David Rieff. Foto: Megan Hustad

David Rieff. Foto: Megan Hustad

Letras

David Rieff, analista político: "Lo 'woke' no amenaza al capitalismo, lo fortalece"

El ensayista estadounidense critica a la izquierda por perder a la clase trabajadora y advierte de un colapso cultural en Occidente.

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El pensador y escritor estadounidense David Rieff (Boston, 1952), hijo de Susan Sontag y autor de Elogio del olvido, acaba de publicar Deseo y destino (Debate), un ensayo en el que lanza un ataque frontal contra lo que llama los excesos de la cultura woke y sus efectos sobre la política, el capitalismo y la democracia.

Con la dureza que le caracteriza, Rieff no se limita a Estados Unidos: habla de España, de Gaza, del auge de los populismos y de un Occidente que, según él, se acerca peligrosamente a la atmósfera previa a 1914.

En esta entrevista con El Cultural, Rieff no ahorra pólvora. Advierte de que la izquierda cultural se ha divorciado de las clases trabajadoras, que lo woke alimenta al capitalismo global y que Trump, en su segundo mandato, llega mucho más preparado que en el primero. También afirma que el futuro de la alta cultura occidental se ha terminado y que Europa debería prepararse para un mundo de rearme y conflicto.

Pregunta. En su nuevo libro sostiene que los excesos woke han distorsionado la cultura occidental. ¿Cree de verdad que esto explica el ascenso de Donald Trump?

Respuesta. No, lo woke no explica por sí solo el fenómeno Trump. Lo que lo explica es lo mismo que explica el auge de partidos populistas de extrema derecha en otros lugares: una ansiedad enorme por el rumbo de la economía globalizada, por la tecnología y, sobre todo, por la migración. Eso es lo que moviliza a la gente. En Estados Unidos, pero también en España, con Vox, y a la vez en la izquierda con Podemos. No es algo exclusivo de un lado.

»Lo que sí es cierto es que el discurso anti-woke le dio combustible a Trump. Tenía un mensaje claro: mientras los demócratas estaban obsesionados con el they/them, él decía "yo estoy contigo". Esa simplicidad funcionó.

P. Usted afirma que los partidos de centro no tienen respuestas. ¿Y los extremos, tanto de izquierda como de derecha?

R. Tampoco. El centro dice que hay que arreglar algunas cosas pero que, en general, todo va bien. La mayoría de la gente no lo percibe así. Los extremos hacen ruido con la inmigración, pero si no tienes hijos necesitas migrantes. No puedes tenerlo todo. El gran problema de la izquierda moderada es que se ha convertido en rehén de la política cultural de sus nuevas bases: profesionales de clase media, profesores, burócratas. Ellos compran el paquete woke. La clase trabajadora no. Es profundamente escéptica.

»Por eso, en España, el PSOE se encuentra atrapado: intenta mantener un equilibrio imposible entre un discurso cultural para las élites urbanas y un discurso social para quienes desconfían de todo eso.

Un joven lleva una pancarta durante una manifestación del Orgullo LGTBI, en Valencia. Foto: Biel Aliño / EFE

Un joven lleva una pancarta durante una manifestación del Orgullo LGTBI, en Valencia. Foto: Biel Aliño / EFE

P. En el libro describe la cultura woke como una "mezcla infernal de William Blake y Mao Zedong". ¿Qué quiere decir con eso?

R. Es la victoria de una subjetividad radical. Pura autoafirmación: "soy lo que siento que soy". Eso es Blake. Y al mismo tiempo, la obligación de que los demás lo acepten, la imposición de una ortodoxia moral, que es Mao. El fenómeno trans es el ejemplo más claro: lo que yo digo que soy equivale a lo que soy, y el resto de la sociedad tiene que adaptarse. Esa es la mezcla: el culto a la experiencia personal con el culto a la revolución cultural. Un cóctel peligroso. Hemos perdido la capacidad de distinguir entre deseos y destinos.

P. Usted compara la política identitaria con las indulgencias de la Iglesia medieval. ¿El capitalismo se nutre de lo woke?

