Alberto-Blecua

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Letras

Alberto Blecua, un generoso maestro de filólogos

La filóloga y catedrática de Literatura Española de la Universidad de Barcelona Rosa Navarro Durán recuerda a su amigo, experto en el Siglo de Oro, de quien destaca sus obras de crítica textual

28 enero, 2020 21:16

Esta mañana me encontraba fuera de Barcelona, en Palamós, y mientras daba una conferencia noté que repiqueteaba mi móvil. No pude atenderlo, y sólo al final del acto logré, a hurtadillas, leer el mensaje: era de Marisa Sotelo Vázquez, directora del Departamento de Filología Hispánica de la Universidad de Barcelona, que intentaba darme la peor de las noticias: "Alberto Blecua ha muerto". ¿Qué quieren? Cuando leí la noticia, quedé anonadada, devastada.

Nos habíamos conocido hacía años, décadas en realidad, porque fui discípula de su padre, José Manuel Blecua, quien me inició en lo mejor de nuestro Siglo de Oro y dirigió personalmente mi tesis. Blecua padre estaba muy unido a sus hijos, a Alberto y a José Manuel, con los que compartía su pasión por su tierra aragonesa y que a menudo pasaban por su despacho mientras me ayudaba con mis estudios. Nuestras vidas, de alguna manera, transcurrieron en paralelo y coincidieron muy a menudo ya que, aunque él fue profesor en la Universidad de Santiago y en la Autónoma de Barcelona y yo en la Universidad de Barcelona, nos encontrábamos habitualmente en proyectos, tesis, jurados de premios, tribunales de oposición... Y siempre, siempre, me mostraba una increíble cordialidad y una amabilidad a prueba de todo, una increíble alegría de vivir, en todo momento atento, cómplice y cariñoso.

Si tuviera que definirlo de alguna manera diría que fue, sin duda, el mejor discípulo de su padre. Compartía con él la pasión por la enseñanza, lo que le permitió formar a varias generaciones de discípulos que le adoraban, porque les ayudaba, aconsejaba, fortalecía, guiaba sin acritud, con alegría. Era, sí, un gran maestro, generoso y amable, del que nadie hablaba mal jamás (y si lo hace, inventa), y fue capaz de crear un grupo de investigación filológica pionero y deslumbrante, el PROLOPE, responsable de editar de manera rigurosa y ejemplar la obra dramática completa de Lope de Vega. Por eso quiero destacar su condición de extraordinario profesor, y de generoso forjador de investigadores, a los que luego cedió el testigo. Porque Alberto Blecua jamás se resignó a ser un simple profesor, un mero transmisor de conocimientos, sino que supo contagiar su pasión por la literatura y más concretamente por nuestro Siglo de Oro y por Lope.

Además de esta faceta de formador, considero imprescindible reivindicar su Manual de crítica textual, un trabajo modélico que es uno de mis libros de cabecera. Es curioso: ahora, en medio del duelo, me vienen a la memoria algunas "peleas" entre Alberto y su padre en el despacho de éste, de las que fui testigo: recuerdo que José Manuel Blecua padre acababa de publicar su edición magistral de El Conde Lucanor, en la que planteaba su trasmisión textual con instrumentos del pasado, y Alberto discutía con él con argumentos sólidos y una perspectiva revolucionaria, de futuro, y lograba derrotar las tesis paternas con tanta contundencia como cariño y pasión filológica (años más tarde, él mismo publicaría La transmisión textual de El Conde Lucanor). Alberto era su hijo y su mejor discípulo, pero miraba al futuro con técnicas innovadoras y complicaba su análisis mucho más, lo enriquecía y descubría perspectivas tan inesperadas como brillantes.

Pude comprobarlo personalmente cuando preparé una edición de Peribáñez y el Comendador de Ocaña, de Lope de Vega, y sus estudios y trabajos sobre el dramaturgo me resultaron una referencia imprescindible por su intuición crítica, su pasión filológica y su sabiduría.

Con todo, este retrato de urgencia en homenaje al maestro, al forjador de nuevas generaciones de sabios, al investigador y al amigo quedaría incompleto si no mencionara siquiera su asombroso talento para desentrañar nuestra literatura clásica. Ahora que han arrinconado la Filología de los planes de estudio y que está desapareciendo de las librerías, por no caer en el alarmismo de proclamar que la están dejando morir, comprendo que fue un hombre excepcional, un sabio que supo leer como nunca antes lo hizo nadie Libro de Buen amor. Su edición crítica de esta obra esencial resulta verdaderamente descomunal, así que, lo confieso, cuando un texto me plantea problemas, releo su estudio y me refugio en sus enseñanzas. No hay mejor guía ni, ahora, mayor consuelo.