Juan Ramon Jiménez sobre un fondo psicodélico. Diseño: Rubén Vique

Juan Ramon Jiménez sobre un fondo psicodélico. Diseño: Rubén Vique

Letras

¿Un yonqui llamado Juan Ramón Jiménez?: "Busco en el opio mi sueño, ¡dormirme del todo y para siempre!"

Jonás Sánchez Pedrero analiza la relación del poeta de Moguer con las sustancias estupefacientes en el libro 'Juan Ramón Jiménez y las drogas'. 

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Es sabido que desde su juventud Juan Ramón Jiménez (Moguer, 1881-San Juan, 1958) padeció numerosas enfermedades de las que hoy denominaríamos mentales. Por sus síntomas, hay quien afirma que sufría un trastorno bipolar, otros apuntan a una depresión crónica y los más subrayan su carácter hipocondriaco, aunque en su tiempo el diagnóstico más común fue el de neurastenia, esto es, agotamiento del sistema nervioso.

Obsesionado con su muerte, el poeta de Moguer luchó con desesperación contra lo que Fidel Moreno denomina "la enfermedad sin nombre". Y para ello no dudó en ingerir cualquier medicamento, pócima o droga que sus médicos le recetasen o que él mismo, basado en su propia experiencia, creyera que le iba a sanar.

Para analizar desde un punto de vista científico cómo el consumo habitual de diversos fármacos ­–muchos de los cuales hoy prohibidos– influyó en la vida y en los versos del premio Nobel de 1956, Jonás Sánchez Pedrero (1979) publica Juan Ramón Jiménez y las drogas (Almuzara), fruto de quince años de investigación en la trayectoria vital y literaria del poeta.

El autor madrileño analiza además los efectos del remedio que con más frecuencia recetaron a Juan Ramón lo largo de su vida, el láudano o tintura de opio, para solucionar o aliviar un amplio espectro de sus dolencias, como la depresión, la irritación, la colitis, el insomnio e incluso el catarro.

Sin embargo, conviene recordar que a principios del siglo XX era absolutamente legal y habitual acudir a una farmacia para adquirir unos gramos de cocaína, que estaba presente incluso en jarabes infantiles, o de opio, y que el láudano estuvo en las boticas españolas hasta 1977 por su presunta eficacia, aunque la composición de la tintura podía variar obedeciendo al criterio del médico o del boticario.

Según Sánchez Pedrero, "aunque no sabemos si Juan Ramón consumió a lo largo de su vida otro tipo de tinturas de opio, sí empleó el láudano de Sydenham, que como norma solía tener un 1% de morfina".

Aquejado de ataques de melancolía y de depresión tras la muerte de su padre en 1900, en realidad el poeta estaba más que familiarizado con el láudano. Es más, en 1903 el propio Juan Ramón confirmaba en su Diario íntimo, en cuatro ocasiones nada menos, que seguía tomándolo a menudo. Más aún, el 8 de noviembre anotaba: "Hoy estoy más tranquilo, tal vez a causa del opio que tomé ayer".

Y al día siguiente, tras haber pasado el día en casa de su médico Luis Simarro escribía: "He venido tembloroso, agitado y lleno de temor a un grave accidente. Por lo cual, antes de cenar he tomado unas gotas de opio". Nueve días más tarde, el 18 de noviembre, insistía: "Al levantarme, he tomado unas gotas de opio, amargo y exquisito".

Precisamente era esa afición desmedida al láudano lo que desanimaba a Zenobia Camprubí al principio de su relación. Corría el año 1913 y ella le explicó claramente su opinión: "La única cosa que yo le he dicho que encontraba muy mal de las muchas que hace usted, es el tomar opio. Es la única cosa, y enseguida se pone a tomarlo otra vez". La respuesta de un Juan Ramón enamorado fue contundente. Aunque lo había tomado "cuatro o cinco noches para combatir el insomnio", le juró que no era "un tomador de opio" y que esa misma tarde había arrojado el frasco contra la pared del jardín.

Claro que en esa misma época, escribió: "Sólo la noche me consuela un poco. Ya hace tres que busco en el opio mi sueño. Dormir, dormir mucho, ¡dormirme del todo y para siempre!". Y Zenobia Camprubí, con devoción asombrosa, puntualiza muchos años más tarde, ya resignada a la personalidad y hipocondria de su esposo: "J.R. tiene rachas malas y el láudano Sydenham no se puede tomar tan seguido sin malos efectos" (13 de marzo de 1949) y meses más tarde: "Le recetó tabletas [de morfina] y se fue. J. R parece algo animado".

