Dario Džamonja. Foto: Sajalín.

Dario Džamonja. Foto: Sajalín.

Letras

Las salvajes 'Cartas desde el manicomio' de Dario Dzamonja, el Charles Bukowski balcánico

Estas lúcidas crónicas suicidas, escritas desde el infierno de la adicción, son los primeros relatos del escritor bosnio que han sido traducidos. 

18 abril, 2024 02:40

Entre las grandes satisfacciones que debe dar dirigir una editorial literaria, la asociada al descubrimiento de un autor ignoto en el mercado internacional debe ser, seguro, una de ellas. Y si ya vendiera, ni les cuento.

Resulta así que estas Cartas desde el manicomio (2001), son en verdad (o eso al menos se dice en el prólogo) el primer texto que se traduce nunca a ningún idioma del escritor Dario Dzamonja (Sarajevo, 1955-2001), milagro que debemos a su traductor, Marc Casals, enamorado de Bosnia desde hace años.

Cuesta creer este hecho, las cosas como son, pues de ser cierto, este rescate se presiente no tanto (o no solo) un mérito de la editorial Sajalín como un demérito de todos aquellos sellos que no han sabido ver antes la fuerza que gasta la mirada tan singular de Dzamonja, un favorito desde ya.

Cartas desde el manicomio 

Dario Dzamonja

Traducción de Marc Casals. Sajalín, 2024. 167 páginas. 18€

Habrá, con todo, quien solo quiera ver en estas maravillosas crónicas de expatriado desajustado una suerte de Charles Bukowski balcánico. Allá ellos. A mí las desventuras de Dzamonja me han robado el corazón, vamos, me lo han hecho añicos, por más que, sí, la figura tutelar de Bukowski esté por ahí sobrevolando todo el rato, bendita sea.

Como también lo está, si nos ponemos, la de Mohamed Chukri, Kathy Acker, Eduard Limónov o Gary Shteyngart, pues las Cartas desde el manicomio que nos envía Dzamonja lo mismo son divertidamente salvajes que salvajemente divertidas, puro punk tabernario de telecomedia tragicómica, con guerra de fondo y choque frontal de culturas. Casi nada.

“Tecleo todo esto en una máquina de escribir a la que le faltan las letras ‘c’, ‘c´’, ‘s’ y ‘z’”, nos confiesa Dzamonja en un momento dado, y, a su manera, el extrañamiento tipográfico que supone lo anterior se le cuela en lo que nos escribe.

Le seguimos así primero de un lado a otro, huyendo del conflicto de los Balcanes, tratando de asentarse en los Estados Unidos, tratando torpemente de paso recomponer a su familia (nunca he visto a mal padre tan obsesionado por el cariño de sus hijas), fracasando y fracasando más fuerte, a lo Samuel Beckett, para regresar al final a su Sarajevo del alma en calidad de deportado.

Dzamonja reconoce lo primero que “en América tenía más información sobre lo que ocurría en Sarajevo y en Bosnia que cuando estaba allí”, pero sus crónicas tienen algo que no había visto nunca en la voz de un refugiado: el retrato de una América atrasada con respecto al lugar del que se huía.

Estas cartas lo mismo son divertidamente salvajes que salvajemente divertidas, con la guerra de fondo

Dzamonja nos habla así de una excitante Sarajevo underground en la que se celebran conciertos universitarios al aire libre y donde brillan grupos de rock progresivo como Indexi (gran descubrimiento, por cierto: ojo a su primer álbum), contraponiendo estos recuerdos de juventud (de plenitud) con la desangrada sucesión de trabajos anodinos que ha de desempeñar para sobrevivir en la tierra de Michael Jordan.

Aun así, casi al final, Dzamonja nos advierte: “Ya sé que habéis leído y releído las historias que escribí sobre mi vida ‘alienada’ en América. Son todas ciertas, pero solo si no tenéis una novia de Taiwán”. Y él la tuvo, ojo, por lo que nos cuenta.

De modo que para aceptar que lo que nos relata Dzamonja desde su particular manicomio es “verdad”, habrá que estar al retrato inclemente que se autorregala en estas páginas, bañadas como están por el alcohol, en el fondo el verdadero protagonista de estas lúcidas crónicas suicidas, escritas desde el infierno de la adicción y, por ende, desde la clarividencia del que conoce mejor que nadie su lado oscuro.

“Me mira como si fuese un monstruo… que es lo que soy” es solo el título de una de las muchas microhistorias que componen este impagable volumen, pero resaltándolo queda todo dicho y poco más me parece que haya que añadir a una de las grandes sorpresas editoriales del año.