Image: La república de Mónaco

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Novela

La república de Mónaco

Marcos Ricardo Barnatán

13 diciembre, 2000 01:00

Seix Barral. Barcelona, 2000. 155 páginas. 1700 pesetas

Es éste un libro de relatos imprecisos, enigmáticos, resueltos sobre cambiantes perspectivas y estructurados por varias líneas de interés

éste es uno de esos libros que, al modo borgeano, padecen de irrealidad. No porque soslaye la realidad física sino porque contiene, reafirma y remite a la realidad literaria. Y ésta aparece apuntada en ese título -La República de Mónaco- sugeridor de un país minúsculo en el que tienen cabida toda clase de fabulaciones; un país con sede y referencias reconocibles, pero con una fórmula de gobierno que ensancha sus proporciones al acoger las múltiples y laberínticas posibilidades de la invención. Sería como una de las naciones sometidas a las doctrinas del planeta Tlün y a sus supuestos idealistas, como el de que los verbos "vivir" y "soñar" son sinónimos.

Es, de hecho, un libro de relatos imprecisos, enigmáticos, resueltos sobre cambiantes perspectivas y estructurados por varias líneas de interés. Unos oscilan entre la Historia y la leyenda ("Crónica de Isaac bar Nathan", "De la agitada adolescencia del que sería Duque de Naxos"): historia universal de la infamia judía; leyenda de una estirpe que carga con su memoria de pueblo sometido y busca defender su identidad lejos de perseguidores infames. Otros están hechos de memoria personal (en recuerdo de su padre), colectiva ( "Una belleza mora", "Una foto en Rotterdan", "Memorial de Don Segundo Sombra" son tramas ilusorias que ilustran la emigración, el exilio, el pasado político de Argentina). Y otros emergen de lo azaroso, de esa literatura de abismos y sombras portadora de pesadillas y sueños recurrentes, generadora de inquietantes y azarosas situaciones: "Cuaderno de marzo", "Dos que soñaron", "Guacama para un infante difunto". Estos constituyen lo mejor de un libro imposible de reseñar por parcelas porque está vertebrado por esa dialéctica única que, lejos de cercar sus historias, se muestra permisiva con los fundidos de realidad e irrealidad cuando éstos proponen asuntos relacionados con la causalidad o el azar; o permiten que se confunda lo verdadero con lo posible, y que se deslicen por ella lecturas, vivencias, anhelos, voces fingidas, personajes inventados y personalidades reales.

Necesita, eso sí, de un lector involucrado, dispuesto a dejarse conducir por el palimpsesto de ficciones que se le ofrece; al menos familiarizado con esa rama de la literatura fantástica borgeana según la cual -en palabras del autor de El Aleph, resumidoras de ideas tomadas de Mallarmé y Bloy- "el mundo existe para un libro"; de hecho "somos versículos o palabras o letras de un libro mágico, y ese libro incesante es la única cosa que hay en el mundo; es, mejor dicho, el mundo". Y este mundo, la república de Mónaco, está hecho, en definitiva, de material errante en la memoria y con esas intenciones: ofrecer un laberinto compuesto por nouvelles, apólogos, textos cabalísticos y jeroglíficos, greguerías, obsesiones, cavilaciones que se ensanchan y se repliegan sobre las posibilidades de un estilo poético elaborado, condensado y abstracto. El de su autor, Marcos-Ricardo Barnatán (Buenos Aires, 1946), lector consumado de Borges, Cortázar, Nabokov, Pessoa, Gómez de la Serna; interesante poeta (títulos como El oráculo invocado o El techo del templo lo corroboran), además de ensayista (rendido a la "biografía total" de Borges), crítico de arte y narrador de esta imaginativa réplica de la realidad.