Reportaje-Escribir

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Letras

Escribir después del éxito

Hablamos con cinco escritores que, tras enfrentarse a los gozos y las sombras de recibir un galardón, han continuado su andadura literaria descubriendo formas de vivir la escritura más heterodoxas, pausadas y ajenas al voraz mercado editorial

28 enero, 2020 09:15

Un premio literario siempre es motivo de alegría. Más allá del nunca desdeñable aspecto pecuniario, supone un reconocimiento de prestigio a la labor literaria, a veces de varios años, otras incluso a un debut. ¿Pero y después qué? ¿Es cierto el mito de que destruyen la creatividad y condicionan la carrera para siempre? “Escribir una novela lleva cientos y cientos de horas, por lo que un escritor es una persona muy rutinaria. Somos muy aburridos, a lo mejor divertidos en nuestra cabeza, pero nuestra vida es aburridísima y los premios rompen, temporalmente, claro, tu rutina y tu cotidianidad”. Lo sabe bien Pedro Zarraluki (Barcelona, 1954), que desde sus inicios en la literatura convivió con ellos. Premio Ciudad de Barcelona y Premio Ojo Crítico en 1990 con El responsable de las ranas, después llegarían el Herralde (1994) y el Nadal (2005). “Ambos premios me hicieron mucha ilusión y me ayudaron. Es una de esas cosas que cuando empezaba a escribir creía que jamás conseguiría. Una carrera literaria es como la vida, te pasan cosas, buenas y malas, pero de todas se aprende”, opina.

Hoy, con la perspectiva que da el tiempo y tener siete novelas y cinco volúmenes de cuentos a sus espaldas, el último Te espero dentro (Destino, 2014), Zarraluki se muestra en contra del “mito de que los premios acaban contigo y destruyen tu estabilidad. Si tienes la cabeza mínimamente amueblada, el premio te cambia, pero no en lo que es la pura vocación de escribir, que ni ha aumentado ni ha disminuido”, afirma quien quería ser escritor a los 15 años “y a los 65 sigo queriéndolo. Me gusta dedicarme a esto porque es una verdadera pasión. Y en cierto modo también es un oficio, como decía Natalia Ginzburg”.

"No por ganar un premio pienso que haya que cambiar de escritura. Cada libro tiene su propio lenguaje". Juana Salabert

Este mismo espíritu expresa Juana Salabert (París, 1962), que el mismo año de su debut con Varadero (Alfaguara, 1996) fue finalista del Nadal con su novela Arde lo que será. “Así que me tuve que acostumbrar rápidamente a hacer muchas promociones seguidas, algo un poco estresante pero necesario, parte del oficio”, recuerda. Premio Biblioteca Breve (2001), finalista del Nacional de Narrativa (2005) y Premio Fernando Quiñones (2007), la escritora considera que después de cada galardón hay que empezar de nuevo. “No por ganar un premio pienso que haya que cambiar de escritura o adoptar otros mecanismos. Siempre he creído que cada libro tiene su propio lenguaje, y que en realidad solo te condicionan los personajes y la historia que has elegido escribir. O que te ha elegido a ti, porque a veces un libro es una obsesión que no te suelta”, relata. “Sí ocurre que si a la vez tienes éxito, buenas ventas y buena crítica, pues mejor que mejor, pero a mí no me condiciona en absoluto”.

Pero no siempre es tan sencillo abstraerse de ese primer acierto, muchas veces por juventud e inexperiencia, otras porque su volumen se vuelve abrumador. En 1996, el Premio Nadal recayó en Pedro Maestre (Elda, 1967), cuya novela autobiográfica Matando dinosaurios con tirachinas le convertía a sus 28 años en uno de los ganadores más jóvenes, a la altura de escritores como Carmen Laforet, Miguel Delibes y Rafael Sánchez Ferlosio. “Eso marca mucho. De la nada provinciana pasé a la primera línea literaria y mediática, y quizá no era suficientemente maduro para digerir tanto éxito y mi literatura hubiera necesitado crecer a un ritmo pausado”, reflexiona ahora el escritor.

