Una de las viñetas del cómic 'Yo, Julio César', de Alfred de Montesquiou y Névil. Foto: Reservoir Books

Una de las viñetas del cómic 'Yo, Julio César', de Alfred de Montesquiou y Névil. Foto: Reservoir Books

Letras

De las Galias al romance con Cleopatra: Julio César cuenta en un cómic cómo consiguió poner Roma a sus pies

La nueva novela gráfica de Montesquiou y Névil recrea la vida del líder romano en primera persona, basándose en los trabajos de 32 historiadores.

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Cuenta la rumorología que la palabra cesárea proviene de Julio César, que habría nacido de esta forma, con su madre destripada y eviscerada para que él viera la luz. Una leyenda alimentada por él mismo para cubrir su figura del barniz heroico desde su mismo alumbramiento.

El mismo Julio César se encarga de desmentir el mito que él mismo construyó para imbuirse de divinidad en Yo, Julio César (Reservoir Books, 2025), un nuevo cómic creado por Alfred de Montesquiou (a cargo del guion) y Névil (ilustración). En estas viñetas, quien lograra hacerse con el cargo de cónsul vitalicio a base de maniobras políticas cuenta de viva voz su recorrido vital, desde el mismo momento de su nacimiento y pasando por algunos episodios de sobra conocidos y otros que han pasado por la historia más de perfil.

Para ello, Montesquiou se ha apoyado en una veintena de historiadores, incluidos biógrafos clásicos del dictator romano como Suetonio o Plutarco. En otras ocasiones, el autor del texto se ha tenido que tomar ciertas licencias, que señala en todo caso en un amplio aparato de notas presente al final de la novela gráfica.

Es muy simbólico dónde y a quién cuenta su historia Julio César. El 14 de marzo, víspera de su muerte, reúne a su círculo más cercano en la villa de Lépido, comandante de caballería que años más tarde formaría el segundo triunvirato con Marco Antonio y Octavio. Comparten la comida con él varios de los que al día siguiente le apuñalarán en la Curia de Pompeyo (Casio, Galba, Cayo Trebonio, su querido Bruto). Él lo sabe y, actuando como Jesús de Nazaret décadas antes del nacimiento del mismo alza la voz y pronostica: "Alguno de vosotros me traicionará".

Pero antes de todo esto, Servilia, su sempiterna amante y madre del que sería su más famoso asesino, Bruto, invita al pater familias de la gens Julia a contar su historia desde sus inicios, cuando era el hijo menor en una familia patricia caída en desgracia.

Portada del cómic 'Yo, Julio César'

Portada del cómic 'Yo, Julio César'

Se crió en la Suburra, un barrio hediendo de Roma conocido por su insalubridad. El Tíber llegaba allí después de haber pasado por el resto de la urbs con lo que, a esas alturas, era un desagüe más que un río, además de un caldo de enfermedades.

Y pese a todo, se nos representa a un Julio César que desde joven muestra un carácter distinto al resto. Se ve a sí mismo como destinado a algo grande y, por ello, sigue una disciplina despiadada con él mismo que más tarde aplicará en sus tropas.

El futuro se le auguraba propicio, pero las consecuencias de las trifulcas ente optimates (la alta aristocracia romana) y los populares (ciudadanos de casta más baja) le obligaron a huir. Su tío Mario, al frente de los segundos, había purgado al bando contrario. Cuando fue asesinado y las tornas cambiaron, Sila, el líder optimate, hostigó al muchacho hasta hacerlo escapar.

Fue en este exilio donde conoció a Servilia, su prima segunda, quien le dio refugio mientras su marido, Marco Junio Bruto, se encontraba fuera. Comenzaron entonces una relación romántica que continuaría hasta la muerte de César. Es por esta época cuando está documentado el nacimiento de Bruto, por lo que muchos historiadores, además del cómic de Montesquieu, se inclinan a pensar que es su hijo. Como tal, desde luego, lo trató toda su vida.

