Un fotograma de la película 'Cuento de verano' (1996), dirigida por Éric Rohmer

Un fotograma de la película 'Cuento de verano' (1996), dirigida por Éric Rohmer

Letras

Memorias de un verano: de Rosa Regàs y Cela a Muñoz Molina y Landero, algunos libros imprescindibles

El estío se acerca a su fin y es momento de detenerse en las obras más evocadoras de escritores españoles que rememoraron su infancia o sus felices días de asueto.

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Hace mucho que la literatura autobiográfica en nuestro país pasó de ser una anécdota a convertirse en una categoría. En los últimos años la primera persona se utiliza a menudo en clave conflictiva. Problemas de identidad, tensiones físico-emocionales –¡el cuerpo como campo de batalla!, hemos leído–, recuento de episodios truculentos, etc. Pero no siempre fue así. Los textos testimoniales han sido también, y lo siguen siendo en muchos casos, una oportunidad para dar rienda suelta al pulso evocador de los narradores.

En muchos de los libros de memorias de escritores españoles descubrimos que el verano es uno de los grandes temas. Es la estación del año más apegada a la infancia, un filón literario desde el principio de los tiempos, pero además suele coincidir con los días de asueto de los adultos. Para un escritor, esto supone reencontrarse con un espacio muy distinto al habitual, el escritorio de una vivienda en la ciudad, por ejemplo, en el que transcurre buena parte del curso.

El escritor suele aprovechar estos días para regresar a la lectura de los clásicos, para abismarse en libros que no ha tenido tiempo de leer el resto del año y, por qué no, para escribir con tono más ligero sobre asuntos menos trascendentales. Ahora que el estío llega a su fin, resulta oportuno detenerse en algunas obras que, con mayor o menor intensidad, han consignado remembranzas veraniegas.

Por fortuna, las aproximaciones son muy distintas entre sí, aunque normalmente prevalece la escritura exuberante, de vocación refinada, tan propia de los relatos que se ajustan a la estampa vacacional y el recuerdo infantil. Es el caso de La isla de ayer, las memorias del pintor y escritor Manuel Maura Salas, sobrino del ilustre político Antonio Maura. El libro, recuperado en 2018 por Renacimiento, es un canto melancólico a Mallorca, pero escrito hacia mediados del siglo XX, ya manifestaba su preocupación por el turismo, "una invasión incruenta, pero invasión al fin y al cabo".

Rafael Alberti también optó por la prosa lírica al referirse a sus recuerdos estivales en el Puerto de Santa María en La arboleda perdida, su autobiografía, que poco tenía que ver con la idea del verano que proyectaba Carmen Martín Gaite en sus Cuadernos de todo. "Qué verano tan largo, qué avanzar tan penoso el de las horas arrastrándose por las habitaciones de esta casa", escribe la autora de Entre visillos. Los libros de esta selección ofrecen distintas perspectivas, si bien conservan el distintivo de la alta literatura, por lo que todos ellos son recomendables.

Viaje a la Alcarria 

Camilo José Cela, 1948

Es uno de los pocos libros de este decálogo en el que el movimiento resulta crucial. Sin embargo, la obra del último ganador del Premio Nobel de Literatura nacido en España trasciende el género del libro de viajes. Durante diez días, del 6 al 15 de junio de 1946, Camilo José Cela recorrió andando, en autobús –antes se prefería "coche de línea"– o incluso a lomos de una mula la comarca de La Alcarria, en Guadalajara. 

Se trata de una fotografía imprescindible de la vida rural en la posguerra, el periodo de escasez más reciente que ha vivido nuestro país, pero el autor se ocupa de que, además, sea un atlas de geográfía humana en la que los espacios no son tan relevantes como sus gentes. Las costumbres, la vida cotidiana y el habla de los pastores en las posadas y las sencillas casas de campo a orillas del Tajuña dan forma a una de las obras más aclamadas de la literatura española.

Primera memoria

Ana María Matute, 1959

Poco tiempo después de la publicación de Viaje a la Alcarria, Cela y su esposa acogieron a Ana María Matute en su residencia de Mallorca, donde la autora extrajo el material para publicar su novela Primera memoria, que sigue las peripecias de Matia, obligada a convivir con su abuela mientras en España acaba de estallar la Guerra Civil; su primo Borja, un manipulador; y los chicos brutos del pueblo.

