Ensayo

Diario de dos reciencasados

Zenobia Camprubí y Juan Ramón Jiménez

27 julio, 2012 02:00

Zenobia Camprubí y Juan Ramón Jiménez

Edición de Emilia Cortés Ibáñez. Univ. de Huelva/F. Zenobia y JRJ. 250 páginas. 35 euros.

Lo hemos recordado en otras ocasiones: Juan Ramón Jiménez (1881-1958), al margen de los innegables méritos de nuestros grandes poetas del siglo XX, es el que mejor parece resistir el paso del tiempo. Su amplísima obra y su personalidad ofrecen todavía sugestivos campos de investigación. La obra -de manera muy especial la de la última etapa, pero me atrevería a decir que su totalidad- posee una emoción, una pureza expresiva y un temblor propios. Se le puso algún reparo, tiempo atrás, desde el simplismo que ejercían algunos poetas, pero su obra resurge con fuerza a través de reediciones y estudios, de entregas rescatadas, coherentes y críticas de sus libros, de su epistolario o de libros inclasificables como su Guerra en España.

El Diario de Zenobia -propiedad de Zenobia Hernández-Pinzón y con el amparo siempre cuidadoso de Carmen Hernández-Pinzón- va acompañado de su edición facsimilar y fundido con el Diario poético de Juan Ramón. Estamos ante una valiosa confluencia literaria preparada por Emilia Cortés Ibáñez. Primero, porque en su estudio previo, de extremada sencillez y claridad, fija las coordenadas vitales y estéticas de ambos textos, transcribe meticulosamente el original y lo acompaña con minuciosas anotaciones y fotografías. Ambos volúmenes resultan una Guía ideal de esos meses, claves por tantas razones, vividos por la pareja en Estados Unidos y España, entre enero y agosto de 1916.

Muchos son los valores de esta obra, pero destacaría uno: de qué manera quedan deshechos los tópicos de la relación entre Zenobia y Juan Ramón; es decir, la idea de una Zenobia pusilánime y sufrida favoreciendo la vida de un poeta caprichoso y difícil. La personalidad libre, consciente, moderna, comprensiva y enamorada de Zenobia queda tan claramente subrayada en estas páginas que apreciamos cuanto supusimos: que en la pareja, por decirlo parafraseando a Rilke, se dieron dos personalidades originalísimas y distintas que se comprendieron y respetaron, más allá de esa extremada sensibilidad de un solitario como JRJ, sumido en la sociedad trepidante de Nueva York.

Cada persona queda reflejada en ambos Diarios en lo que tuvieron de más original y veraz. La prueba es la identificación ante una misma circunstancia; así, la de la tormenta nocturna en Huntington o el paseo por Washington Square para ver los magnolios que retoñan. El día ha podido ser extremadamente agobiante, pero Zenobia ha cumplido puntualmente con su actividad, optimista siempre, y Juan Ramón con la suya ("todas las noches veníamos a ver este árbol viejo, bello y solitario"). Al final de encuentros y desencuentros siempre llega esa hogareña confluencia en la poesía; unas veces, traduciendo a Tagore o la propia poesía de Juan Ramón al inglés, o de las lecturas en voz alta de Keats. Cuando los problemas o las tensiones surgen, el poeta canta un amor esencial ("Bebimos en la sombra,/nuestros llantos/confundidos") y Zenobia utiliza frases tan escuetas como prácticas: "Juan Ramón y yo tuvimos nuestro primer disgusto y después nos dio mucha pena y nos quisimos más".

Estos Diarios enlazados son la constatación de una dualidad extrema armónicamente fundida en la unidad del mutuo amor. Dualidad también de caracteres, como nos señala E. Cortés: "la alegría y espíritu optimista de Zenobia frente a la taciturnidad y tristeza del poeta". Luego, los textos -uno desde su riquísima concisión anecdótica, el otro desde la esencialidad poética- proporcionan numerosos datos sugestivos, desde los esplendorosos días en Nueva York y Boston, la metódica misa dominical de Zenobia o su lamento, ya en Madrid: "lloro porque me atormentan las deudas".

Hermosa también la confluencia con la familia de Juan Ramón durante la visita a Moguer y aceptación, aunque no aprobaran el enlace, de los padres de Zenobia de la dispar y enamorada pareja. Ella hará un "índice de hechos"; él, un "comentario espiritual". Los pronósticos eran tormentosos -hasta el mismo resbalón del poeta en la nieve, poco antes de la ceremonia del matrimonio-, pero el resultado de vida y obra no pudieron ser mejores y más fecundos. La poesía está siempre por medio para decir la última palabra en esta relación: "Cuando, dormida tú, me echo a tu alma,/y escucho, con mi oído/en tu pecho desnudo, tu corazón tranquilo, me parece/que en su latir hondo, sorprendo/el secreto del centro/del mundo".