R. Exactamente. El capitalismo se siente cómodo con lo woke porque no lo amenaza en lo más mínimo. Al contrario, lo potencia. El objetivo del capitalismo es más consumidores y menos barreras. Y lo woke derriba barreras, abre mercados, diversifica. En lugar de un mercado, tienes diecisiete. ¿Qué empresa no querría eso? Por eso lo adoptan, por eso funciona. No es un enemigo, es un socio. Lo woke es el multiculturalismo convertido en marketing.

“Pensar que la guerra puede desaparecer de la historia es ilusorio.”

P. ¿Cuál es la diferencia entre el primer Trump y este segundo mandato?

R. Es como la noche y el día. En 2016 no tenían ni idea de lo que hacían. Eran como un adolescente con carné de conducir y un coche nuevo: podían arrancar, pero no sabían manejarlo. Ahora han pasado cuatro años en think tanks preparando políticas para todo: inmigración, jueces, universidades, cultura. Si consiguen la mitad de lo que quieren, Estados Unidos en 2029 será otro país. Y si Trump cae, está J.D. Vance, que sí cree de verdad en esa ideología. Sus vínculos con Orbán en Hungría son profundos. Europa debería tomar nota.

P. Usted ha cubierto guerras en Bosnia, Ruanda, Ucrania. ¿Cómo influyen esas experiencias en su mirada actual?

R. Te vuelven profundamente pesimista. Ves que la identidad, cuando se convierte en bandera, lleva al desastre. Ruanda fue una masacre en nombre de la identidad. Bosnia, lo mismo. Eso te deja sin romanticismo. Pensar que la guerra puede desaparecer es ilusorio. Europa está rearmándose y me recuerda más a 1914 que a 1938: armas acumulándose, alianzas tensas… y, tarde o temprano, alguien las usará. Incluso Macron ha dicho ya que la guerra es inevitable.

Manifestación en Londres este sábado 19 de abril de 2025 en defensa de los derechos de las personas trans. Foto: Andy Rain / EFE

Manifestación en Londres este sábado 19 de abril de 2025 en defensa de los derechos de las personas trans. Foto: Andy Rain / EFE

P. En sus libros también habla de Gaza. ¿Cómo interpreta lo que ocurre allí?

R. Gaza es la demostración más brutal de que no hay soluciones fáciles ni discursos morales que valgan. La tragedia es insoportable, pero nadie tiene la varita mágica. Los israelíes no van a desaparecer, los palestinos tampoco. Y mientras tanto, las potencias juegan su ajedrez: Estados Unidos, Irán, Arabia Saudí. Lo peor es la hipocresía. Europa se escandaliza un día y al siguiente compra gas o armas. Esa es la verdad. En Gaza no hay buenos y malos absolutos: hay víctimas atrapadas en un conflicto que ya dura generaciones.

P. En Elogio del olvido defendió la amnesia como instrumento de reconciliación. ¿Cómo conecta eso con su crítica a lo woke?

R. Es el mismo razonamiento. La memoria no siempre cura. Muchas veces envenena. En España lo vimos con la Transición. El "pacto del olvido" funcionó durante treinta años pero poco a poco eso ha ido cambiando. Convertir la memoria en un dogma es un error. Lo mismo ocurre con la identidad: se convierte en arma, no en medicina. En Gaza, en los Balcanes, en tantas partes, la memoria colectiva se transforma en pólvora.

P. Escribe que los grandes días de la alta cultura occidental han terminado. ¿Es definitivo?

R. Sí. La cultura sigue al poder, y el poder se desplaza hacia Asia. En 2050, los artistas de Madrid o Nueva York mirarán a Pekín o Delhi, no a París ni a Viena. Habrá nuevas formas fascinantes, seguramente tecnológicas, pero ya no serán "occidentales" en el sentido clásico. El arco que va del Gótico a Wagner ha terminado. No volverá haber nada igual.

P. ¿Entonces el optimismo es inútil?

R. El optimismo es empírico y yo no veo datos que lo respalden. La esperanza es otra cosa, es metafísica. En Auschwitz hubo esperanza, aunque no hubiera motivos. Yo defiendo mi pesimismo con datos, pero nunca criticaría a quien conserve la esperanza.