Aunque el láudano fue lo que más a menudo le prescribían, a lo largo de su vida Juan Ramón tomó auboisina, esparteína, bromuro, bismuto, cerio, ácido nítrico, citrato de magnesio, Thorazine, Seporsil, Torapine, Peptalmine, Recresal, lactodextrina, Agocheline, Nuclearsitol, Purolan, morfina, belladona, beleño, estricnina, mercurio y arsénico, entre otras muchas decenas de medicamentos.

Etiqueta de uno de los medicamentos más populares del siglo XX

Etiqueta de uno de los medicamentos más populares del siglo XX

Otra cuestión es si, con el tiempo, el poeta se convirtió en adicto, pues estuvo más de cincuenta años consumiendo estos remedios y automedicándose. Quizá hablar de una dependencia severa pueda parecer arriesgado, pero el autor del libro defiende que al revisar la vida del poeta desde la perspectiva médica no es fácil sustraerse a la especulación acerca de sus dolencias: colitis, migraña, insomnio, depresión… que suelen estar relacionadas con la abstinencia repentina y total de una droga.

"Sí, se trata de un cuadro clínico que coincide con el síndrome de abstinencia del opio y cuyos síntomas se calman con la ingesta del mismo. A su vez, cuando uno repasa los apuntes autobiográficos en los que el poeta se jacta de no fumar, no beber vino y odiar el café, uno acaba por entender que la infelicidad del poeta se debió en gran parte a tener una relación perturbada con el placer y el dolor, que lo hacía buscar la embriaguez con el subterfugio de la prescripción médica.

Por un lado, hace méritos para estar sano, defendiendo un 'arte natural' lejos de estímulos 'artificiales', por otro, se enferma para alcanzar el bienestar que le procuran las drogas prescritas como fármacos terapéuticos, pero proscritas como estimulantes recreativos", destaca.

Además, llegó a saber tanto de síntomas y medicamentos que, si algún amigo le confesaba estar enfermo, no dudaba en recetarle él mismo algún remedio. Así, el periodista colombiano Germán Arciniegas recordaba que a principios de los años 40 se lo encontró en Washington y al explicarle que estaba indispuesto, Juan Ramón le obligó a almorzar en su casa y le preparo una sopa de arroz con unas gotas de láudano.

Lo peor era que cuando Juan Ramón recuperaba la salud y los médicos suspendían el tratamiento, aparecían en el poeta los síntomas del síndrome de abstinencia. De pronto perdía el interés por su trabajo, tenía alucinaciones y se apoderaba de él una violencia asombrosa.

En realidad, como nunca llegó a sentirse completamente sano (cuando no padecía del corazón era de insomnio, de colitis, de melancolía, etc.) jamás dejó de consumir drogas en mayor o menor medida. No hay más que leer la carta que en 1940 escribe a Zenobia desde Nueva York: "Queridísima Zenobia: ayer no te escribí. La temperatura bajó tanto que parecía invierno. Me enfrié y apareció la colitis. No salí en todo el día, me dieron de comer en casa. Tomé opio y hoy estoy mejor".

A pesar de todo, los chequeos demostraban que el poeta estaba sano, pero él no quería aceptarlo y escribía: "Mi trajedia es que se diga que yo estoy bien y que no quiero hacer esto o lo otro . [...] Mi cabeza estaba débil de mala comida, sedantes, mal sueño y yo no tenía la cabeza firme. Ahora, en eso, es en lo que estoy mejor. Pero el corazón sigue mal" (1952). Ese año, quizá como consecuencia de los sedantes que tomaba, Juan Ramón se encontraba en un estado de ensoñación permanente y llegó a escribirle a Zenobia que "la verdad es que hay muchos instantes en que dudo de la realidad y no sé si existo o no".

Mientras, él seguía probando nuevos medicamentos. Cuando no recibía algún tipo de sedación perdía los nervios y voceaba sin motivo "dando unos gritos espeluznantes". Ya polimedicado, recibirá inyecciones de insulina a modo de sedativo.

Tras la concesión del Premio Nobel en 1956 y la muerte de Zenobia tres días después, la depresión, el abandono y la soledad aumentaron hasta que dos años, el 29 de mayo de 1958, moría en la misma clínica que Zenobia, víctima de una bronconeumonía. Dejaba al fin de sufrir y lograba lo que tanto ansiaba: "Dormir, dormir mucho, ¡dormirme del todo y para siempre!"