Un castillo de arena en la playa. Foto: Gerardo Ramones/Pexels

Un castillo de arena en la playa. Foto: Gerardo Ramones/Pexels

Ensayo

La batalla perdida contra el mar: un crítico de arte revela por qué construimos castillos de arena en la playa

De homenaje a los derrotados a la culpa por tener tiempo libre, el escritor francés Jean-Yves Jouannais enumera las razones por las que cada verano se alzan este tipo de construcciones.

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Durante la guerra contra la indomable Troya, la pléyade de grandes nombres que lideraba Agamenón, rey aqueo, construyó una serie de empalizadas y un foso destinados a proteger el avance hacia las faldas de la ciudad asediada y prevenir el contraataque enemigo.

Poco les iba a servir a los griegos todas esas prevenciones ante la intervención de un dios. Cuenta Homero en el canto XV de La Ilíada que "Apolo desplomó el muro de los aqueos muy fácilmente, así como la arena cerca del mar un niño, que, después de que construyó castillos en su inocencia, de nuevo los esparce con los pies y las manos divirtiéndose".

La comparación de murallas como la de los aqueos frente a Troya con los castillos de arena que niños y adultos levantan en las playas durante el verano sirve como punto de partida al crítico de arte Jean-Yves Jouannais (Montluçon, 1964) para componer su ensayo Las barreras de arena (Acantilado, 2025).

En este Tratado de castillología costera —así queda descrito en su subtítulo— el francés trata de dilucidar las razones que llevan al ser humano a realizar este tipo de construcciones destinadas irrevocablemente a ser sepultadas por el mar.

Tanto le inquieta a Jouannais este proceso aparentemente inservible, que se plantea que detrás de él ha de haber un ritual milenario cuyo significado se ha perdido y que reflejaría algún secreto oculto del alma humana. "No puedo creer que una actitud, una familia de gestos, una ocupación como la de la construcción de barreras no se halle relacionada con una fuente muy antigua, no sea el sucedáneo de un ritual más o menos antiguo, el relicario de un culto público, oficial, cuyas ceremonias habrían pasado de ser 'letra muerta' a 'letra impenetrable'", reflexiona.

A partir de esa convicción, en las páginas de este ensayo se nos plantean varias posibilidades que podrían justificar esta lucha contra la naturaleza abocada al fracaso.

Un tributo a la devastación

En lo primero en lo que se detiene es en la evidencia de la batalla perdida. En el castillo de arena, nos cuenta el escritor galo, hay algo de homenaje a esa certeza de la pequeñez del hombre frente a la naturaleza.

Pero no es solo eso. Jouannais recupera el recuerdo de la construcción de una de estas fortalezas con la ayuda de sus hijos. Uno de los pequeños, lejos de alzar muros más altos o cavar fosos más profundos que retrasaran el colapso de la construcción, se dedicó a diseñar unos canales que —¡sorpresa!— acelerarían la victoria del mar.

Es entonces cuando el ensayista llega a otra de sus conclusiones. El constructor levanta los muros para verlos caer, y es en ese desplome donde se alcanza la catarsis del proceso: "Si los fuertes de resistencia me evocan de forma tan precisa la guerra es porque hablan el gastado lenguaje de los soldados que mueren".

El hombre y el niño, nos dice el francés, erigen estos monumentos de arena porque "evocan a la guerra" y a su fin último: la destrucción, que es a lo que se aspira en realidad en todo conflicto. "Se mata al enemigo porque no se le puede destruir". El ser humano —apostilla—anhela la devastación, y estos juegos en la playa son un inocente simulacro de ello.

Portada de 'Las barreras de arena' de Jean-Yves Jouannais (Acantilado)

Portada de 'Las barreras de arena' de Jean-Yves Jouannais (Acantilado)

Los castillos de arena, defiende a continuación Jouannais, son asimismo una celebración de la nada: "Lo que se construye es un objeto destinado a ser derribado. Se construye con el único fin de volver a ser nada".

Entonces, cuestiona: "¿Qué tendríamos que responder a alguien que nos preguntara qué hacemos allí, levantando murallas ilusorias?". Él mismo contesta: "Nada. Lo que hacemos es nada, en vez de no hacer nada. Una ocupación, en el tiempo en el que no se tiene 'nada' que hacer, es tratar de hacer nada. La ocupación es, pues, una respuesta tan inconsistente como irrefutable que tiene la buena fortuna de seducir sin asustar a nadie".

Su nómina de razones continúa con un tercer motivo inesperado: la culpa por disponer de tiempo libre. "Se trata de una actividad para quien se siente culpable por estar de vacaciones cuando los otros trabajan". Entonces, para resolver este conflicto interno, encorvamos las espaldas, sudamos bajo el sol y amontonamos capas y más capas de arena. Todo para que la marea acabe con nuestro trabajo en un santiamén. Pero, al menos, las horas ociosas se han marchado junto a nuestra obra.

Pero para este crítico de arte francés, los castillos de arena, esas "barreras contra los océanos, muros de Adriano en la arena, líneas Maginot de conchas" son ante todo "un tributo a los combatidos, altares de la infancia consagrados a la batalla que sirven para recordarnos la memoria de los hombres perdidos en la guerra". Un ritual que honra al derrotado, a aquel cuyas rodillas colapsan frente a su adversario, que ha luchado, ha perdido y ya no le queda otra que aceptar su destino.