Tampoco este relato, inspirado en su propia biografía, resulta complaciente, por más que sea en verano cuando transcurre y se ocupe de la infancia. Primera memoria, reconocida con el Premio Nadal, se inscribe en la primera etapa de Matute como narradora, en la que prevalece el realismo crudo. La novela El río (1963) también está ambientada en el periodo estival, comparte similares sensaciones acerca de la crueldad de los niños y, aunque también se presenta como una ficción, encierra evocaciones de sus veranos en Mansilla de la Sierra (La Rioja). 

Salón de pasos perdidos

Andrés Trapiello, desde 1990

El escritor Andrés Trapiello inició sus diarios en 1990 y, hasta el momento, ha publicado la friolera de 24 volúmenes. Salón de pasos perdidos aborda la cotidianidad de su oficio, por supuesto está plagado de referencias literarias e incluye lúcidas reflexiones acerca del momento en que se escribe cada texto. Pero también incluye el relato personal de su propia vida, que en verano hace parada en el Lagar del Corazón, una casa de campo situada en Las Viñas, conocidas también como Sierra de los Lagares, cerca de Trujillo.

Desde hace más de treinta años, se instala junto a su mujer en una casa vieja. Este fragmento nos da la medida del tono que emplea en sus diarios para referirse al trance estival: "Qué maravillosas son las siestas del verano extremeño. Afuera atronan las cigarras con su chatarra destemplada. Dentro alguna piadosa corcoma nos recuerda la fragilidad del tiempo y de la vida. En algún rincón sombrío la araña común teje en su idioma la vida retirada. No se oye a los niños. Los demás dormitan en los sofás, en los dormitorios con las puertas entornadas. Reina un silencio de infancia".

Diario de una abuela de verano

Rosa Regàs, 2004

El centro de este libro de memorias es una pequeña masía de 1748 reconstruida como casa de campo familiar. Se encuentra en el Ampurdán, en Gerona, y aquí veraneó durante años Rosa Regás junto a sus catorce nietos. La escritora catalana reflexiona acerca de los grandes temas existenciales a partir de las preguntas que le hacen estos. Preguntas "difíciles, como las de todos los niños", apuntó en la presentación del libro.

Esta obra, aunque honda, es un divertimento entrañable, "un cuento para la memoria y el amor" pensado como regalo a sus nietos. Cabe recordar que fue adaptada a una serie de televisión, Abuela de verano, en la que una estupenda Rosa María Sardà encarnaba a la matriarca Eva Sagués, trasunto de la escritora.

Un fotograma de la serie de televisión 'Abuela de verano', en la que Rosa María Sardà encarna el personaje de la abuela, trasunto de Rosa Regàs, autora de las memorias que inspiraron la adaptación audiovisual.

Un fotograma de la serie de televisión 'Abuela de verano', en la que Rosa María Sardà encarna el personaje de la abuela, trasunto de Rosa Regàs, autora de las memorias que inspiraron la adaptación audiovisual.

Diario de un acercamiento

Vicente Valero, 2008

El del poeta y narrador ibicenco Vicente Valero también es un diario, pero presenta otras motivaciones. A caballo entre el ensayo y el libro de viajes, pero sin descuidar el testimonio íntimo ni, por supuesto, la ingobernable veta poética del autor, este libro es una exploración intensa acerca de la memoria. Además, Valero indaga en las relaciones entre la naturaleza y la cultura.

Encontramos las notas estivales en la primera parte de la obra, "Hojas de verano", y nos fascinan algunas escenas como la del descubrimiento del mar. Lo ha visto en una foto antigua: es un bebé, está en una playa y su madre lo tiene en brazos. "Mis ojos de entonces, cuando miran el mar, ¿qué ven?", se pregunta. Y en otro momento, acaso tan intenso, se refiere a la "sensualidad ardiente de las playas. Los cuerpos del verano. Fue también aquí donde aquel niño de las fotografías conoció por primera vez la impaciencia del deseo, sus arenas movedizas".

El balcón en invierno

Luis Landero, 2015

No debe confundirnos el título de esta "deshilvanada y verdadera historia de recuerdos", que es como denominó a esta obra su propio autor. El detonante de su escritura fue asomarse al balcón de su casa en la ciudad una tarde de invierno, pero el verdadero punto de partida es una conversación con su madre en una noche de verano de 1964. El libro más personal de Luis Landero es, en lo mollar, la reminiscencia de sus primeros años en Alburquerque (Extremadura).

