Novela

Las ilusiones perdidas

Balzac, 200 años

16 mayo, 1999 02:00

El 20 de mayo de 1899 nacía en Tours (Francia) Honoré de Balzac, padre de la novela moderna. Y mucho más. Como explica en estas páginas Alain Verjat, uno de los grandes especialistas en la obra del narrador, Balzac creó la novela total, en el mismo sentido en que Wagner ideó la ópera total. De la ambición, logros y desventuras del creador de La comedia humana dan cuenta también Andrés Trapiello y Diego Doncel.

c on esta trilogía literaria y tipográfica (Los dos poetas, Un gran hombre de provincias en París y Los sufrimientos de un inventor) a la que tituló Ilusiones perdidas, uno de los más hermosos y elegíacos títulos de toda la historia de la literatura, Balzac fijaba para siempre el modelo de novela moderna que había empezado Cervantes en el Quijote: los héroes antiguos, incluso trágicos, coronaban la cima de la gloria. Los héroes modernos están todos llamados al fracaso. El héroe clásico es una suma, las virtudes y las gestas les llevan a la inmortalidad. El héroe moderno no parece sino una larga e ininterrumpida pérdida; primero de identidad, luego de ilusiones y, por último, de lo más alto: la memoria. Si el héroe clásico trabaja para la posteridad, el moderno sólo teme a un enemigo invencible: el sempiterno
olvido. Todo se lo lleva la trampa.
Es cierto, no obstante, que a diferencia del personaje cervantino, tan elevado y puro, a los de Balzac se les podría aplicar la frase de Nietzsche: humanos, demasiado humanos. Su drama reside en la imposibilidad de rebelarse contra nada. Don Quijote quiere alcanzar fama trascendente.
¿Qué mueve a los personajes balzacquianos? Una renta, una querida, una traición. Su historia es siempre la de una ambición harto violenta, y no siempre desean lo que les haría grandes. Ni siquiera llegó a darnos Balzac uno de esos personajes definitivos, fundacional diríamos, con tener muchos que son memorables. Si Stendhal nos legó a Sorel o, un poco después, Flaubert a Bovary, Dickens a Pickwick y Oliver Twist, Tolstoi a Karenina o Galdós a Fortunata, Balzac que trajo a este mundo a los inolvidables Vautrin, Coralia o Rubembré, es más un escritor de mundo y universos. él, en la corriente secularizada de su tiempo, y para oponerla a la Divina de Dante, lo llamó La Comedia Humana. Estaba orgulloso de esa invención, diríamos incluso que un poco sorprendido, como el atleta al que no deja de admirar la buena forma física de unos músculos que le llevan a conquistar todas las medallas. "Llevo toda una sociedad en
la cabeza", dijo en un momento de euforia, comparándose con Napoleón, al que detestaba tanto como lo amaba Stendhal.
El despliegue de facultades fue tan grande que la admiración ante su colosal empeño no ha hecho sino crecer. Toda su obra la escribió en menos de veinte años, desde 1830 a 1850, miles de páginas, cientos de personajes, situaciones, intrigas, y todo ello combinado con peripecias personales asombrosas, negocios ruinosos, especulaciones y bancarrotas, amoríos, viajes por media Europa, de Nápoles a Moscú, casas, coches, lujos sin mesura, acreedores convulsos y editores sin escrúpulos... ésa fue la dieta que Balzac, alumbrándose con las deudas, hubo de digerir con tanta tinta como café, lo cual fue seguramente causa de su prematura muerte.
Es cierto que la sociedad francesa que le premió al principio, se apresuró bien pronto a arrebatarle el apoyo, en favor de folletinistas mediocres. Nadie quería reconocerlo, pero el espejo balzacquiano reflejaba con demasiada nitidez la realidad. Lo que al comienzo fue un juego, el de relacionar todo con todo y a todos con todos, (y cuánto hay en Balzac de un niño grande, de alegría infantil por su omnisciente sagacidad psicológica), pronto se convirtió en él en un desengaño universal. Ni la Revolución arregló los males de Francia ni los aristócratas a los que miraba con simpatía merecieron la restauración ni los burgueses lograron elevarse de sus mezquinas miras ni el pueblo, en quien pese a todo confiaba, alcanzó jamás a distinguir a los hombres de verdadero genio de los que sólo eran unos impostores...

Demasiadas decepciones para ser un hombre a la moda y respetable. Se ha hablado del pesimismo de Balzac. Puede ser, pero tiene poco que ver con el de un contemporáneo estricto como Leopardi. Es cierto que le falta muy poco a Balzac para ser un gran poeta, como lo fueron Cervantes, Tolstoi o Galdós, pero no es infrecuente descubrir en sus novelas un personaje que conserva su inocencia, contra todos, alguien que mantiene intactas sus ilusiones, aunque sólo sea para jugárselas y perderlas en la vida como el propio Balzac se jugó el dinero que nunca tuvo en la bolsa o en las acciones de unos improbables ferrocarriles norteafricanos.