Image: Un viaje a Tierra Santa

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Ensayo

Un viaje a Tierra Santa

Covadonga O’Shea

27 enero, 2005 01:00

Covadonga O’Shea. Foto: M. Rodríguez

La Esfera de los Libros. Madrid, 2004, 218 páginas, 19 euros

Termino de leer el libro de O’Shea sobre su viaje a Tierra Santa durante la pascua cristiana de 2004 y leo en la página de inicio de wanadoo que hoy han muerto dos hombres a tiros en Gaza. Covadonga O’Shea no ha podido escoger un tema de mayor calentura, interés y actualidad, y está cargada de razón cuando muestra sus dudas o temores en el momento de subir al avión con destino a Jerusalén. Con todo, su viaje no lo inspira un ánimo periodístico, sino un interés particular, aunque lo comparta con millones de almas de todo el mundo. La primera viajera piadosa hispánica que dejó testimonio de su periplo a Tierra Santa fue la monja Egeria. Con semejante afán de revivir in situ la vida de Jesús y su pasión acude O’Shea a Israel, con idea bien distinta a la que pudo tener, por ejemplo, Luis Reyes, cuando escribió su Viaje a Palestina, premio Grandes Viajeros de hace unos años. Reyes se dedicó a la reconstrucción histórica y política de esas tierras, con detalle en el último siglo de matanzas. O’shea no cierra lo s ojos a la tensión del ambiente, ni al muro terrible de hormigón que le cierra el paso en alguno de sus traslados, pero visita los Santos Lugares para recrearse en los misterios de la fe cristiana. No elude descripciones de los monumentos, ni observaciones pintorescas,pero es la antena de la fe, de la peregrina que viaja con el alma y la Biblia en la mano, la que capta en sus desplazamientos ese rebaño de ovejas, protagonistas de las parábolas cristianas que O’Shea exprime con piedad.

No era la primera vez que la autora visitaba el lugar. A algunos escenarios acude guiada por cicerones de lujo. En Emaús la ilustran una pareja de arqueólogos, que le aclaran que no "hay ninguna duda" acerca del sitio exacto del nacimiento de Jesús en Belén, del Cenáculo, del Calvario y del Santo Sepulcro en Jerusalén. Es verdad que la devoción le hace cerrar los ojos a cada paso a la peregrina, para imaginar los santos lugares desnudos del mármol y los iconos, y sobre todo libres del complicado reparto de cultos. En el Santo Sepulcro, por ejemplo, los oficios de Jueves, Viernes y Sábado Santo se celebran para los católicos de madrugada, porque hay que convivir con los griegos ortodoxos, armenios ortodoxos, coptos y sirios.

No puede haber viaje más actual y más antiguo que éste. Jericó, la ciudad más antigua de la Historia, o Betania, pueblo de Lázaro, mezclan su sombra con la del muro en construcción que hoy cierra el paso a los viajeros. O’Shea se pregunta por la autenticidad de ciertas localizaciones, pero no hace de su relectura del evangelio la menor concesión a la tribulación. Termina su viaje con una excursión tras la huella de los cruzados, en Acre, donde la mirada histórica gana terreno a la religiosa.