Alejandro G. Roemmers posando con su libro en la Casa Antonio Stradivarius. Foto: Javier Ocaña

Alejandro G. Roemmers posando con su libro en la Casa Antonio Stradivarius. Foto: Javier Ocaña

Letras

Tras los pasos del último Stradivarius: un viaje a Cremona con el escritor Alejandro G. Roemmers

El autor argentino presenta en la cuna de la lutería su nueva novela, 'El misterio del último Stradivarius', escrita durante la pandemia y leída por Vargas Llosa.

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Desde lo alto del campanario de la catedral de Cremona, la ciudad parece un pentagrama tendido sobre la llanura del Po. Los tejados rojizos marcan la melodía, las calles se dibujan como partituras y, con algo de imaginación —o quizás solo atención—, uno juraría que el viento arrastra ecos de violines. No suena ninguno, y sin embargo, ahí están, suspendidos en el aire como un murmullo invisible. Cremona, cuna de los grandes lutieres italianos, sigue vibrando con la música que le dio forma.

Esta ciudad lombarda, de apenas 70.000 habitantes, es el epicentro mundial de la lutería. Aquí nacieron y trabajaron figuras legendarias como Andrea Amati, Giuseppe Guarneri y, por supuesto, Antonio Stradivari (1644–1737), el más célebre de todos.

Sus violines, construidos hace más de tres siglos, no han perdido ni un ápice de su prestigio; aún hoy son considerados los instrumentos de cuerda más perfectos jamás creados. Solistas, coleccionistas y museos se disputan los cerca de 650 ejemplares que sobreviven, y algunos alcanzan precios superiores a los 15 millones de euros.

¿Por qué un Stradivarius suena como suena? No hay una sola respuesta. Es una combinación de factores que va desde la elección de la madera hasta el barniz, pasando por proporciones milimétricas que alteran la vibración de cada nota.

Alejandro G. Roemmers, autor de El misterio del último Stradivarius (Planeta, 2024), lo resumía durante nuestra visita: "Un instrumento refleja la personalidad del artesano. Somos energía, y la ponemos en lo que hacemos. Eso permanece". Para él, la magia no está solo en el sonido, sino también en la huella espiritual del que lo construye.

Alejandro G. Roemmers posando con su libro en la plaza principal de Cremona. Foto: Javier Ocaña

Alejandro G. Roemmers posando con su libro en la plaza principal de Cremona. Foto: Javier Ocaña

Roemmers nos acompañó durante dos días de viaje a Cremona, en un recorrido que era tanto literario como sensorial. Su novela —mezcla de thriller, relato histórico y reflexión filosófica— parte de una historia en apariencia imposible: un nuevo violín de Stradivari ha sido hallado en extrañas circunstancias. La intriga se extiende desde la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días, y encuentra resonancias profundas en la ciudad que inspiró el libro.

"Esta idea empezó durante la pandemia, en paralelo a la peste de Nápoles (que sale en el libro), otro episodio donde el arte y la muerte se cruzan", comenta el autor. "Me interesaba más el violín que nada". El resultado es una novela que fascinó incluso a Mario Vargas Llosa, que la leyó y celebró por su profundidad y ambición narrativa.

En la Academia Internacional de Lutería, donde estudian más de 150 adultos de todo el mundo, descubrimos algunos secretos del oficio. La madera que se utiliza —abetos y arces del norte de Italia o incluso maderas de góndolas venecianas— puede resistir agua salada, moho y el paso de los siglos.

Cada violín pesa apenas 300 gramos y cuesta unos 3.000 euros elaborar uno. Su forma depende de mediciones minuciosas que alteran el timbre con apenas una diferencia de milímetros. "La fama de los Stradivarius viene de esa atención al detalle", señalaban los lutieres que nos guiaron.

La música fue siempre más que entretenimiento. Durante el Holocausto, en los campos de concentración, también era un vehículo de resistencia y consuelo. En la novela, esta idea aparece como trasfondo simbólico: la belleza como forma de sobrevivir al horror.

Roemmers nos recuerda que "la música puede florecer en los peores contextos". Como prueba, sus personajes cruzan escenarios y épocas en busca de un instrumento que, en realidad, es también una búsqueda interior.

En la visita al Museo del Violín, auténtico santuario del instrumento, vimos ejemplares originales de Stradivari, Guarneri y Amati, custodiados en vitrinas como joyas de otro tiempo. Algunos de ellos se siguen tocando en conciertos breves, cuidadosamente programados. Es tal el valor del instrumento que cuando estos conciertos se llevan a cabo, son escoltados por una seguridad inquebrantable, como si se tratase de oro.

El viaje terminó donde todo empezó: aquella vasta plaza bajo la sombra del campanario. Roemmers, sereno, contemplaba la plaza casi vacía y en su silencio había algo más fuerte que las palabras: toda la música que aún no ha sido escrita, pero que ya resuena en quienes saben escuchar.