Image: Stefan Zweig. Cumbre apagada

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Ensayo

Stefan Zweig. Cumbre apagada

Benjamín Jarnés

7 enero, 2011 01:00

Busto de Zweig en Salzburgo

Edición de Domingo Ródenas. Quálea. 303 pp., 22'95 e.


A veces un librito breve como éste de Benjamín Jarnés (1888-1949) deja en quienes lo leen la impresión de que la concepción y alumbramiento del mismo son logros más arduos que muchas obras de aparentemente mayor empaque y aliento. Inició Jarnés la escritura de éste nada más conocer, en febrero de 1941, la noticia del suicidio de Stefan Zweig y su compañera en la ciudad brasileña de Petrópolis, donde el vienés había decidido establecerse tras un largo periplo por diversas ciudades huyendo de los nazis. A Jarnés, enfermo y exiliado, le impresionó lo que le debió de parecer una ominosa dejación de la voluntad de vivir por parte de un autor al que le unían no pocas afinidades. De ahí que reaccionara de manera vehemente. Y que el resultado fuera, no una hagiografía, sino un riguroso ajuste de cuentas con un coetáneo al que sabía derrotado por las mismas fuerzas a las que el español podía achacar su propio exilio y su conciencia de derrota personal e ideológica.

Jarnés, como Zweig, fue un individualista liberal, y durante los años de la República fue atacado por quienes, como el comunista César M. Arconada, preconizaban la subordinación de todo arte al compromiso militante. Fiel a la legalidad republicana durante la Guerra Civil, el exilio no le llevó a renunciar a sus ideales liberales; y, si bien es cierto que, como señala el profesor Ródenas, responsable de esta edición, las tesis favorables al compromiso político parecieron permear sus opiniones, prevalece en este libro, escrito durante su exilio mexicano, el carácter del intelectual liberal, que desconfía de las abstracciones, postula la necesidad de una élite culta y cree en la necesidad de conjugar racionalismo y vitalismo, así como la de combatir todo reduccionismo que amenace con negar la complejidad del ser humano. Desde estos postulados, Jarnés se enfrenta al admirado vienés y se atreve a reprocharle su sumisión al frío psicologismo freudiano, o su manera de concebir la biografía como retablo histórico, en el que el biografiado es sólo un tipo o representante de una época. Reproches algo injustos, pero bien dirigidos, porque Jarnés no apunta tanto a Zweig como a los fantasmas de su propia generación, en los que ve otras tantas debilidades conducentes a su fracaso final.

Para ponerlas de manifiesto, Jarnés articula su librito como un coloquio entre tres personajes, uno de los cuales, el que representa al "lector", encarna la bobaliconería biempensante del público culto de entreguerras. Pero también el personaje que se identifica como "el autor" parece limitado por una perspectiva técnica o profesional, y será el tercer interviniente, la joven Thalía, reencarnación de la musa del mismo nombre y representante de la juventud vitalista de todos los tiempos, la que aporte los argumentos definitivos que harán tambalearse la credulidad de uno y la soberbia analítica del otro. Pero Thalía se ausenta del coloquio antes de que éste conduzca a un veredicto demasiado severo. Prevalece la admiración que merece a "autor" y "lector" la valía del vienés, enriquecida por la conciencia de sus debilidades. "Vivir más ejemplarmente el trecho de historia que nos falta": tal es el deseo final que manifiestan, en lo que parece un reproche a quien, en otro momento, han llamado "un autor en fuga", y que con su suicidio no ha hecho otra cosa que protagonizar su última escapada.