Image: Jean Genet en Tánger

Image: Jean Genet en Tánger

Ensayo

Jean Genet en Tánger

Mohamed Chukri

29 noviembre, 2013 01:00

Jean Genet

Traducción de Rajae Boumediane. Cabaret Voltaire. Barcelona, 2013. 152 páginas, 17'95 euros

Entre noviembre de 1968 y diciembre de 1969 el novelista marroquí Mohamed Chukri (1935-2003) llevó un diario de sus paseos y conversaciones con Jean Genet, que pasó largas temporadas en Tánger en ese periodo. A estas anotaciones añadió las correspondientes a una nueva estadía de Genet en Tánger en 1974, cuando ya había sido publicado, en traducción de Paul Bowles, el diario de 1968-69. Chukri interrumpió su tarea cuando constató, por boca del propio Genet, que a éste le disgustaba verse sometido a tan implacable escrutinio; por más que, como el mismo diarista alegó a su favor, el retrato que en el libro ya publicado se hacía del francés no era del todo desfavorable. Con todo, en la expresión de su desconfianza Genet no anduvo errado: cierto que el librito original, de apenas ochenta páginas, no incluía la clase de comentarios acerbos que Chukri dedicaría, por ejemplo, al propio Bowles, a quien acusó de quedarse con la parte que al marroquí correspondía de los derechos generados por las traducciones de sus obras al inglés. Pero la mirada inquisitiva que dedicó a su objeto de observación era la misma: sin concesiones a la adulación, y sin olvidar ni un momento la contradicción existente entre la condición de "maldito" de Genet y el hecho evidente de que se había convertido en un autor de éxito que disfrutaba de los réditos generados por lo que escribió cuando vivía del vagabundeo, el robo y la prostitución.

De nada de eso podía dar lecciones el francés al marroquí que se había criado en las calles de Tánger. Podía esperarse que éste quisiera ver en Genet a una especie de precursor. Pero lo cierto es que Chukri, aunque no llega a concretar sus cargos contra Genet, tampoco cede abiertamente al entusiasmo. Con frialdad notarial constata el desaliño de su interlocutor, anota sus declaraciones más o menos oraculares ("Me alojo en el Minzah o en el Hilton para ver a personas remilgadas sirviendo a un perro como yo") y constata sus caprichosos actos de generosidad hacia sus "protegidos" marroquíes. El efecto es demoledor: el hombre al que retrata Chukri parece cansado de sí mismo, incómodo en su nuevo papel, incapaz de imprimir a su vida un sentido convincente. Sin proponérselo, el "perro" Genet sigue siendo el personaje que él mismo plasmó en su Diario del ladrón: un ser acosado, nihilista, habitante de un universo moral consistente en meros gestos inconexos.

Y aunque la elección del fondo del cuadro -la ciudad de Tánger- venía impuesta por las circunstancias, hay que decir que existe una rara sintonía entre aquella y su ya ilustre visitante, y que Chukri capta como nadie la mimetización del escritor europeo con el microcosmos que el marroquí había convertido en marco exclusivo de sus obras: los cafés del Zoco Chico, las callejuelas de la medina, los espacios algo más diáfanos del ya periclitado Tánger cosmopolita... Como en los libros que Chukri consagró a otros visitantes de su ciudad -Bowles, Tennessee Williams-, Tánger es la verdadera protagonista de estos diarios, y la actitud de su autor es, en gran medida, la de quien redescubre su ciudad a través de los ojos de un extraño.

En el epílogo, Chukri da cuenta de la muerte de Jean Genet en 1986 y de los azares que determinaron su enterramiento en Larache, cerca de su último "protegido" marroquí. Este último azar también retrata a su biografiado.