Cuando Julio César no era nadie

César comenzó su carrera militar en Asia menor, aspirando a hacerse un nombre en los límites de las provincias romanas suficiente como para enfrentar la amenaza de Sila. Finalmente, sería una úlcera estomacal la que acabaría con el enemigo del futuro dictator.

De vuelta en Roma, y tras un período en Hispania en el que logró éxitos militares en Lusitania, consiguió ser proclamado Sumo Pontícife mediante sobornos. Decidió formar con Craso y Pompeyo, que también el conocido triunvirato, una alianza bajo mano de tres hombres influyentes. "Craso y Pompeyo —cuenta el propio Julio César—, el dinero y el poder. Yo, el más débil, ,estaba entre dos titanes. Pero, cuanto más crecía su ambición, más me necesitaban". Con el apoyo de sus dos aliados se hizo por primera vez con el puesto de cónsul.

Más tarde casó a su hija Julia con Pompeyo, sellando aún más su alianza con él. Al terminar su mandato, con 41 años, consiguió que se le nombrara proconsul de las regiones que conectaban la península itálica con el resto del continente: Iliria, la provincia cisalpina y la provincia de Galia transalpina.

Fue en las Galias, durante las invasiones germánicas, cuando brilló por primera vez la famosa décima legión. Ante el temor de los legionarios hacia este nuevo enemigo por las habladurías que los retrataban como gigantes temibles, Julio César mandó a los oficiales patricios volver a casa. Según él, solamente necesitaba al legionario del pueblo romano. "Ir a la guerra con ciudadanos de Roma es hacer política. Ese día, sin saberlo, logré la mayor victoria. Humillé a los hijos de los patricios y me gané a la tropa para siempre", recuerda.

Con las legiones reagrupadas, extendió su poder aliándose con algunas tribus galas y derrotando a los germanos invasores, hasta llegar a la Galia belga. Poco a poco, extendió la pax romana por todo el territorio galo. Cuando no sirvió la diplomacia, lo hizo con la espada: "fundé este imperio sobre ríos de sangre".

Tras ello, queriendo "ampliar las fronteras del mundo conocido", costeó las expediciones al este del Rin y la isla de Britania exprimiendo a las provincias a su cargo. Todo para explorar unos territorios de los que no sacaría ningún rédito más allá de la gloria.

Rebelión en las Galias

A cambio el ánimo en la Galia estaba cada vez más candente. Los galos acusaban a Julio César de tratarlos como vasallos y no como aliados. Finalmente estalló la revuelta. La encabezaba Vercingetórix, príncipe del pueblo arverno muy admirado por César y antiguo aliado.

El líder romano se enfrentaba a un estratega de su nivel que en un principio se negó a luchar y empleó la técnica de la tierra quemada. Finalmente, tras perder su primera batalla y verse obligado a reconfigurar sus tropas con mercenarios germanos, César arrinconó a su enemigo en Alesia, una ciudad fortificada.

César mandó construir en Alesia su famosa doble empalizada en torno a la ciudad. Los legionarios quedaban protegidos tanto de la futura llegada de refuerzos enemigos como del eventual asalto de los sitiados.

"Finalmente llegaron los refuerzos, ,hombres de todas las tribus de Aquitania, la Galia celta y la belga", nos cuenta el dictador romano. "En Alesia había 100.000 guerreros, y 240.000 galos llegaron como refuerzo para luchar contra mis 60.000 legionarios. Fue la mayor batalla de la historia de los hombres".

La situación era crítica. Los enemigos de Roma eran incontables. Amontonaban a sus muertos y heridos para rellenar superar los fosos y empalizadas. Los refuerzos y las tropas de Vercingetórix estaban a punto de juntarse.

Pero Marco Antonio, que había conseguido notoriedad en esta guerra, llegó con la caballería germana para darle la vuelta a la situación. Los galos se replegaban. La victoria era romana. Vercingetórix ofreció su vida para salvar la de sus guerreros. El líder enemigo fue llevado a Roma y retenido en las cárceles de Tullianum, a los pies del Capitolio, donde esperaría durante años a ser ejecutado por el propio César en su ansiado día de la victoria.

