Image: Domenchina. Artículos selectos

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Ensayo

Domenchina. Artículos selectos

Juan José Domenchina

19 marzo, 2010 01:00

Juan José Domenchina

Prólogo y ed. Amelia de Paz. Fundación Banco Santander. 446 páginas, 20 euros


De Juan José Domenchina (1898-1959) ha existido siempre una suerte de "leyenda negra", tan española. Hombre atildado, muy correcto, de grandes y buenas relaciones en el Madrid de la preguerra civil -era madrileño, pero murió exiliado en México- se le tenía por personaje pesado y poeta mediocre, de hecho los poetas del 27 en cuya nómina podría estar (y de algunos, como Lorca o Alberti, escribió críticas muy favorables) no lo querían demasiado. Así es que no está en la célebre Antología de Gerardo Diego (la primera, de 1932) sino en la segunda, la "mala" según los anteriores, de 1934 y que, claro, ha pasado poco a la historia… Domenchina parecía de la generación anterior: fue amigo (y hasta dicen que protegido) de Pérez de Ayala -que prologó su primer y mediano libro de poemas, Del poema eterno, de 1917-; de Unamuno -cuya poesía admiraba-, y especialmente de Azaña y de Rivas Cherif que le hicieron colaborar en "La Pluma" y más tarde en diarios como "La Voz" o "El Sol". A lo que hemos de añadir su amistad con el mexicano Martín Luis Guzmán, que lo ayudaría en el exilio al que Domenchina no se habituaba, y que era uno de los creadores de "la novela de la Revolución" en su país.

Pero Domenchina (casado durante la República con la poetisa Ernestina de Champourcin, también ella relativamente preterida) era hombre culto, muy buen lector caudaloso, y escribía crítica (en ocasiones cáustica) con el pseudónimo de "Gerardo Rivera", lo que le ganó la oblicua y discutida notoriedad de los críticos, al punto de publicar en 1934 ya -volvería a salir ampliado en México- un tomo titulado Crónicas de Gerardo Rivera de donde proceden algunos de los más antiguos artículos de esta nueva y amplia selección, donde la prolog uista intenta hacer justicia, en este caso al talento crítico y a la buena escritura de Juan José, aunque titule su prólogo "Epitafio de Domenchina".

La muestra nos ofrece a ese hombre culto y abierto lector, interesado por la poesía última (donde debía estar la suya) con artículos sobre Guillén, León Felipe, Salinas o los ya mencionados Alberti y Lorca, pero sin olvidar lo clásico inmediato (Azorín, Gabriel Miró, Alfonso Reyes, Ortega. Baroja o Salvador Rueda) ni desde luego la literatura extranjera más nueva o más de moda, es decir, Proust, Joyce o Eliot, pero también Zweig, Emil Ludwig o el más veterano Kipling. En general, la crítica de Domenchina está siempre bien escrita y tiende a la agudeza, sin parar en barras en lo que le gusta y en lo que no. Que fue perspicaz lo dice el artículo que dedicó a Miguel Hernández ("Anunciación y elogio de un poeta") en 1935. Con Jorge Guillén, antes, en 1933, es casi adulador: "Pero lo esencial de Guillén […] tiene sazón de gloria. Entre los poetas de la mocedad española, Guillén, maestro sin posibles discípulos, ostenta la jerarquía máxima de Poeta". Cabría apostillar, tan solo, que Guillén para esas calendas del 33 ya no era tan "mozo". Escribe también sobre la crítica y los libros, como en el breve y curioso artículo "Crisis crítica: escasez y superproducción" de 1935, donde apunta algo que todavía da que hablar: "Con referencia al libro -a la esencia y no a la industria del libro-, escasez y superproducción no son términos incompatibles. [...] Con mengua del escritor, exigente y parsimonioso, cunde el actuoso menguado". La antología es sabrosa y deja entrever las sombras y luces de Domenchina. No un genio, pero ha sido injustamente ladeado.