Image: La experiencia como argumento

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Ensayo

La experiencia como argumento

Manuel Maceiras

3 julio, 2008 02:00

La muerte de Sócrates, de Jean-Louis David

Síntesis. Madrid, 2008. 452 páginas, 24 euros

El reconocimiento de que el hombre, "que se enseñó a sí mismo el lenguaje y el alado pensamiento", por decirlo con el coro de la Antígona de Sófocles, es, entre todas las cosas asombrosas del mundo, "la más asombrosa", es tan antiguo como nuestra cultura. Y ha alentado una ingente masa de reflexiones e indagaciones que cada época desarrolló en el marco de sus propios compromisos cosmovisionales y con los correspondientes instrumentos conceptuales. La misma filosofía española ha sido, en sus mejores momentos, particularmente sensible al desafío que tal reconocimiento entraña, como revelan algunas de las páginas más representativas de Unamuno, Ortega y Zubiri. Y no sólo de ellos. En sintonía con este legado y desde posiciones próximas a las de su maestro, Paul Ricoeur, Manuel Maceiras ha decidido adentrarse una vez más en el corazón de ese inagotable laberinto que es la condición humana. En los rasgos esenciales, si se prefiere, de ese "ser indigente" (Ortega) que es el hombre en cuanto ser que lo es con las cosas, con los demás, consigo mismo y con lo posible. Y lo ha hecho tomando como hilo conductor las experiencias humanas más significativas -la ética, la científica, la estética, la religiosa- y las vivencias (o experiencias que entran a formar parte, de modo inmediato, de nuestro yo) a ellas vinculadas.

Estamos, pues, ante un verdadero "itinerario reflexivo por las experiencias" que tiene en el hombre y sus rasgos esenciales -los presuntos "universales antropológicos"- su principio y su fin, aunque Maceiras no cierre en modo alguno la posible apertura de su complejo tema a la trascendencia, por sutil y prudente que sea al respecto. Por otra parte, la índole reflexiva de este itinerario le obliga a desarrollar una larga y brillante investigación sobre la reflexión en general, entendida como "cuidado y afrontamiento de la experiencia", y la reflexión filosófica en particular.

Estamos, en cualquier caso, ante un libro só1ido y riguroso, donde el autor alcanza un equilibrio nada fácil entre los materiales que brinda el gran legado clásico, que conoce muy bien, y los correspondientes a los desarrollos contemporáneos. Pero no son sólo el rigor y la solidez lo que con mayor fuerza interpela al lector. También lo hace su sostenido optimismo moral y epistemológico, sin el que difícilmente hubiera podido sostenerse, por ejemplo, que el hombre "está dotado de capacidad reflexiva y vigor suficiente para dominar y transformar su mundo, cuidarse de él, al tiempo que se perfecciona a si mismo y acrecienta su autonomía teórica y práctica, por grande que sean las coacciones de la experiencia". Y que debe esta capacidad a "la alianza indisoluble de su naturaleza con su historia" y al "ennoblecimiento"de su organismo por la racionalidad, que es lo que, como tantas veces se ha repetido, le ha elevado a la condición -o "dignidad", como prefiere decir el autor- de persona. Tampoco parece que pueda sostenerse sin gran dosis de optimismo -o tal vez de idealismo- la tesis de que la respuesta a los problemas que está suscitando la conversión de la ciencia en fuerza productiva directa en nuestro sistema económico,expansivo por naturaleza, puedan resolverse recurriendo a la tradición ética que pasa por Aristóteles, Tomás de Aquino, Kant y Hegel. Puestos a revitalizar la tradición y sus enseñanzas, no hubiera estado tal vez de más alguna cala, en las lúcidas reflexiones kantianas, que tanto irritaron al olímpico Goethe, sobre el "mal radical", que abrieron, y siguen abriendo, perspectivas sobre las que el autor pasa de puntillas.

Muchos son, en fin, los hilos que se ve obligado a anudar el autor en la elaboración de su ambicioso tapiz. ¿Por exigencias de su propio proyecto? Sin duda. Pero no faltarán lectores que crean percibir no poco eclecticismo en el hacer del autor. Maceiras convoca, en efecto, a muchos, y a todos los convocados reconoce su parte de razón. Como es mucho también lo que pone en juego, y en todo reconoce elementos positivos. De este modo "normaliza", sin duda, los conflictos, a la vez que rescata, para el proceso histórico, un objetivo amable. Incluso en la oscuridad brilla, en sus páginas, la luz. Con todo, va de suyo que estamos ante algo más -mucho más- que unos brillantes ejercicios de consolación. (Tarea, por cierto, que ya Boecio asignó a la filosofía). Y, sin embargo, ante afirmaciones como la de que "los medios (de comunicación de masas) contribuyen a la defensa de los universales éticos y antropológicos" o ante la cerrada defensa de la vitalidad y operatividad actuales del humanismo más tradicional, frente a lo que serían meras apariencias, no faltarán quienes así lo crean.