Julio Camba en su habitación del Hotel Palace. Foto: Afundación

Julio Camba en su habitación del Hotel Palace. Foto: Afundación

Letras

Julio Camba, el periodista que vivió 12 años en el Hotel Palace: una utopía para cualquier columnista

Una exposición organizada por Afundación, la obra social de ABANCA, homenajea al periodista en el sesenta aniversario de su fallecimiento y recuerda su estancia en el hotel de Madrid

17 noviembre, 2022 11:07

No creo haber sido el único niño que soñó con vivir en un hotel. En esa etapa de la vida, un hotel se percibe como un lugar misterioso y confortable donde no hay que esforzarse para disfrutar de todas las comodidades. Mi padre, que era escritor y periodista, me contó que uno de sus colegas, un tal Julio Camba, había vivido en el Hotel Palace de Madrid durante doce años. Creo que esa fue la primera vez que pensé en convertirme en escritor. No para aportar algo valioso a la humanidad, sino para poder vivir en un hotel, cultivando el desdén aristocrático y la molicie sin mala conciencia.

Más adelante, descubriría que la rutina de Julio Camba en el Hotel Palace no fue tan idílica como había imaginado. Ocupó la habitación 338, situada al final del pasillo, justo al lado del cuarto de plancha. Se pasaba la mayor parte del tiempo en la cama, quizás imitando a Valle-Inclán, que identificaba el lecho con el triclinio de los senadores romanos. Eso sí, Valle-Inclán leía a Eça de Queirós, D'Annunzio y Barbey d'Aurevilly, y, en cambio, Camba prefería las novelas policiacas inglesas.

Al parecer, su habitación no era particularmente lujosa. El papel de las paredes había perdido el color, los muebles eran viejos y sobre la alfombra, polvorienta y deslucida, había dos baúles enormes llenos de etiquetas de hoteles de todo el mundo, muchos ya inexistentes. Nadie sabía quién pagaba la habitación. Algunos decían que su amigo Juan March; otros apuntaban que Juan Belmonte o el ABC y no descartaban que el propio hotel le hubiera cedido ese espacio. Camba, maestro de periodistas y cuyo lema era "escribir corto y cobrar largo", se merecía esa habitación, pues sus columnas literarias, breves, elegantes y divertidísimas, son verdaderas obras maestras. Gracias a ellas, España, hundida en un atraso secular, se asomó al siglo XX, atisbando un mundo que desconocía.

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Afundación, la obra social de ABANCA, homenajea al periodista en el sesenta aniversario de su fallecimiento con una exposición titulada Julio Camba. El hombre que no quería ser nada. La exposición incluye fotografías, documentos personales, cartas, cubiertas de sus libros, material inédito, un busto del propio Camba, podcasts y caricaturas de Siro López Lorenzo. Podrá visitarse hasta el 16 de diciembre en el Museo Bar del Hotel Westin Palace y Aser Álvarez es el comisario. El hotel ha elaborado un menú especial en honor del periodista, "las tapas Camba".

Camba ha pasado a la posteridad por sus columnas trufadas de humor e ingenio, donde los fantasmas ingleses practican una escrupulosa cortesía, los payasos asumen que su vocación es la tristeza y los caballos revelan un gran talento para la aritmética, pero su pluma inició su singladura con un talante muy diferente. Hijo de un médico practicante, nació en Villanueva de Arosa en 1884, la misma localidad donde Valle-Inclán vio la luz. Tras trabajar como mancebo en una botica, publicó sus primeros versos en gallego y castellano en 1900, pero enseguida experimentó el deseo de vagabundear por otros países.

Con dieciséis años, se subió a un barco con destino a Buenos Aires. Dado que no podía pagar el pasaje, se coló como polizón. Durante el viaje, conoció a un grupo de anarquistas que le contagiaron su fervor revolucionario. Colaborador de periódicos como El Correo de España y La Protesta, acabaría siendo expulsado de Argentina por sus actividades políticas. En 1903 desembarcó en Madrid y comenzó a frecuentar los círculos bohemios. Consiguió un empleo mal pagado como redactor anónimo del periódico republicano El País. Al mismo tiempo, continuó escribiendo artículos para publicaciones anarquistas, como la Revista Blanca, y fundó el semanario El Rebelde con el tipógrafo Antonio Apolo.