Bisoñez y hartazgo

"De la nada provinciana pasé a la primera línea, y no era suficientemente maduro para digerir ese éxito". Pedro Maestre

La presión, tanto editorial, como del entorno, además de la personal, le empujó a publicar su segundo libro solo un año después. “La concepción y la escritura de Benidorm, Benidorm, Benidorm (Destino), una astracanada psicológica y cañí, fue precipitada. Lo elaboré en un menos de un mes por la demanda de la editorial y mis ganas juveniles de comerme el mundo”, reconoce. “No tenía un agente que me guiara, creía que mi relación estrecha con el editor era suficiente para moverme por las procelosas aguas de la literatura patria. Pero todo se reduce a intereses crematísticos. Esa es mi experiencia. Se me abrieron todas las puertas, pero no aproveché las oportunidades por bisoñez”.

Un crudo encontronazo con el éxito, y con todos sus fantasmas, tuvo también Jesús Carrasco (Olivenza, 1972), cuya novela Intemperie (Seix Barral, 2013) fue uno de los últimos grandes fenómenos de la literatura nacional. Traducida a 20 idiomas, con más de 100.000 ejemplares vendidos solamente en España y adaptada al cómic y recientemente al cine, se hizo con multitud de premios, muchos internacionales, como el del Gremio de Libreros de Madrid, el English PEN Award o el Prix Ulysse a la Mejor Primera Novela. “Aparentemente tuve una convivencia saludable con todo el fenómeno. Siempre creí que me lo estaba tomando con flema, porque soy una persona que tiende a la calma y a la mesura. Pero me di cuenta con el tiempo de que me había duplicado”, confiesa el escritor. “Por un lado, estaba el Jesús Carrasco de siempre, atendiendo a las obligaciones cotidianas. Por otro, el Jesús Carrasco actor, que no autor. Alguien que, sin pretenderlo, representaba un papel en público. Cuando regresaba a casa, la mayoría de las veces, me sentía un impostor. Me sigue pasando”.

"El éxito generó otro Jesús, uno que actuaba frente al público, y me hizo sentir un impostor. Me sigue pasando. Jesús Carrasco

Además de esto, también Carrasco considera que lo peor “ha sido lo repetitivo en ciertas fases de la promoción. He tenido la suerte de que mi primera novela ha tenido muchos lectores y la he acompañado lo mejor que he podido pero llegó un momento en que me sentí agotado. Necesitaba cambiar de tema”, reconoce antes de destacar lo positivo. “Lo mejor, sin duda, ha sido el encuentro con tantas personas valiosas. He conocido a gente extraordinaria a la que, de otro modo, nunca hubiera llegado. Cabreros, escritores admirados, supervivientes del Holocausto, lectores, muchos libreros…”.

Un libro cada dos años

Pero no sólo es la propia escritura y sus mieles, o su “resaca”, lo que condiciona una carrera. En el caso de Maria de la Pau Janer (Palma, 1966) el éxito vino acompañado de otras circunstancias vitales mucho más importantes. Primero finalista (2002), y después vencedora del Planeta, con Pasiones romanas (2005), además de ganadora de numerosos premios en lengua catalana como el Andròmina, el Sant Joan o el Ramon Llull, un año después de hacerse con el galardón del grupo empresarial nació su hija, lo que “cambió completamente mi ritmo de trabajo y mis hábitos vitales. Era tan ingenua que pensaba que al nacer el bebé, éste estaría en la cuna y podría seguir escribiendo como si nada, pero no fue así, claro”, recuerda. “Al principio me costaba muchísimo concentrarme, pero la maternidad fue todo un descubrimiento para mí”.

