Antonio Escohotado. Foto: Jorge Escohotado.

Antonio Escohotado. Foto: Jorge Escohotado.

Letras

'Confesiones de un opiófilo': Antonio Escohotado, en estado puro en su diario póstumo

El filósofo, gran explorador racional de las drogas, fue uno de los intelectuales más inclasificables y radicalmente libres de nuestro país.

9 enero, 2024 01:35

Hace poco más de dos años moría Antonio Escohotado (1941-2021) y con él desaparecía uno de los intelectuales más inclasificables y radicalmente libres de nuestro panorama. Una pérdida que se ve ahora atenuada con la aparición de este diario póstumo que recoge en bruto su pensamiento y sus posiciones, pero que también refleja su biografía más íntima.

Confesiones de un opiófilo

Antonio Escohotado

Espasa, 2023.
200 páginas. 20,90 €

Está aquí presente el observador del paso del tiempo que pone el cuerpo de Sesenta semanas en el trópico, el pensador profundo de Caos y orden, el experto y consumidor de Historia general de las drogas. Y, sobre todo, el escritor con amplísimos conocimientos de economía e historia de Los enemigos del comercio.

El título de este libro póstumo remite a Thomas de Quincey, y como el inglés, Escohotado dejó pocos asuntos de su tiempo sin estudiar y tratar. Nos habla aquí de sueños (muy presentes), de sexo, de sus paseos por el campo, de cómo cuida y crecen las plantas, y de cómo todo ello conforma una vida (la suya) que va entrando ya en los años de la vejez.

La idea de la muerte, que se acerca y se aleja, sobrevuela todo el libro, no solo al final, y le confiere una lucidez epigramática: “Al hacerme viejo la vida se centró en seguir siendo pugnaz con fair play, con dos campos básicos de desafío: el de estudiar sin presunción y el de practicar la mesura con mis drogas (tobacco excluded)”. O esta: “Si huyes del esfuerzo, la fuerza huye de ti. Esta ley de la musculatura desespera al indolente, castiga al inconstante y edifica al firme”.

Una muerte vaga, elusiva, que se concreta en su hijo Román, fallecido en 2010: “Murió Román, que tanto me quiso. No sé valerme sin ese apoyo, que me protegía del sinsentido [...] ¿Cómo no abrazar más a mi chico? ¿Dónde está el merecimiento? Necesito verle, tocarle, saber que sigue bien y cada vez mejor. No será posible, aunque la vida sigue. Bendito muchacho, crecerás dentro de mí ya que no te ha sido dado otro elemento”.

He aquí un Antonio Escohotado en estado puro y en pequeñas dosis. Un libro y en pequeñas dosis. Un libro esperado cuya demora ha merecido la pena.

Escohotado también fue conocido por su paso de la izquierda a un liberalismo coherente, basado en un corpus sólido, lejos de la caricatura de la que hacen gala tantos que se dicen liberales. De especial interés son las entradas relativas a su “dieta farmacológica”: té de adormidera, caballo, MDMA: “Desayuné lo de siempre, y al acabar bebí un té de adormidera. Ninguna euforia puede quizá comparársele. Cálido por dentro y por fuera, mecido por la benevolencia. Unas cuatro horas después empezaron a pesarme los párpados, anticipando esa deliciosa duermevela que se desliza poco a poco hacia el sueño”.

Insiste Escohotado en estos diarios en su condición de no adicto, de consumidor capaz de controlar, de usuario racional de la ebriedad de las drogas. De ahí que estén muy presentes aquí las dosis, los tiempos entre ingestas para no generar efectos no buscados, etc.: “La ebriedad del opio, tan suave y sosegada, exige la mayor de las mesuras. Ya lo indica que sea tan fácil vomitar; basta un buche de agua a destiempo. Pero no es solo cuestión de beber o comer. La euforia depende crucialmente de espaciar el empleo, como si fuese una novia a la cual no debiésemos ver más de una vez cada bastante tiempo”. Incluso habla de que su dieta farmacológica (“una familiaridad que se remonta a 1970 se convirtió en empleo asiduo desde 2000”) le protege de la gripe.

He aquí, pues, un Escohotado en estado puro y en pequeñas dosis. Un libro esperado cuya demora ha merecido la pena.