En esas fechas, el estilo de Camba era lírico y exaltado. Influido por Nietzsche y Max Stirner, abogaba por la destrucción del Estado. Juzgado en varias ocasiones por delitos de opinión, las autoridades cerraron El Rebelde, pero El País lo contrató como redactor de plantilla y apareció por primera vez su firma el 26 de enero de 1905. Camba escribía sobre cuestiones políticas y sociales, pero también elaboraba reseñas donde elogiaba a poetas como Manuel Machado, Rubén Darío, Villaespesa y Amado Nervo. Admirador del Modernismo, frecuentó las tertulias literarias de Madrid, tejiendo lazos de amistad con Baroja, Valle-Inclán, Azorín y Unamuno.

Algunos de los documentos que se exponen en la muestra.

Algunos de los documentos que se exponen en la muestra.

Todo cambia el 31 de mayo de 1906, cuando el anarquista Mateo Morral, al que había conocido por medio de Baroja, utiliza su credencial periodística para atentar contra Alfonso XIII y su esposa desde un balcón de la calle Mayor. Los reyes, que acaban de casarse en la iglesia de los Jerónimos, salen ilesos, pero mueren veinticinco personas y cien resultan heridas. Morral se suicida poco después. Sobrecogido, Camba dirá adiós al credo anarquista y abrazará el desencanto y la ironía. Comenzará a escribir una sección en el diario España Nueva, caricaturizando ferozmente la vida parlamentaria. Sus artículos aparecerán bajo el título "Diario de un escéptico".

Debutará como cronista de viajes en El Mundo, con una sección llamada "Palabras de un mundano", donde narra sus excursiones a la Galicia natal. Ahí madurará su estilo, adoptando el tono claro, satírico y chispeante que le ha hecho un hueco en la historia de la literatura. Corresponsal en Constantinopla como reportero de La Correspondencia de España, viajará a París y Londres en calidad de periodista de El Mundo. En Inglaterra, vivirá espartanamente, pero en París dará rienda suelta a su pasión de gourmet.

No celebramos a Camba por sus opiniones políticas, sino por haber elevado el periodismo al nivel de la literatura

En 1912, acentúa su giro hacia el conservadurismo, incorporándose al diario maurista La Tribuna, que lo envía de nuevo a París y, más tarde, a Berlín. Viajero incansable, el 8 de octubre de 1913 estrena su columna más emblemática en ABC, manifestando que su intención es escribir "ni completamente en serio ni completamente en broma". Durante la Primera Guerra Mundial, visita el frente y se declara aliadófilo.

En 1916, publica una selección de sus crónicas gallegas y europeas, evidenciando que su estilo bebe indistintamente de los escritores del 98 y de viajeros como Heine, Taine y Sterne. Sus textos prestan atención al detalle e introducen breves diálogos ocurrentes y frescos. Lo subjetivo se mezcla con el relato de los lugares visitados. Viaja a Estados Unidos como reportero del ABC y en 1917 se suma a la plantilla del diario liberal El Sol, prosiguiendo sus viajes por Europa y España. En 1924 publica su única novela, una obra breve que titula El matrimonio Restrepo.

Cuando en 1931 se proclama la Segunda República, adopta una actitud muy crítica contra el nuevo régimen. Se encuentra en Lisboa al producirse el golpe de Estado de 1936. A partir de 1937, escribirá en el ABC controlado por el bando franquista, defendiendo la insurrección militar. Las malas lenguas dicen que nunca perdonó a la Segunda República que no le nombrara embajador en Estados Unidos. Después de finalizar la guerra, seguirá escribiendo para ABC, pero enviará sus crónicas desde Lisboa. En 1944 interrumpirá su trabajo periodístico y no volverá a publicar hasta 1951, cuando retomará la pluma como colaborador del diario falangista Arriba.

Su silencio obedece a problemas de salud. Afectado por la enfermedad de Ménière, un trastorno del oído interno, sufre mareos y vértigos, lo cual le impide trabajar. En 1948 regresa a Madrid y se instala en el Hotel Palace. Sale poco y siempre frecuenta los mismos sitios: el Ateneo, el Café del Prado, el Círculo de Bellas Artes, el restaurante Lhardy. Fallece el 28 de febrero de 1962, tras sufrir una trombosis cerebral. En su necrológica, González Ruano escribe: "cultivó la indiferencia como una obra de arte".

Julio camba, en sus años de juventud.