"Descubrí que no hace falta publicar cada dos años, que no tenía la necesidad de escribir para el mercado". Maria de la Pau Janer

Un nuevo enfoque que, como confiesa, “se me juntó además con haber ganado un premio como el Planeta, que quieras o no, genera una cierta presión psicológica porque pasas a estar en el ojo del huracán, eres mucho más conocida y tú misma te pones otras expectativas más exigentes”. Fue entonces cuando, según relata, “me di cuenta de que no hacía falta sacar un libro cada dos años, de que no tenía esa necesidad, porque quería exprimirme más sin que escribir dejara de ser divertido. Decidí hacer novelas más pausadas, y por eso en los últimos 15 años he publicado solo dos”, explica.

Una dedicación y una pausa que comparten todos estos escritores, aún a pesar de que pueda parecer algo impensable en el mercado actual. “Todo está cambiando a velocidad de vértigo. Recuerdo que Ana María Matute me decía que antes no había tanta prisa, que uno podía permitirse estar varios años con una novela. Pero ahora parece que tuvieras que estar sacando cosas cada año, y eso no es bueno para los escritores”, afirma Salabert, que tras estar un tiempo embarcada en una traducción de casi 500 páginas, espera poner el punto final a su nueva novela en unos meses. “De momento estoy satisfecha pero los años te vuelven más autoexigente”.

La escritura silenciosa

Lo mismo piensa Zarraluki, que tras 12 años alejado de la novela, espera volver pronto al género. “Estar silenciado tiene una cosa muy buena, y es que todo el mundo se olvida de ti, y eso para escribir es lo mejor. Pero aparte de eso, yo soy más lento que el caballo del malo y dedico mucho tiempo a cada libro”, reconoce. “Primero no tenía historia, y sin historia soy incapaz de forzarme. Desde hace tiempo estoy con una, pero la he arrancado cuatro veces, cuatro fracasos de arranque, y a la quinta parece que va por buen camino y a finales de este mismo año creo que la tendré acabada”.

"Estar silenciado tiene una cosa muy buena, que todo el mundo se olvida de ti. Y eso es lo mejor para escribir". Pedro Zarraluki

Y es que el bloqueo creativo es uno de esos tópicos más real de lo que parece, como defiende Maestre, quien en 2001, tras el vértigo del éxito, estuvo varios años en el dique seco hasta que apareció El libro que Sandra Gavrilich quería que le escribiera (Lengua de Trapo, 2006). “Después regresé desde Madrid a mi ciudad natal, y desde entonces me he dedicado a escribir como un poseso. Al principio madurando mi estilo personal, pero últimamente, de unos años para acá, tanteando editoriales, pero hasta ahora ninguna se ha decidido a publicarme”, reconoce el escritor, que guarda un cajón de inéditos con 6 novelas, 4 libros de poesía, 2 obras de teatro y 2 libros de cuentos. “Pero no cejo en el empeño”.

Por su parte, tras publicar en 2016 La tierra que pisamos (Seix Barral), Carrasco considera que su próximo libro será el verdadero reto, pues esta novela estaba muy avanzada cuando triunfó la primera. “Nunca he escrito más en mi vida que desde entonces. Mi próximo libro será mi verdadero segundo libro después de un primero exitoso, y con él me vi cara a cara con el postéxito. Muchos quisieran vérselas de frente con el éxito y no con el fracaso. Yo el primero, si me dan a elegir, claro”.

Un sentir común que resume Janer, también con proyecto cercano a estar listo. “Todas esas pautas tan férreas del mercado me había condicionado antes, en mis inicios, cuando sí seguía ese ritmo. Pero llegué a la conclusión de que esa presión del mundo editorial no me tenía que influir, que lo importante era ser feliz escribiendo y disfrutar de lo que estaba haciendo”, confiesa. “Escribir con otra pausa que no es la que impone el mercado tiene que ser una decisión personal, yo he tenido la suerte de poder hacerlo y de que se me haya respetado”, concluye.