Nicolas Jenson en su taller de grabado, en una litografía de Robert Thom

Nicolas Jenson en su taller de grabado, en una litografía de Robert Thom

Letras

La historia de Nicolas Jenson, extraño discípulo de Gutenberg y príncipe de los impresores renacentistas

Enric Satué reconstruye la vida de Nicolás Jenson, impresor renacentista, en una biografía que reivindica la autoría colectiva y el nacimiento de la imprenta.

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Señalo de entrada una bondad de esta biografía novelada: de su lectura se desprende que el autor de un libro, cuyo nombre aparece en la portada, no es el único que dota de significado a un texto. Que la autoría resulta una obra colectiva, pues diversos sujetos y factores añaden sentido al texto. La idea romántica de que un solo ser humano origina el sentido de un texto, dominante en España, resulta a todas luces superada. Desafortunadamente, no existen entre nosotros estudios sobre el origen social del texto, ni ninguna universidad ofrece cursos sobre el tema.

El príncipe de la imprenta 

Enric Satué

Galaxia Gutenberg, 2025. 262 páginas. 18 €

La pluma de Enric Satué (Barcelona, 1938) invoca un área de atención cultural necesaria. Y expresa su interés poniendo de protagonista o sujeto de esta biografía a un histórico impresor, Nicolas Jenson (1420-1480). Lo conocemos en el lecho de muerte, recién firmado el testamento, y escuchando pedazos del relato de su vida, redactados por su colega y amigo Peter Ugelheimer.

El momento en que vivieron los personajes históricos de este relato, Jenson, su socio Ugelheimer y otro impresor, Johannes Rauchfas, quien acompaña también al maestro en sus últimos momentos, lo denominamos Renacimiento. Entonces la cultura europea, que iba a dominar el mundo por siglos, dejaba atrás el pensamiento clásico y se abría a ideas innovadoras.

La invención de la imprenta, ese genial avance del progreso, por Johannes Gutenberg en Maguncia (Mainz), posibilitará la difusión del saber en esos instrumentos portátiles llamados libros. La impresión de las cartas geográficas abrirá asimismo las puertas al Nuevo Mundo, e incluso los panfletos impresos de temas contemporáneos pronto inaugurarán la Prensa.

Satué cuenta la historia de Jenson, extraño discípulo de Gutenberg, francés de origen, que estudió en Maguncia, donde aprendió a perfilar sus talentos. Sabía grabar monedas con un punzón, lo que le serviría para perfeccionar el arte de la imprenta. Luego, se afincará en la rica y cosmopolita Venecia, donde pasó el resto de su vida trabajando en su imprenta, la Compañía. Nunca se casó, pero sí tuvo hijos naturales.

Satué cuenta con precisón la historia de un orfebre impresor, recreando el momento glorioso del humanismo del siglo XV

Nunca sufrió demasiados afanes, pues su talento fue apreciado enseguida, y supo rodearse de los mejores, que crearon cientos de copias de notables libros que aún hoy sorprenden por su calidad, sus preciosas letras, la falta de erratas. El noble arte de imprimir hizo que lo consideraran después del emperador del oficio, Gutenberg, uno de sus príncipes, junto con Aldo Municio, y un siglo después Cristóbal Platin de Amberes.

La vida profesional de un impresor solía ser corta, veinte años a lo sumo, por el plomo y el aceite de linaza empleados para crear los moldes, que dañaban la salud. Ese aceite le une con otra de las piezas claves del arte universal, la Adoración del Cordero Místico, de Jan van Eyck. El belga, por aquellos años en Brujas, alumbraba el uso de la pintura al óleo con una genialidad extraordinaria.

El pincel de Van Eyck permitía poner cara y cuerpo a seres divinos, un talento que corre en paralelo con la limpieza y el rigor con que Jenson utilizaba los moldes de imprenta para representar por medio de signos, en blanco sobre negro, las historias de la Humanidad. Con Gutenberg había trabajado en la más famosa de las Biblias.

Satué cuenta con pausa y precisión esta historia de un orfebre impresor, veneciano de adopción, recreando ese momento glorioso del humanismo del siglo XV, cuando la pintura de Jan van Eyck, la imprenta de Nicolas Jenson, el grabado, la cartografía, cultivada en Castilla y Portugal, permitían reproducir la realidad, que los exploradores de Indias aumentaban físicamente en sus viajes.