Image: Jean Genet en Tánger

Image: Jean Genet en Tánger

Ensayo

Jean Genet en Tánger

Mohamed Chukri

José Manuel Benítez Ariza
Publicada

Jean Genet

Traducción de Rajae Boumediane. Cabaret Voltaire. Barcelona, 2013. 152 páginas, 17'95 euros

Entre noviembre de 1968 y diciembre de 1969 el novelista marroquí Mohamed Chukri (1935-2003) llevó un diario de sus paseos y conversaciones con Jean Genet, que pasó largas temporadas en Tánger en ese periodo. A estas anotaciones añadió las correspondientes a una nueva estadía de Genet en Tánger en 1974, cuando ya había sido publicado, en traducción de Paul Bowles, el diario de 1968-69. Chukri interrumpió su tarea cuando constató, por boca del propio Genet, que a éste le disgustaba verse sometido a tan implacable escrutinio; por más que, como el mismo diarista alegó a su favor, el retrato que en el libro ya publicado se hacía del francés no era del todo desfavorable. Con todo, en la expresión de su desconfianza Genet no anduvo errado: cierto que el librito original, de apenas ochenta páginas, no incluía la clase de comentarios acerbos que Chukri dedicaría, por ejemplo, al propio Bowles, a quien acusó de quedarse con la parte que al marroquí correspondía de los derechos generados por las traducciones de sus obras al inglés. Pero la mirada inquisitiva que dedicó a su objeto de observación era la misma: sin concesiones a la adulación, y sin olvidar ni un momento la contradicción existente entre la condición de "maldito" de Genet y el hecho evidente de que se había convertido en un autor de éxito que disfrutaba de los réditos generados por lo que escribió cuando vivía del vagabundeo, el robo y la prostitución.

De nada de eso podía dar lecciones el francés al marroquí que se había criado en las calles de Tánger. Podía esperarse que éste quisiera ver en Genet a una especie de precursor. Pero lo cierto es que Chukri, aunque no llega a concretar sus cargos contra Genet, tampoco cede abiertamente al entusiasmo. Con frialdad notarial constata el desaliño de su interlocutor, anota sus declaraciones más o menos oraculares ("Me alojo en el Minzah o en el Hilton para ver a personas remilgadas sirviendo a un perro como yo") y constata sus caprichosos actos de generosidad hacia sus "protegidos" marroquíes. El efecto es demoledor: el hombre al que retrata Chukri parece cansado de sí mismo, incómodo en su nuevo papel, incapaz de imprimir a su vida un sentido convincente. Sin proponérselo, el "perro" Genet sigue siendo el personaje que él mismo plasmó en su Diario del ladrón: un ser acosado, nihilista, habitante de un universo moral consistente en meros gestos inconexos.

Y aunque la elección del fondo del cuadro -la ciudad de Tánger- venía impuesta por las circunstancias, hay que decir que existe una rara sintonía entre aquella y su ya ilustre visitante, y que Chukri capta como nadie la mimetización del escritor europeo con el microcosmos que el marroquí había convertido en marco exclusivo de sus obras: los cafés del Zoco Chico, las callejuelas de la medina, los espacios algo más diáfanos del ya periclitado Tánger cosmopolita... Como en los libros que Chukri consagró a otros visitantes de su ciudad -Bowles, Tennessee Williams-, Tánger es la verdadera protagonista de estos diarios, y la actitud de su autor es, en gran medida, la de quien redescubre su ciudad a través de los ojos de un extraño.

En el epílogo, Chukri da cuenta de la muerte de Jean Genet en 1986 y de los azares que determinaron su enterramiento en Larache, cerca de su último "protegido" marroquí. Este último azar también retrata a su biografiado.