes todos ellos de una compleja historia enmarcada entre 1932 y 1966 en una Barcelona brumosa y a menudo hostil, donde los personajes pueden deambular con igual naturalidad por el caserón abandonado y amenazador de la avenida del Tibidabo, que parece surgido de Poe, o por un palacio ruinoso que alberga el Cementerio de los Libros Olvidados, imaginativa creación que no hubiera desdeñado Borges. Todo se halla en esta obra traspasado de literatura, desde la misma historia narrada -en torno a un libro que es una rareza bibliográfica de un enigmático autor- hasta los numerosos homenajes y parodias de estilos diversos, que incluyen la novela gótica y de terror, el relato de miserias y bondades de corte dickensiano, la comedia humorística -patente en muchos diálogos de Fermín Romero de Torres o de don Anacleto Olmo- y, claro está, el folletín de intriga con ecos de Dumas y cuyos nudos no se deshacen hasta las últimas páginas. Podemos hablar de una "novela de novelas" que sólo un narrador experto como Ruiz Zafón podía llevar a buen puerto. Es el ritmo del relato, el tempo con que las diversas historias van desarrollándose y convergiendo -y también la excelente prosa del autor- lo que otorga una extraordinaria eficacia narrativa a La sombra del viento. Y se añade a ello la habilidad con que la historia de Julián Carax que Daniel trata de reconstruir va poco a poco revelándose, mediante discretas analogías -Carax y Jorge Aldaya, Penélope y Bea, Daniel y Tomás-, como una especie de historia previa y premonitoria que anuncia en buena medida la que vivirá el propio Daniel, entreverando literatura y existencia.

Ruiz Zafón ha utilizado un narrador principal, el joven Daniel, y varios resúmenes en tercera persona y en cursiva, además del extenso relato escrito por Nuria Monfort (págs. 429-529) -acaso no bien diferenciado estilísticamente del resto-, que ayudan a incrementar las perspectivas y a añadir testimonios que Daniel no podía ofrecer. La construcción es sólida, y cuidadísima la galería de personajes, cada uno de los cuales, incluso los de aparición fugaz, ostenta algún rasgo peculiar y definidor. El lenguaje está lleno de hallazgos expresivos, que a veces atenúan la dureza del contenido. Un personaje "se había precipitado cinco pisos por un tragaluz, estrellándose en un clavel de vísceras" (pág. 463); unas quinceañeras tienen "las venas ardiendo de hormonas" (pág. 35) y "el aliento de los relámpagos se filtraba entre las comisuras del portón" (pág. 71). Ni siquiera faltan los juegos fónicos: "Sophie Carax se le antojó frágil, bella, joven, dócil y fértil" (pág. 152); "El texto [...] proclamaba en prosa prusiana..." (pág. 31).

En el debe de esta rica y compleja escritura hay que señalar, sin embargo, descuidos diversos. Así, el uso continuo de "emergencia" por "urgencia" no es creíble en conversaciones de 1952 a 1955 (págs. 106, 534), ni tampoco el de "tú mismo" con el valor que adquirió en años muy recientes (págs. 166, 190, 377). Catalanismos como "echar a faltar" (págs. 114, 119, 524) o "cuatro chavos" (pág. 83) son también evitables, así como "se dignase a darle" (pág. 464), un uso rechazable de la preposición en ("se casaba en tres días", pág. 471) o confusiones como "enfermo de consumición" (pág. 313), entre otros casos. Descuidos corregibles, sí -y sorprendentes en un escritor de tan evidente maestría-, pero dentro de una novela llena de méritos, en la que el acercamiento deliberado a géneros narrativos populares no ha acarreado una trivialización ni un empobrecimiento de la historia. La sombra del viento es literatura nutrida de literatura. Pero no por ello ajena a la vida. Y pone al descubierto, una vez más, el placer de narrar historias.