Image: Constancia de la Mora. Esplendor y sombra de una vida española del siglo XX

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Ensayo

Constancia de la Mora. Esplendor y sombra de una vida española del siglo XX

Soledad Fox Maura

3 julio, 2008 02:00

Zenobia Camprubí y Constancia de la Mora en una imagen de los años treinta. Foto: Archivo

Tradución de Leonardo Depestre. Prólogo de Paul Preston. Renacimiento. Sevilla, 2008. 373 páginas, 20 euros

España, años treinta. En un país y una época en los que la presencia femenina era meramente decorativa en la vida pública y, aún más, los asuntos políticos eran cosa exclusiva de hombres, surgen unas mujeres de carácter vigoroso que no sólo alcanzan puestos de notoria visibilidad y fuerte impacto social sino que llegan a desempeñar, de un extremo a otro del arco político, cargos y gestiones de gran responsabilidad. En la lista de nombres insoslayables -Pasionaria, Montseny, Margarita Nelken, Victoria Kent, Clara Campoamor, Pilar Primo de Rivera- habría que hacer un hueco a Constancia de la Mora, hoy bastante olvidada, pero en su momento una de las españolas más afamadas en los Estados Unidos, país en el que su relato autobiográfico, In Place of Splendor -escrito originalmente en inglés- alcanzó gran éxito y sirvió para recabar importantes apoyos para la causa republicana.

Constancia de la Mora fue sin duda un personaje fascinante. Nacida en el seno de una familia casi aristocrática, nieta de Antonio Maura, educada en los mejores colegios, elegante y políglota, cometió su primer gran error en 1926, casándose con un buscadotes, Manuel Bolín. Fue de las primeras españolas en utilizar el divorcio que trajo la República y, ya en la senda de mujer independiente o abiertamente rebelde, se unió al general Hidalgo de Cisneros, jefe de la Aviación republicana, y se hizo militante comunista. Responsable de prensa extranjera durante la guerra civil, amiga de Zenobia y Juan Ramón, camarada de Alberti y Neruda, fue recibida por Stalin en el Kremlin y luego en la Casa Blanca por Eleanor Roosevelt, con quien tuvo un contacto sostenido que fue más allá de lo protocolario.

Soledad Fox pasa como sobre ascuas por los dos episodios más turbios en los que se vio envuelta Constancia -los asesinatos de José Robles y Andreu Nin-, negando la participación directa de ella o Hidalgo, pero reconociendo que el silencio que siempre guardaron ambos resultaba cuando menos sospechoso (p. 154). Gran parte del estudio de Fox tiene como eje el análisis de las memorias que Constancia escribió en su exilio americano, para dictaminar no sólo lo que hay de real o inventado en ellas, sino hasta la cuestión de la propia autoría, que está en entredicho. Finalizada la guerra, Constancia siguió trabajando entre Estados Unidos y México en pro de los exiliados españoles con una vehemencia que le condujo a múltiples choques personales. Luchadora infatigable para unos, manipuladora y fanática para otros, Constancia hallaría su fin de modo prematuro en un estúpido accidente de circulación en Guatemala (1950).

Hace un par de años la periodista Inmaculada de la Fuente publicó La roja y la falangista (Planeta), un libro que contrastaba hábilmente las trayectorias vitales de Constancia y su hermana Marichu (roja y azul respectivamente) como símbolos del desgarramiento de 1936 en la misma familia. Este estimable trabajo no aparece consignado en la relación bibliográfica del estudio que nos ocupa; se trata de una omisión o laguna significativa, no exactamente porque esta biografía de Soledad Fox adolezca en general de documentación inconsistente -al contrario, la autora ha manejado fuentes de primera mano y, sobre todo, ha hecho un buen rastreo de archivos españoles y extranjeros- sino porque hubiera necesitado un mejor conocimiento del contexto español, sobre todo en la vertiente histórica. ésta es una biografía escrita desde fuera de España por alguien que no es historiadora, y ello se traduce en notorias imprecisiones (por decirlo suavemente) al hablar, por ejemplo, de la dictadura de Primo de Rivera (pp. 53-54), las agitaciones sociales y políticas de 1934 (pp. 72-73) o los mismos prolegómenos de la guerra civil (pp. 80-86). Para la descripción de todos estos acontecimientos la autora apenas va más allá del testimonio parcial de la propia Constancia, y el cuadro resultante es esquemático y maniqueo. En cambio, la obra remonta el vuelo cuando sale del marco español y aborda las vicisitudes del exilio.