Pertenecía a una familia de labradores y en su casa apenas había un libro, pero ahora, convertido en escritor, aflora la experiencia sensorial de los veranos sofocantes entre la siega y la trilla. Su infancia en un entorno rural, del que lamenta su progresiva y cada vez más acelerada desaparición, se ha convertido en alta literatura. El estío resulta determinante, hasta el punto de que el final de este periodo coincide, por fin un año, con la marcha de la familia a la ciudad, un desplazamiento que cambiaría su vida.

Vozdevieja

Elisa Victoria, 2019

También la infancia es la fuerza gravitoria de esta novela basada en experiencias personales. Pero esta niña, que vive en un barrio humilde de Sevilla en los florecientes años de la Expo 92', está perdiendo la inocencia y se ha instalado en un territorio hostil. Elisa Victoria debutó con esta obra que, más allá de la ficción, contiene claras alusiones a su propia vida, sus miedos, la extrañeza de todo lo que sobrevuela su cabeza.

El severo calor del verano en la ciudad hispalense es un personaje más de esta novela que recoge los olores de un piso de extrarradio en el que vive junto a su abuela, porque su madre está afuera luchando contra una enfermedad. El final de la época estival funciona como símbolo del rito de paso al mundo de los adultos.

La ternura

Paula Ducay, 2024

Resulta menos áspera esta obra de Paula Ducay, aunque comparte con la de Elisa Victoria ciertas similitudes. En ambos casos es determinante la mirada femenina de dos mujeres jóvenes que debutan en la novela, y en las dos obras se advierte la pulsión autobiográfica. "Le he regalado algunos de mis miedos y algunas de mis dudas", dijo la autora, sobre la protagonista, a El Cultural, aunque también aclaró que era un personaje de ficción.

La peripecia dramática que atañe a Naima y Marco, compañeros de trabajo, transcurre en la casa familiar de él, que está casado, en Italia. El elemento estacional, las vacaciones de verano, son cruciales en el desarrollo de esta histora. Una casa en el campo cerca del río y próxima al pueblo nos hace pensar en un paisaje idílico, pero la narración nos va desvelando las tensiones entre los personajes. La ternura es "un libro delicado y preciso [...], una historia íntima en la que se pone el foco sobre lo que no nos decimos mientras hablamos", escribió la crítica Ascensión Rivas en la reseña publicada en El Cultural.

Si una mañana de verano un viajero

José Carlos Llop, 2024

Como Vicente Valero, el escritor –también balear– José Carlos Llop es muy dado al apunte diarístico o testimonial. Dos de sus libros imprescindibles, Solsticio (2013) y En la ciudad sumergida (2010), aspiran a ser el registro de una memoria sentimental que ha marcado su vida y su obra. En el primero rememora los veranos de su infancia en Betlem (Mallorca), y en el segundo reivindica la idea de ciudad que proyectaba la isla de Palma antes de que el turismo y la especulación inmobiliaria diezmaran su idiosincrasia.

Parafraseando el título de la gran obra de Italo Calvino, Llop aprovecha en esta obra para despedirse de la casa, emplazada en Marina de Valldemossa, donde han transcurrido sus veranos durante treinta y tres años. El texto está repleto de brillantes evocaciones, relatos de vivencias, descripciones paisajísiticas, ciertas dosis de reflexión a menudo filosófica y alusiones culturalistas. La idea del paraíso perdido gravita sobre toda la obra. "No basta una vida para descubrir la vastedad del alma", escribe.

El verano de Cervantes

Antonio Muñoz Molina, 2025

El primer ejemplar del Quijote al que tuvo acceso Antonio Muñoz Molina era una edición de 1881. Se había publicado, según cuenta en El verano de Cervantes, en Casa Editorial Calleja, y lo encontró a los 10 años en un baúl, en el pajar del último piso de la casa de campo familiar. Su abuelo materno lo rescató de una hoguera que unos milicianos hicieron en un cortijo de señoritos donde trabajaba como mulero. Era el verano de 1936.

"El verano es la estación de Don Quijote de la Mancha". Así arranca El verano de Cervantes, donde Muñoz Molina asegura que no es solo "el tiempo en el que suceden del principio al final todas sus peripecias", sino que es también el momento del año más propicio para leerlo. Se trata de un libro extenso y lleno de singularidades a las que aproximarse con detenimiento, como él ha hecho en este magnífico ensayo marcado por la experiencia de su lectura.