Image: Enterrar a los muertos

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Ensayo

Enterrar a los muertos

Ignacio Martínez de Pisón

17 marzo, 2005 01:00

Ignacio Martínez de Pisón. Foto: Iñaki Andrés

Seix Barral. Barcelona, 2005. 271 páginas, 18 euros

ésta es una historia apasionante que, como a menudo pasa con muchos relatos de esa índole, empieza de una manera sencilla, casi trivial: con la amistad que se entabla en un vagón de tercera, camino de Toledo, entre dos jóvenes, un turista norteamericano y un estudiante español. Corría el invierno de 1916.

El forastero era un escritor que no tardaría mucho en convertirse en uno de los más representativos novelistas de su generación y su país: John Dos Passos. El español, José Robles Pazos, iba a ser el traductor de algunos de sus libros a nuestro idioma, entre ellos su obra maestra, Manhattan Transfer. Compartían parejas inquietudes culturales y una sensibilidad política que sería decisiva a la hora de entrelazar sus destinos: una cosmovisión de izquierda que les llevaría a comprometerse con la causa de la República en la tumultuosa década de los treinta. Antes de esos trágicos años, la vida transcurría para ambos, si no plácida, bastante convencionalmente: el español se había casado y había tenido dos hijos (Coco y Miggie, que tendrán un protagonismo nada desdeñable a lo largo de esta historia); la familia pasaba la mayor parte del tiempo en los Estados Unidos, pues Robles consiguió en Baltimore una plaza universitaria, y con ello la relación con Dos Passos se había robustecido, en unos momentos en que el norteamericano ganaba fama como narrador e inconformista "radical".

Como en tantos otros casos, la guerra civil constituyó una falla brusca y aciaga en unas trayectorias vitales que discurrían por senderos previsibles. Robles corrió a ponerse al servicio de la "lucha antifascista", desempeñando por sus conocimientos de ruso un relevante papel de intérprete cerca de los consejeros soviéticos. No desvelamos ningún elemento sustancial de la trama si consignamos que muy pronto, antes de terminar 1936, el animoso traductor recibió en su casa de Valencia la visita de unos hombres que, sin identificarse, le pidieron que les acompañase. Márgara, su mujer, pudo visitarle en la cárcel tan sólo en dos ocasiones. Era un malentendido, ¿cómo se iba a acusar a Pepe de traición a la República? Pero lo cierto es que poco después nadie podía dar razón del detenido: ni siquiera, por supuesto, de su paradero.

Cuando Dos Passos volvió a España en abril de 1937 para colaborar junto a Hemingway en el guión de Tierra española, de Joris Ivens, ya circulaban rumores alarmantes acerca del destino que había corrido el desdichado Pepe Robles. Pero, al mismo tiempo, nadie podía explicarse nada: ¿qué delito había cometido aquel voluntario sin militancia de partido, más entusiasta o idealista que otra cosa? El desconcierto sólo podía compararse con la convicción de que el prisionero había si-do "ejecutado". ¿Por qué? ¿Quiénes fueron los autores materiales del asesinato? ¿Quién dio la orden? ¿Qué sabía Robles que era preciso silenciar?
ésas son también las preguntas que, primero siguiendo las andanzas de Dos Passos, luego tirando del hilo de la familia Robles, trata de contestar Martínez de Pisón a lo largo de estas páginas que se leen con una fascinación paralela al horror que despiertan siempre, por sabidos que resulten, los métodos estalinistas. De la represión y también, por supuesto, de los esbirros con nombres y apellidos (rusos y españoles) trata el terrible relato que arranca del caso Robles, una figura que se acaba desdibujando para ser sustituida por otros temas y personajes: las divergencias ideológicas que a partir de este episodio se despiertan entre Dos Passos y Hemingway, la persecución de los dirigentes del poum, el siniestro papel de los "asesores" soviéticos o la doblez de tantos intelectuales bonitos (Alberti, Bergamín, Roces).

Martínez de Pisón mezcla con habilidad sus pesquisas con lo ya conocido de ese turbio ambiente para mostrarnos un panorama de la retaguardia republicana poco edificante: un cuadro de cobardías y mezquindades, cuando no de crímenes lisa y llanamente. Desde el punto de vista formal estas páginas presentan el nervio de una narración fascinante, más que el tono convencional de una investigación rigurosa, algo que también es. Pero quizás lo más meritorio de esta obra sea su valiente toma de partido por una causa, que no es la de los bandos convencionales en liza, sino aquélla que denuncia la represión allá donde se produzca, incluso cuando se intenta tapar con apelaciones grandilocuentes o "necesidades históricas": frente a la arbitrariedad o el atropello el silencio nunca puede estar justificado.