Image: España en nuestros corazones. Estadounidenses en la Guerra Civil española 1936-1939

Image: España en nuestros corazones. Estadounidenses en la Guerra Civil española 1936-1939

Ensayo

España en nuestros corazones. Estadounidenses en la Guerra Civil española 1936-1939

Adam Hochschild

29 julio, 2016 02:00

La Compañía Tom Mooney, del destacamento Abraham Lincoln, en un breve descanso, en Alcalá de Henares

Para los estadounidenses de izquierdas no hubo acontecimiento más trágico -o más romántico-en todo el siglo XX que la Guerra Civil española. El historiador Adam Hochschild ha recreado en Spain in our hearts, aún inédito en España, la historia de ese puñado de idealistas que cruzó el Atlántico para luchar por la República en las Brigadas Internacionales, en el destacamento Abraham Lincoln.

Desde 1936 hasta 1939 una república laica recién elegida, apoyada por la mayoría de los asalariados, los intelectuales y los artistas del país, luchó por su vida contra un Ejército profesional -los "nacionales"- alineado con la Iglesia Católica y los terratenientes, y dotado de modernos aviones y de tropas expertas procedentes de la Alemania nazi y la Italia fascista. Para su defensa, la República tuvo que recurrir a una mezcolanza ideológica de milicias sin instrucción pero ferozmente revolucionarias, a un goteo continuo de armas de la Unión Soviética, y a alrededor de 40.000 voluntarios de otros países organizados en la Brigadas Internacionales, encabezadas por los comunistas, cuyo destacamento estadounidense tomó el nombre de "Abraham Lincoln".

En Barcelona, Orwell se unió a una milicia local semitrotskista. Herido en combate, regresó a su país para escribir Homenaje a Cataluña, unas memorias brillantes y sabias. Hemingway envió docenas de crónicas y más tarde escribió Por quién doblan las campanas, cuyo protagonista estadounidense combate con las milicias españolas y sacrifica su vida por sus camaradas. Aragon, Auden y Neruda compusieron poemas para mostrar que llevaban en su corazón las penalidades de la acosada república.

Pero el arte no sustituye a las armas y a los líderes. Poco a poco, las fuerzas "nacionales" de Franco se impusieron a sus adversarios, peor armados y políticamente divididos. En la primavera de 1939 tomaron Madrid e instauraron una dictadura que duró casi cuatro décadas.

Adam Hochschild (Nueva York, 1942) es un historiador de talento y un hombre de izquierdas. En España en nuestros corazones vuelve a narrar este conocido relato de una manera inusual y convincente, como una biografía colectiva que simpatiza con los estadounidenses que lucharon por y escribieron sobre la República, pero que se niega a ahorrarles la crítica. A través de la recopilación de un acertado conjunto de relatos individuales, muchos de ellos sobre personajes desconocidos, el autor capta por qué hubo tanta gente que pensó que la suerte del mundo podía depender de quién fuese el vencedor del conflicto en un país pobre, situado en el extremo de Europa.

Este libro simpatiza con los estadounidenses que lucharon por la República, pero se niega a ahorrarles la crítica

El Gobierno de Franklin D. Roosevelt, limitado por las leyes de neutralidad y el miedo a perder los votos católicos, se negó a levantar el embargo sobre el envío de armas a España. Eso no impidió que una gran variedad de jóvenes estadounidenses se enrolase a favor de la causa, la mayoría como miembros de la Brigada Lincoln. En ella había líderes estudiantiles comunistas como George Watt, y también hijos de las clases privilegiadas, como James Neugass, cuyo abuelo había sido propietario de esclavos. Un afroamericano, Oliver Law, estuvo brevemente al mando de la brigada. Hochschild destaca: "Era la primera vez que un negro estaba al mando de una unidad militar integrada por estadounidenses en combate". Alrededor de un tercio de los 2.800 lincolns que fueron a España murieron allí.

Hochschild reconoce que la percepción de la guerra en Estados Unidos fue más importante que lo que unos cuantos miles de izquierdistas pudiesen hacer en España. Retrata a periodistas dedicados a salvar la República o a destruirla. Martha Gellhorn, la corresponsal que luego fue amante de Hemingway, y más adelante, su tercera esposa, escribía habitualmente a Eleanor Roosevelt, una amiga íntima de la familia.

The New York Times envió a dos de sus principales corresponsales a cubrir cada uno de los bandos; ninguno se esforzó por ocultar sus simpatías. Herbert Matthews, que informaba desde zona republicana, manifestaba su fuerte enfado por el bombardeo de civiles en Madrid y otras ciudades. Más tarde, rememorando el espíritu igualitario de la izquierda, escribía que España "nos enseñó el significado del internacionalismo. [...] Allí se aprendía que los hombres podían ser hermanos". Mientras tanto, el otro enviado de The Times, William Carney, llenaba sus crónicas de noticias sobre las victorias "nacionales".

Hochschild narra estos episodios con una prosa invariablemente vívida, pero emocionalmente contenida. Su contribución más importante es volver a contar una historia conocida, que centra su atención en los estadounidenses y en valorar sin romanticismo por qué perdieron los "buenos", en la que recuerda con habilidad la implicación de sus compatriotas en ambos bandos al tiempo que evita jalear retrospectivamente a la República.

Hochschild deja claro que aceptar el apoyo de Stalin fue un "pacto con el demonio" que puso en tela de juicio la imagen del Gobierno como un modelo de democracia y tolerancia. En 1937, los comunistas leales al Kremlin tomaron las riendas y ampliaron el aparato de seguridad de la República. La virulencia en el seno de la izquierda desató una batalla en las calles de Barcelona que acabó con la vida de centenares de hombres extremadamente necesarios en el frente. Ninguno de los estadounidenses descritos por el autor estuvo involucrado en la represión de los no comunistas por parte de la izquierda. Aun así, Hemingway, por ejemplo, no escribió una palabra sobre la brutal represión de la disidencia radical.

A mitad de su fascinante relato, Hochschild recoge la difícil pregunta que ya sopesó Orwell: ¿chocó el objetivo de construir una sociedad de hermanos con las exigencias que imponía ganar la guerra? En un puñado de ciudades como Barcelona los trabajadores tomaron el control de sus fábricas y abolieron todo vestigio del antiguo orden. Pero nada de ello sirvió para detener el avance de Franco. Como concluye Hochschild con buen juicio, "para combatir en una guerra compleja, un Ejército disciplinado que rinda cuentas ante un mando central es mucho más eficaz que diversas milicias responsables ante una variopinta combinación de partidos y sindicatos".

Quizá esa fuese la tragedia definitiva de la Guerra Civil española. La República no tuvo más alternativa que ceder parte del control a Stalin y sus secuaces. Sin embargo, lo único que consiguió fue agriar y dividir a sus defensores y fracasar en su objetivo. ¿Qué tiene eso de romántico?