Image: Davalú o el dolor

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Ensayo

Davalú o el dolor

Rafael Argullol

26 diciembre, 2001 01:00

Rafael Argullol. Foto: Mercedes Rodríguez

RBA. Barcelona, 2001. 155 páginas, 2.250 pesetas

El primer gran mérito de este último escrito de Argullol consiste en la elección temática. En principio no debiera ser así; pero aquello de la cual se escribe en este importante relato es, como Argullol señala, un auténtico tabú social. Este libro habla del dolor físico; no del dolor en general, ni del dolor moral, o espiritual; no del dolor o duelo por la pérdida de un ser querido, habla del dolor que araña el cuerpo, o que lo somete a pruebas de intensidad y extensión variables; el que se instala, por ejemplo, en las cervicales durante un viaje del autor del relato a La Habana de Cuba.

La fenomenología de la experiencia que en la narración se efectúa es de una sobria precisión: el tiempo queda dislocado, los finos hilos del pasado y del futuro se cortan, la memoria se arruina, la previsión desfallece, y sólo el presente asume carácter único, dominante, exclusivo. El dolor físico sólo admite el presente en su forma más obscena. Un presente eternizado, petrificado, sin pasado ni futuro.

El texto es un relato, y como tal tiene personajes.De hecho el relato alberga ante todo dos protagonistas en confrontación constante, el propio narrador, en su propia figura autobiográfica o confesional y, frente a él, el adversario, al que llama el narrador Davalú, nombre de un genio maligno georgiano que se convirtió en piedra marmórea de color negro; un genio maligno mucho más insidioso que el de Cartesius, o incluso que el demonio que se desliza en los oídos de Nietzsche en su Ciencia jovial.

Davalú encarna la figura del que da, administra y dosifica, desde dentro de nuestro cuerpo, el dolor físico; se presenta en figura de cangrejo cuyas garras raspan las cervicales; o en la de un pulpo gigantesco que agarrota el cuello de la víctima, que debe proveerse de collarín para mitigar su asedio y acoso. El sujeto debe planear una calculada lucha a muerte con esa suerte de Alien al que ha bautizado con el nombre de Davalú (capaz de todas las metamorfosis, como en la célebre película de R. Scott). El sujeto se consolida y prueba en esa lucha, cual Titán o Atlante prometaico. En la experiencia de este duelo no es un buitre quien roe y corroe a la víctima sino un cangrejo gigantesco o un viscoso pulpo que estrangula: imágenes de la zoología fantástica que el dolor físico proyecta sobre su presa.

Esa inminencia del dolor físico muestra al cuerpo en su abandono y aislamiento; el cuerpo en su obscena soledad; un cuerpo que ha roto amarras con el concepto y la reflexión. Pero el mérito de este relato consiste en que al final esa reflexión termina alumbrándose. El relato es narración; pero narración reflexionada de modo lúcida por un talante que muestra su inclinación al noble oficio filosófico. Por eso el concepto asoma poco a poco a esta experiencia tan refractaria a la reflexión y al conocimiento. Y en un crescendo fenomenológico advertimos las operaciones que el dolor físico provoca en las nociones de espacio, de tiempo, en el mundo de relaciones personales, en los afectos, en la ruptura de la comunidad que el dolor físico consuma, y en la sexualidad (que se sumerge en abismos de proteica forma hermafrodita).

Salvo por razón de la grandeza épica del combate, y en la meritoria estrategia de retener la experiencia con el fin de comunicarla (por escrito), ese derroche de vida e inteligencia que el dolor físico provoca corre el riesgo siempre de arrojar un resultado nulo; o de resultar improductivo. Pero el dolor físico nos abre a paisajes ignorados; nos descubre un nuevo continente (siniestro, tenebroso, pero también deslumbrante); nos incita a estrategias extraordinarias. Sobre todo nos pone a prueba; nos obliga.

Somos legión; somos muchos; somos ciudad. Allí, en esa ciudad que constituye nuestro cuerpo, apostado en su fortaleza local, el Príncipe de ese mundo de dolor, Davalú, constituye el principal Señor de la Guerra; Señor de las Moscas también, contra el cual sólo cabe armarse hasta los dientes y organizar estrategias marciales perfectamente calculadas; no está decidida de antemano la victoria o la derrota; se puede perder todo; pero se puede ganar también (experiencia, conocimiento, verdad).

El relato de ese combate singular es el excelente libro de Rafael Argullol, cuya originalidad temática está convalidada por el rigor de la exposición, en la cual se va contorneando toda esta geografía del dolor físico que el autor del relato vivió de forma punzante, y sangrante, en ese episodio de su vida reciente que ha sabido sublimar en texto y reflexión; y que nos regala a la lectura, trocando el desolador sufrimiento físico en goce de la inteligencia.