Julio camba, en sus años de juventud. Afundación

Durante su juventud, Camba afirmó: "Una revolución es siempre una obra de arte". Treinta años más tarde, su visión de las cosas era completamente distinta: "La revolución es una juerga, una orgía, una bacanal que no tiene nada que ver con la guerra. Se tiran tiros. Se comen jamones. Se matan curas […] La guerra, por el contrario, es orden, método, disciplina, jerarquía, autoridad y responsabilidad".

No celebramos a Camba por sus opiniones políticas, sino por haber elevado el periodismo al nivel de la literatura. Nunca pretendió ser autor de novelas o ensayos. Solo fue periodista. No quiso ser otra cosa. Era una apuesta arriesgada, pues el periodismo es efímero. Sin embargo, él consiguió que sus crónicas y columnas superaran la prueba del tiempo. Su retrato de Nueva York en La ciudad automática (1932) es inolvidable y tronchante. Sostiene que los edificios, cada vez más altos, parecen inspirados por el deseo de asaltar los cielos, pero ese anhelo contrasta con la prohibición de beber alcohol, una medida que ha convertido en delito el inofensivo rito de tomar el aperitivo.

A pesar de sus elogios del régimen franquista, Camba nunca fue un españolista rabioso: "Mientras he estado en el extranjero, yo he tenido un punto de referencia para juzgar los hombres y las cosas: España. Pero esto era únicamente porque yo soy español y no porque España me parezca la medida ideal de todos los valores". Esa lucidez explica su actitud crítica ante el periodismo amarillista, que deforma la realidad para incrementar las ventas: "¿Qué va a hacer el pobre periodista, obligado a poner un poco de amenidad en la vida de sus lectores, como no sea calumniar? A pesar de todo cuanto se diga, la realidad nos ofrece muy pocos canallas, muy pocos bandidos, muy pocos tipos originales y pintorescos que se salgan de la moral común y del orden establecido. Hay, pues, que inventarlos o exagerarlos, y esto es la calumnia".

Camba se burla de la vanidad de los periodistas: "Con dos admiradores más, yo me volveré completamente idiota"

No idealiza la vida del reportero que viaja de un país a otro: "Hay quien envidia la suerte del escritor viajero. ¡Las cosas que verán tales hombres en este mundo!, piensan algunas personas. Pero en este mundo, y supongo que en todos, el pobre escritor no ve más cosa que una: artículos. Para la mayoría de las gentes, el desierto es el desierto, y el bosque es el bosque. Para el escritor, en cambio, el desierto es una crónica, y el bosque es otra crónica".

Viajar es una experiencia áspera y dolorosa, pues no consiste exclusivamente en desplazarse a otro lugar. Viajar a una ciudad significa afrontar una dura prueba: "Yo entiendo por conquistar una ciudad llegar a dominar su idioma, a familiarizarse con sus costumbres, a conocer sus secretos y a vivir en ella como en la misma ciudad donde se ha nacido. La cosa es difícil, y la lucha es brutal. ¡Me da cada golpe este Londres que me deja loco! Pero ya me las pagará todas. A lo menos éste es mi consuelo". ¿Por qué viajar entonces? ¿No sería más cómodo quedarse en casa? Camba admite que sufre "la enfermedad de los viajes": "Así como hay quien colecciona sellos de correos, puños de paraguas, pipas, corbatas, fotografías de actrices o billetes de banco, yo colecciono países".

Camba se burla de la vanidad de los periodistas: "Con dos admiradores más, yo me volveré completamente idiota". Víctimas de las prisas, los que escriben en diarios y semanarios cometen muchos errores: "Nadie lo sabe todo y nadie tampoco lo ignora todo. Por regla general, lo que sabemos lo sabemos mal". La cultura no siempre es la solución a este problema, pues después de varios siglos de arte, cuando hoy nos detenemos a contemplar un peral lo que vemos es "una sombra", "un peral deformado por la cultura".

Es inevitable reconocer la perspicacia y agudeza de Camba. Según Ortega y Gasset, era "la más pura y elegante inteligencia de España". Creo que no se equivocaba. Personalmente, yo siempre lo recordaré como el periodista que vivió doce años en el Hotel Palace, una utopía inalcanzable para casi cualquier columnista, un oficio que hoy en día apenas da para pagar un Martini o una merienda en algunos de los lugares preferidos de Julio Camba.