La cantante Billie Eilish en un concierto en 2018

La cantante Billie Eilish en un concierto en 2018

Letras

El poder del algoritmo: ¿por qué Billie Eilish piensa en Tiktok para hacer su música?

Los ensayos 'Mundofiltro', de Kyle Chayca, y 'Esclavos del algoritmo', de Laura G. De Rivera, escudriñan estos procedimientos matemáticos que, impulsados por grandes corporaciones, determinan nuestro criterio.

Más información: ¿Están los algoritmos transformando la cultura?

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En La broma infinita, David Foster Wallace describía la película titulada –con toda intención simbólica– Entretenimiento como un reclamo "extrañamente hueco, vacío", en el que "no hay sensación de traslación dramática, no existe un movimiento narrativo que conduzca a una verdadera historia". La descripción no puede tener más vigencia. Varias redes sociales (seguramente TikTok con mayor precisión que ninguna) encarnan hoy esa barra libre visual que ceba cerebros hasta adormecerlos. La caverna platónica es hoy ese scroll sin fin que determina en buena medida qué comemos, a dónde viajamos, cómo vestimos… Y también qué películas y series vemos, qué obras de arte nos estimulan, qué libros leemos y qué música escuchamos.

La cultura es uno de los ámbitos más condicionados por algoritmos que operan como mediadores entre arte y sociedad. Algoritmos de recomendación, que, en las plataformas varias, nos encauzan hacia una película o una canción concretas, o generativos, capaces ellos mismos de crear, tras deglutir cantidades ingentes de datos, cualquier tipo de obra, desde una tesis hasta un guion, desde una ilustración a un poema, desde una pintura hasta una dramaturgia. La pandemia hizo que los termináramos de acomodar en nuestras vidas con naturalidad, como una herramienta útil para despistar nuestro desasosiego. Pero la magnitud de su influencia es alarmante. Y tienen un reverso opaco (oscuro) del que apenas sabemos nada.

Poco a poco, no obstante, están empezando a gotear los primeros análisis concienzudos de este cambio de paradigma. Dos reporteros especializados en tecnología han intentado asomarse a las bambalinas de estos procedimientos matemáticos que combinan la estadística con la probabilidad para atrapar a un público bulímico.

Esclavos del algoritmo

Laura G. De Rivera

Debate, 2025. 328 páginas. 19,85 €

Hace unos meses Gatopardo lanzaba Mundofiltro. Cómo los algoritmos han aplanado la cultura, de Kyle Chayka, periodista del New Yorker. Y Debate publica el día 9 de enero Esclavos del algoritmo, de Laura G. De Rivera. Dos trabajos equiparables en su método (entrecruzan su propia experiencia en la jungla digital con el testimonio de decenas de entrevistados) e intención: demostrar, sobre todo, que los algoritmos están usurpando los criterios personales de una ciudadanía cada vez más pasiva y homogénea en lo que respecta a gustos y deseos.

Es la consecuencia de dejar en manos de los programadores interesados de los algoritmos (léase las grandes compañías tecnológicas) decisiones relevantes que moldean el mundo que vivimos. Lo que supone, en definitiva, la prevalencia de la prescripción robótica sobre la humana, cuyos sesgos y prejuicios, que también los tiene, son más fáciles de impugnar.

Chayka, en concreto, denuncia cómo las plataformas están desactivando la creación más urticante y transgresora, como si en la cultura, añade, se estuviera consumando el fenómeno Starbucks, cafetería hípster/pija, agradable y neutra, replicada por todo el mundo por su estética tan instagrameable: "Paredes alicatadas con azulejos blancos de metro, anchas mesas industriales hechas con tablones reciclados, modernas sillas de patas delgadas de estilo mediados de siglo y lámparas colgantes provistas de las clásicas bombillas Edison".

Chayka ofrece algunas pruebas de cargo. Como el caso del grupo indie de los 80 Galaxie 500. Su batería, Damon Krukowski, se percató de que una de sus canciones, Strange, se había despegado muchísimo del resto de su catálogo en escuchas. Tenía cientos de miles de reproducciones más. Era, curiosamente, su tema más "corriente", más ramplón: "Un ritmo de fondo regular de batería, un tono chirriante de guitarra que no era característico de Galaxie 500, ausencia de solos largos y poca duración, solo tres minutos y diecinueve segundos".

Chayka denuncia que las plataformas desactivan la creación más urticante. De Rivera pide leyes que nos protejan

Esos rasgos lo hicieron pintiparado para el autoplay de Spotify: el mecanismo que activa automáticamente canciones cuando se ha terminado la música elegida. Strange era muy buena para este fin porque no generaba rechazo. Sonaría como ruido indistinto en peluquerías, bares, cocinas, fábricas… sin que nadie reparase en ella. Idónea, pues, para mantener Spotify en marcha, sumando minutos, que es de lo que se trata.

Los músicos del presente, por su parte, se adaptan a los moldes que les ofrecen las redes sociales. Chayka cita a Billie Eilish, a sus temas que calzan como un guante en TikTok: cortitos y con el estribillo en primera instancia, para agarrar al personal de la solapa desde los primeros compases.

Mundofiltro

Kyle Chayka

Traducción de María Antonia de Miquel. Gatopardo, 2024. 277 páginas. 22,95 €

Alguno podría decir que no hay nada nuevo bajo el sol. Y no le faltaría razón. Ya Walter Benjamin nos explicó cómo había alterado la creación la propagación de la fotografía en La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. Y qué decir del impacto de la imprenta de Gutenberg en la escritura y la lectura… Pero se pueden apreciar rasgos distintivos que hacen de esta mutación algo más radical. Como avisa en Esclavos del algoritmo Carme Artigas, exsecretaria de Estado de Digitalización e Inteligencia, estamos ante "la única tecnología que puede evolucionar sin intervención humana". Horizonte inquietante: el de la emancipación de las máquinas.

De Rivera exige una legislación que proteja la sociedad civil de estas corporaciones que, con su monopolio aplastante, han codificado la realidad a base de unos y ceros. "Los algoritmos de priorización de contenidos de Facebook –advierte– deciden cómo ven el mundo sus 2.700 millones de usuarios mensuales. Los de Twitter escogen los temas que interesan a los 330 millones de personas que usan esta plataforma como fuente de información –entre ellos periodistas, investigadores y políticos–. Los de recomendación de vídeos de YouTube orquestan el 70 por ciento de lo que sus dos mil millones de usuarios mensuales ven en sus canales, el equivalente diario a setecientos millones de horas o mil vidas humanas".

La Unión Europea va en vanguardia en protección pero, lamenta, sus legislaciones son un coladero. Por otro lado, pide a la sociedad civil mayor conciencia de la gravedad del asunto y que busque alternativas a los gigantes, para no ceder cuando sus derechos están en juego, como hicieron, por ejemplo, los guionistas de Hollywood amenazados por la Inteligencia Artificial. Chayka, por su lado, incita ya a imaginar la sociedad posalgorítmica, inspirado, de nuevo, en Benjamin, que decía: "Cada época no solo sueña con la que vendrá después, sino que, al soñar con ella, acelera su despertar. Contiene su propio final". ¿El final de la broma infinita?