Ensayo

París-Nueva York-París. Viaje al mundo de las artes y de las imágenes

Marc Fumaroli

11 febrero, 2011 01:00

Traducción de J. R. Monreal. Acantilado. 928 pp., 36 e.


Diario?, ¿libro de viajes?, ¿reflexión crítica sobre la cultura de la imagen?, ¿reivindicación de un "ocio creativo"?, ¿afirmación humanista en un mundo globalizado? Este denso libro posee múltiples y variados registros, registros que van de la crónica personal al ensayo erudito o al discurso provocador del polemista. Desde esta perspectiva plural, Marc Fumaroli (Marsella, 1932), filósofo, especialista en retórica e historiador, aborda aquí el estudio de la cultura contemporánea. Y lo hace observando el mundo moderno a la luz de la tradición humanista -sin ocultar su filiación católica- para poner en evidencia la fricción entre el Viejo y el Nuevo Mundo.

París-Nueva York-París relata el viaje que el autor realizó a la metrópolis americana entre 2007 y 2008 y su regreso a Europa. Pero de lo que realmente trata es de la exploración o el análisis de dos tradiciones culturales, representadas por Nueva York y por París, dos civilizaciones opuestas y enfrentadas en un combate en el que la vieja Europa -y no podría ser de otra manera- tiene todas las de perder, para terminar finalmente canibalizada por el modelo americano. No faltan razones en los argumentos y la protesta del autor, pero quizás el sentimiento que experimenta el lector al leer el libro es el de nostalgia. Nostalgia por un saber, una manera de entender la cultura y unos valores humanísticos que se están disolviendo ante la presión incontenible de los tiempos modernos. El punto de partida del análisis de Fumaroli es una noción sabiamente articulada por el autor: el concepto de "otium", cuya traducción literal del latín sería reposo, inactividad. Y, sin embargo, ese término, que el escritor rescata de los oradores y filósofos de la antigua Roma, no significa pereza, relax, pasividad... sino que es la condición indispensable para toda ocupación intelectual y creativa.

Se trata del silencio, la pausa, el tiempo usurpado a la actividad cotidiana, necesario para meditar y dialogar con uno mismo. Un tiempo que no es vacío, sino, al contrario, implica producción de sentido, plenitud... El autor describe la genealogía del "otium" y su evolución a través del mundo medieval, el Renacimiento y sus desarrollos ulteriores. Pero, hay un aspecto fundamental, sin el cual no se puede entender el sentido profundo de este concepto.

Para Fumaroli, el "otium" que, en un sentido amplio, se relaciona con el arte o la creación, posee o ha de poseer una dimensión sagrada. No es de extrañar, pues, que el ensayista dedique una parte importante del libro al arte cristiano. De hecho -según ha explicado el mismo Fumaroli-, el proyecto original del texto era una reflexión en torno al arte antiguo y cristiano, tradición que, según el autor, entró en fricción con el modelo americano. Esto es, la cultura -pero también la vida- entendida como consumo e industria, marketing, polución informativa, mecanización de las imágenes destinadas a nacer y morir al instante… un arte vaciado de toda aspiración trascendente.

Puede que el análisis y la censura de Fumaroli a la cultura americana, aunque sugerente y de una escritura chispeante, no alcance la penetración de aquellos ámbitos de la filosofía y la historia en los que el ensayista se siente más cómodo. La suya es una aproximación impresionista, que desde el más puro sentido común muestra su indignación por una cultura cada vez más banalizada.

Se podría recriminar al ensayista el hecho de que se dirija a lo contemporáneo con un bagaje y unos instrumentos que son ajenos a lo moderno y a la cultura de masas, postura desde la que sólo es posible el rechazo y la incomprensión. También podríamos censurarle el tufillo a cosa elitista y su chauvinismo desbocado. Pero en todo caso retenemos de él el sentimiento de malestar, de protesta frente a un "status quo" al que hasta tiempos recientes, pocos, muy pocos se habían atrevido a contestar. Él reivindica una necesidad, la de la cultura como un valor pleno que construye al hombre, y no como simple objeto consumo o espectáculo. Una batalla, sin embargo, perdida en unos tiempos, como los modernos, en los que se impone la nueva civilización de los bárbaros.

En su última visita a España, un implacable Fumaroli aseguró a Vis Molina (www.elcultural.es) que "cultura es una palabra magnífica porque es una metáfora que alude a la floración y multiplicación de las formas vivas, pero en la actualidad la cultura es todo: el fútbol y el Louvre, la discoteca del sábado noche y el estreno de La Bohéme en la Scala de Milán". Más aún, según él "esta sociedad ha convertido a sus arquitectos en vedettes".