Image: La mujer en el inconsciente musulmán

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Ensayo

La mujer en el inconsciente musulmán

Fatna Aít Sabbah

14 marzo, 2001 01:00

Traducción de Inmaculada Jiménez. Ediciones del Oriente y del Mediterráneo. Madrid, 2000. 184 páginas, 1.950 pesetas

Según la autora, escondida tras un pseudónimo, la orientación masculinista del islam vinculado al poder habría acarreado una suerte de lucha secular contra el deseo carnal, delimitado por el Corán y sus intérpretes para vivir superándolo racionalmente

Las interpretaciones de la moral sexual de cada civilización constituyen un capítulo revelador del proceso de lectura que el presente hace cíclicamente del pasado. Por no remontarse más allá de la interpretación binaria que de la civilización griega clásica hizo Nietzsche en Los orígenes de la tragedia, el registro interpretativo de la moral sexual, del erotismo y de la concepción de los placeres incorporados al estilo amoroso de cada civilización es materia que encierra múltiples enseñanzas. Una de ellas consiste en que ni los mecanismos de represión han sido históricamente tan drásticos como los han pintado los abogados de la libertad de costumbres, ni la tolerancia ha sido tan desinteresada como la han descrito sus apologetas.

Si, como se ha dicho, "el sexo es la última metáfora de la insurrección" (J.C. Guillebaud en La tyrannie du plaisir, Seuil, 2000), no menos cierto es que el ascetismo monacal ha sido otra de las fuerzas civilizatorias de envergadura. Dése por válida la reflexión anterior a título introductorio de este volumen. Un libro breve, cuya autora se oculta detrás de un pseudónimo para salvarse de las supuestas amenazas que pudieran poner en peligro su libertad de expresión en el futuro, cuando no su integridad física en el presente.

Según ella, el Islam es tanto una religión inspirada por, y transmisora de, un ideal de paz, como es, también, una religión monoteísta que ha sido -y es todavía- simiente de concepciones teocráticas de la historia, de la sociedad, y de las relaciones que los seres humanos mantienen entre ellos. Dios, o sea, el Maestro -como apunta el antropólogo marroquí Hammoudi-, enseña, guía y conduce al Discípulo, o sea, al creyente. éste no tiene sino que acogerse a la shari’a, o ley ortodoxa que rige la comunidad musulmana, para solventar con garantía de éxito su existencia de tejas abajo. De tejas arriba, en cambio, le espera una compensación al creyente: un paraíso pródigo en satisfacciones, una de las cuales son "las jóvenes de eterna juventud, que al verlas se las creería perlas desparramadas", como dice la aleya del Corán.

Según Fatna, de esta apropiación interpretativa del Corán deriva la tradicional jurisprudencia misógina del Islam ortodoxo, del Islam asociado al poder en la plasmación histórica que esta religión ha sustentado desde el siglo VII de la era cristiana. Esa orientación masculinista del Islam vinculado al poder habría acarreado una suerte de lucha secular contra el deseo carnal, delimitado por el Corán y sus intérpretes para vivir superándolo racionalmente. De esta manera, a través de tal maniobra interpretativa, la mujer y su relación génito-sentimental con el varón musulmán aparecerá encarnada en un arquetipo conocido.

El triunfo del principio masculino en la historia del Islam practicado habría logrado silenciar, amputar incluso, el elemento genérico de la mujer, al precio de un empobrecimiento civilizatorio generalizado, del cual sólo se puede escapar a través de la rebelión del oprimido. Ese ser oprimido, sin embargo, no lo ha estado siempre. Es más, tanto en Oriente como en el Al-Andalus, el Islam ha ofrecido una trilogía amorosa proyectiva. De linaje místico en ocasiones (caso del tratado sobre el amor de inspiración sufí, que se atribuye a Ibn Arabi); de filiación cortesana, en otras (como se refleja en El jardín de los enamorados) y, finalmente, la proyección de tónica maravillosa (de la cual es exponente Las mil y una noches).

La trilogía amorosa a que se refiere Fatna poseería un discurso propio, elevado y sublime a veces. Codeándose con ese discurso elevado y sublime del Islam amoroso, la autora recupera otra dimensión erótico-religiosa de la mujer en esa religión que hunde sus raíces en las etapas anteriores al surgimiento del monoteísmo semítico en su versión coránica (al-Yahiliya) y que no desapareció nunca del todo a lo largo de los siglos del Islam clásico (siglos VIII-XII). Fue una dimensión que pobló la mente, el inconsciente, el relato escrito y la tradición oral islámicos, una percepción de la mujer asociada a su dimensión omnisexual, cual la Demeter griega.

Islam amoroso, erotómano incluso, a estribor; Islam ordenancista, genitalmente regulado, a babor. ¿No está estructurado el contenido del relato en función del tema, candente donde lo haya, de la mujer en el Islam contemporáneo?

ésta y otras cuestiones las irá formulando el lector avezado de una obrita a la que cabe aplicar, en cualquier caso, el conocido adagio italiano: si non è vero è ben trovato.