El enemigo en casa

Acabada una guerra, comenzaba una nueva, esta vez en casa. Preocupado por el protagonismo que estaba adquiriendo, el senado, encabezado por Pompeyo, su antiguo aliado, se negaba a prorrogar el mandado de César en las Galias. El objetivo era que volviera a ser un simple ciudadano para perder sus privilegios políticos y poder ser llevado a la justicia por corrupción y abuso de poder.

Cuando Marco Antonio fue mandado con una carta en son de paz al senado, éste respondió declarando al vencedor de las Galias enemigo público. "Aquello era una guerra civil. La historia recordará que hice todo lo posible para evitarlo", nos cuenta el pater familias de la casa Julias.

Como respuesta, se dispuso a marchar sobre Roma para, según dice él mismo en el cómic, defender su honor, su libertad y su vida. Al día siguiente cruzó el Rubicón, el río que separaba Roma de las provincias y una frontera simbólica que, al ser sobrepasada, representaba la afrenta hacia el senado. No había marcha atrás. O la victoria o la muerte. Alea iacta est. La suerte estaba echada.

La resistencia en Roma fue escasa. "No necesité ni diez días para que los romanos huyeran en desbandada". Julio César persiguió a Pompeyo hasta los confines de la península itálica, tomando una ciudad tras otra a su paso. Lo acorraló en la actual Brindisi, desde donde los pompeyanos huyeron a Macedonia. Después de algún revés de su enemigo en las costas griegas, el dictator fulminó al ejército rival en la batalla de Farsalia.

Pero Pompeyo volvió a huir. César lo siguió de provincia en provincia, donde una y otra vez le negaban asilo al derrotado. Finalmente, llegó a Egipto y tras él su perseguidor. Cuando Julio César llegó a las costas de Alejandría, le recibieron con la cabeza de su enemigo en bandeja. La oposición había sido erradicada, era el nuevo líder absoluto de Roma.

Allí, sin embargo, tuvo que entretenerse. En Egipto estaba a punto de estallar una guerra civil entre el faraón niño Ptolomeo XIII y su hermana Cleopatra. Ésta última comenzó un romance con el héroe romano, lo que se tradujo en una alianza que la pondría en el trono tras acabar con la vida de su marido. De la relación entre la reina egipcia y César nacería un niño, Cesarión. A ambos se los llevaría a Roma.

Al fin en la urbs, Julio César consiguió plenos poderes de forma vitalicia. Pero la oposición a esos excesos políticos pronto volvió a ser clara. Incluso sus más fieles y antiguos aliados mostraban su repulsa a muchas de las prácticas del dictator, a quien se comenzó a percibir como un peligro para la República romana y un aspirante a instaurar un imperio bajo a su nombre.

La traición se fraguó en la casa de Servilia. Según documentan la mayoría de historiadores. Ella no tuvo nada que ver. Si lo tuvo Bruto, su hijo. También su cuñado, Casio. Incluso la esposa de su hijo, Porcia, única mujer, que se sepa, que formó parte del complot.

 Pese a los presagios de su mujer, Julio César acudió a la Curia la mañana del 15 de marzo del 44 a. C.. Allí se sospechaba que, utilizando como excusa una profecía que aseguraba que la guerra contra los partos solo la ganaría un rey, el dictator se proclamaría monarca. Sea o no cierto, no tuvo tiempo a decir mucho antes de recibir 23 puñaladas. La última, se dice, corrió a cuenta de Bruto: "No te guardo rencor, Bruto. Gracias a ti muero de forma rápida e inesperada. Con la alegría de saber que tu insignificante persona, condenada a desaparecer en la historia estará desde ahora ligada al nombre de Julio César. Toda la eternidad", le susurra el asesinado con su último aliento en las últimas páginas del cómic.

Y no se equivoca. El nombre de Bruto, como el de Judas, aún hoy es sinónimo de traidor. No en vano, es el hijo de Servilia el que, junto a Casio, acompaña al Iscariote en lo más profundo del infierno dibujado por Dante en La divina comedia. Así lo recuerda el canon literario, así lo recuerda la historia y así lo recuerda, también, Yo, Julio César.