Un fotograma de la película 'El club del crimen de los jueves'.

Un fotograma de la película 'El club del crimen de los jueves'.

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Llega ‘El club del crimen de los jueves’: los asesinatos de siempre desplazan al género negro

Netflix estrena la adaptación de la primera novela de la saga homónima de Richard Osman, el último superventas del fenómeno del cosy crime. 

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Los inquietantes nordic noir que invadieron las estanterías de todo el mundo hace unos años ya no son las favoritas de los amantes de resolver crímenes. Camilla Läckberg o Stieg Larsson, con sus tramas perturbadoras y retorcidas que beben del conocido como género negro, son ya nombres del pasado. Han sido desbancados por un género centenario que ha vuelto a despertar el interés de millones de lectores: el cosy crime.

El último gran éxito en este sentido viene firmado por Richard Osman, un presentador de televisión británico autor de la saga de El club del crimen de los jueves (Espasa). En esta saga, que ya tiene a sus espaldas cuatro entregas, un grupo de amigos octogenarios se reúne un día a la semana para resolver crímenes a modo de pasatiempo. El giro vendrá cuando un asesinato se cometa en su pueblo y frente a sus narices. Será el primer caso real del grupo de jubilados, que desplegarán las habilidades aprendidas en lo que había comenzado siendo un hobby.

Una trama que ha convencido, desde luego. Los números hablan por sí solos: más de 10 millones de ejemplares vendidos en todo el mundo. Netflix, además, ha preparado una película —con Pierce Brosnan, Helen Mirren, Celia Imrie y Ben Kingsley en plantilla— que desarrollará la trama del primero de los cuatro libros (que verá su familia ampliada en septiembre, con una nueva entrega).

No es, la del cosy crime una etiqueta que guste demasiado a los autores englobados en este género. Para muchos es sinónimo de una trama ramplona y descafeinada, que no asume ningún riesgo.

¿Tópico? ¿Familiar? ¿Convencional? Sí, pero en un sentido positivo: uno que nos permite como amantes del género sentirnos cómodos durante la lectura o el visionado de la película o serie. El de los ancianos de la saga de Osman es un claro ejemplo: el crimen no como una oportunidad para ahondar en la psique del asesino, que resulta ser asquerosa y horrendamente humana. Más bien como un pasatiempo, algo más cercano al crucigrama que al psicoanálisis al que acostumbraban los thrillers de los últimos años.

Más de lo que parece

El cosy crime, además, se compone de muchos más elementos de los que a priori se podría esperar. En el núcleo narrativo de los cosies hay siempre un enigma que los lectores tratan de resolver a la vez que el investigador. Parte del reto es ese: adelantarse, incluso al detective. El lector debe poder seguir las pistas hasta el final y tratar de que no se le escape nada. Todo tiene que estar en el tablero. Los giros abruptos que no se vean venir o los Deus ex machina son una trampa del escritor inadmisible en este género.

El escenario normalmente suele ser un espacio delimitado, ya sea una aldea, un pueblo o una mansión. El incidente desencadenante, el crimen suele darse fuera de las páginas o rápidamente, sin ningún tipo de excesos y con alergia al encarnizamiento o lo macabro. El sexo y las palabras malsonantes también están proscritas.

Pero, aunque la etiqueta sea de creación reciente, el cosy crime dista mucho de ser un invento del siglo XXI. Maestros de la novela negra como Agatha Christie o, incluso más atrás, Arthur Conan Doyle (culpable y padrino de todo lo que vendría después), crearon una escuela que más tarde seguirían otros muchos e, incluso, veríamos llegar también a la pantalla.

La televisión ha sido, de hecho, el gran refugio del enigma criminal tradicional que ha renacido con el cosy crime. No sólo nunca han faltado largas series basadas en personajes como Hércules Poirot y Miss Marple de Agatha Christie; el Padre Brown de Chesterton; el Nero Wolfe de Rex Stout o, evidentemente, el Sherlock Holmes de Conan Doyle. También han surgido muchas otras y otros no menos populares y longevos, gracias al secreto amor del público por el crimen misterioso.

Comodidad y crimen en tu televisión

Desde 1997 hasta la actualidad siguen emitiéndose en más de doscientos países las por ahora 24 temporadas de Los asesinatos de Midsomer. Creada por los escritores Anthony Horowitz y Douglas Watkinson, a partir de las novelas de Caroline Graham, hace ya mucho que la serie se independizó de su origen literario para seguir trasladándonos a la campiña británica, repleta de adorables villas, densos bosques, casas de campo y terribles (no mucho, no se vaya a espantar el "acomodado" espectador) asesinatos y asesinos.

Otro rostro que es inseparable del cosy crime y de la televisión es el de Angela Lansbury, la legendaria Jessica Fletcher en Se ha escrito un crimen.

Emitida durante más de diez años, de 1984 a 1996 y con una nómina de 264 episodios y cuatro largometrajes en su haber (además de videojuegos y su propia colección de libros) hicieron de Se ha escrito un crimen un auténtico hito de la televisión. Contribuyó durante años a la supervivencia del estilo clásico del género de misterio, alimentando la infancia y adolescencia de muchas de las, sobre todo, escritoras, que habrían de reivindicarla en las últimas décadas, reinventándola y apropiándose del término cosy.

En España, de hecho, también hemos tenido nuestros escarceos con el cosy crime. De 2009 a 2014 encontrábamos entre la programación de TVE Los misterios de Laura, una serie de detectives en clave de humor que contó con tres temporadas y María Pujalte en el papel protagonista.

Todas estas series y libros nos hacen pasar un buen rato, sin por ello dejar de mostrar el mal que los hombres hacen. Entretienen con gracia, sin pretensiones y, sin duda alguna, con efectividad. Al fin y al cabo, es innegable el efecto terapéutico que tiene que la pieza del puzle finalmente encaje. ¿Y para qué queremos más que eso?