
Cristina Rivera Garza. Foto: Marta Calvo
'Terrestre', de Cristina Rivera Garza: la melancolía como fuerza creadora
En su nuevo libro de relatos, la escritora convierte el viaje en una metáfora existencial para explorar la nostalgia, la juventud perdida y los vínculos invisibles que nos atan a la Tierra.
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¿Saben a qué suena el paso del tiempo en Terrestre? A escalofrío, al chirrido de una lija que araña una pared durante la noche. Los humanos son espasmos en la vida planetaria: el olvido los acecha y la muerte los condena.

Terrestre
Cristina Rivera Garza
Random House, 2025
176 páginas. 17,95 €
De esa conciencia nace el último trabajo de Cristina Rivera Garza (Matamoros, México, 1960), siete crónicas de viaje, siete plegarias por lo vivido, pero también por lo que no se escogió y se perdió en la neblina del futuro incumplido.
"¿Me amarás cuando tenga 64?", pregunta una joven a su amado; entonces, una voz sentencia implacable: "Nadie sabe nunca que no tendrá tiempo", y a continuación: "Nunca arreglaste un fusible. Nunca tejí un suéter cerca de la chimenea".
Esta cruel melancolía se infiltra en el lector y hace temblar el suelo porque, por sobre todas las cosas, Terrestre es un libro que indaga en la nostalgia como impulso literario; no en vano, los siete relatos que lo componen están impregnados de una suerte de tristeza oceánica que, como lluvia pertinaz, cala hasta los huesos. Y lo cierto es que resulta sumamente bello.
La autora ilumina y enmaraña pasado y porvenir, temporalidad humana y geológica, vidas individuales e historia colectiva, anhelo de juventud y ciega esperanza. Pulsión de ocupar el mundo y voluntad de huida. Por eso las estructuras se plantean como juego y acertijo, como esfinges poderosas.
Rivera Garza emprende un viaje a través de la memoria: regresa a finales del siglo XX para habitarlo de nuevo en las vidas de mujeres que andan solas por las calles, de muchachas y muchachos que descubren el amor, de migrantes mexicanos y chicos revolucionarios, de obreros explotados, de asesinos y de chicas que en bandada, como aves migratorias, buscan la libertad. "Si es memoria es ficción", afirma alguien en el libro.
Y después: "Si es memoria es confusión". En ese espacio brumoso entre tiempo y poesía, entre escritura y recuerdos, Terrestre hace del viaje la imagen esencial de la existencia humana. El acto fundamental no es salir a la ventura, lo sabemos desde Homero; lo importante es regresar.
Por eso los narradores caminan hacia el pasado, hacia los días felices, pero también especulan con las cosas que no hicieron, con futuros que no fueron.
Los personajes ostentan el don, pero también la condena, de la dulce juventud y se lanzan a las rutas a celebrar que están vivos y postergan de este modo la entrada en la edad adulta; tal vez sospechan la crueldad del paso del tiempo o acaso es que hay alguien desde un futuro incierto que los mira y les advierte; una de las protagonistas afirma: "Nosotros, tú y yo, duraremos poco". Y otra en otro cuento dice: "No íbamos a ser inmunes a la gravedad toda la eternidad".
Porque "todo se está despidiendo siempre de cualquier manera" y porque vivir es, en última instancia, "una lenta, enferma e inevitable despedida", los siete relatos de Rivera Garza defienden decir adiós sin traicionar la belleza de vivir o haber vivido, sin ocultar la tristeza de ir marchándose de a poco.
Viajar, nos recuerda Terrestre, significa establecer vínculos con la Tierra, colaborar y ser parte de la memoria del mundo, de su belleza inaudita, del dolor de sus heridas. Trenes, carreteras y estaciones de servicio; plantas de procesamiento de peces y hostales de extrarradio; Belfast, México y la frontera con Estados Unidos; el desierto y los volcanes como animales dormidos.
El planeta comparte protagonismo con esas chicas que vuelan como pequeñas diosas, con esos chicos que andan en busca de libertad, con los obreros cansados que se juntan por las noches para inventar la alegría. También la Tierra vive, también quiere regresar, ser él mismo un gran viaje. Un planeta que gira en infinita nostalgia.