Image: Valió la pena

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Ensayo

Valió la pena

Jorge Dezcallar

6 noviembre, 2015 01:00

Jorge Dezcallar. Foto: Jordi Avellá

Península. Barcelona, 2015. 400 páginas, 19'90€ Ebook: 12'34€

Brillante diplomático, embajador en Marruecos, en el Vaticano y en Estados Unidos, Jorge Dezcallar (1945) tiene mucho que contar en sus memorias, pero es casi inevitable que el interés del lector se centre en un período muy concreto de su vida, los tres años trascurridos entre junio de 2001 y abril de 2004 en los que estuvo al frente del Centro Nacional de Inteligencia.

Fue el primer civil que dirigió nuestro servicio de espionaje, con la particularidad de que el presidente Aznar optó por designar para el cargo a un independiente. El propio Dezcallar quiso mantener su independencia y Aznar le dejó hacer, pero pronto se vio que faltaba sintonía entre ambos, en la medida en que el director del CNI mostró escaso entusiasmo por las tendencias militaristas del gobierno Bush y notorio escepticismo respecto a los supuestos vínculos entre Saddam Hussein y Al-Qaeda. En el momento de más aguda crisis, tras los atentados del 11 de marzo de 2004, Dezcallar y el CNI fueron marginados e incluso manipulados en beneficio de los intereses electorales del partido gobernante.

Las páginas más apasionantes del libro son las que explican esa marginación y manipulación; las más emotivas, las que aluden a la muerte de agentes del CNI en Irak y las más pintorescas, las que describen una entrevista nocturna con Hugo Chávez, al que define como "tan simpático como impresentable". El lector no debe esperar la revelación de secretos, algo que habría sido inaceptable por quien ha tenido la responsabilidad de dirigir un servicio de inteligencia. Dezcallar recurre a lo que otros han desvelado, como las notas del CNI filtradas a la prensa por uno u otro político o desclasificadas por el propio gobierno de Aznar con la intención de endosarle al CNI la atribución a ETA de los atentados, aun a costa de dañar la reputación internacional de nuestro servicio de inteligencia. Pero lo más duro para Dezcallar fue darse cuenta de que en la tarde del 13 de marzo, víspera de las elecciones, se le había impuesto desde Moncloa que desmintiera el abandono de la pista de ETA después de que las primeras detenciones hubieran confirmado la pista yihadista, hecho del que el director del CNI no fue informado.

El gobierno de Zapatero destituyó inmediatamente a Dezcallar, quien en un encuentro previo con José Bono había comprobado que el nuevo ministro de Defensa no estaba interesado en un director del CNI que actuara con independencia. El rey Juan Carlos habría querido en cambio que continuara. Por otra parte la visión que Dezcallar da de la gestión del impacto de los atentados por el PSOE no es muy favorable, pues estuvo guiada por el mismo propósito electoralista que mostró el PP, con la diferencia de que la versión más conveniente para aquel, la de que los atentados habían sido cometidos por yihadistas, resultó ser la verdadera. Con todo, Dezcallar admite que en las primeras horas tras los atentados la opinión generalizada, incluso en el CNI, es que habían sido obra de ETA. El error del PP fue empecinarse en mantener esa tesis cuando la investigación fue desmintiéndola.

Lo peor es que los atentados no se evitaron. Dezcallar sostiene que la falta de coordinación entre Policía, Guardia Civil y CNI dificultó la tarea, una tesis ampliamente compartida que de hecho llevó a la creación del Centro Nacional de Coordinación Antiterrorista en mayo de 2004. Por otra parte, hasta entonces la principal preocupación del CNI había sido ETA, en cuya derrota jugó Aznar un papel hacia el que Dezcallar no escatima los elogios: "la firmeza de Aznar era necesaria para dar esa batalla, porque nunca dudó de que era posible terminar con la banda terrorista". Ello no obsta, apunta Dezcallar, a que hoy convenga una política más flexible.