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Letras

Regalos de invierno

20 diciembre, 2019 13:26

Colette

Traducción de Anna María Iglesias. Elba. Barcelona, 2019. 110 páginas. 19 €

El lector adicto a las burbujeantes novelas de Colette, ligeras y pícaras, conoce bien su alegre frivolidad, trasunto de una vida en la que no faltaron tampoco momentos amargos, escándalos y descubrimientos literarios, sentimentales y sexuales de todo tipo. Quizá por eso este libro de recuerdos, íntimo y delicado, resulta tan sorprendente. Porque en él la Colette provocadora se olvida de la artista de cabaré que también fue (y de la presidente de la Academia Goncourt que reinaba en los mejores salones) para recuperar a la pequeña Sidonie-Gabrielle Colette (Saint-Sauveur-en-Puisaye, 1873-París, 1954). Es la hora de recordar, de buscar “mi rostro de entonces, no mi rostro de mujer, de joven mujer cuya juventud pronto la abandonará”, mientras se deslizan las últimas horas del año. “Y aquí estoy, una vez más, como al inicio del año pasado –escribe–, sentada frente al fuego, en soledad, sola conmigo misma”. Asomada al pasado, Colette vuelve a ver, “junto a unos padres nada ricos, a una niña muy amada”, que ni conoce ni desea juguetes caros y que pasa sola las tardes de invierno.

Compuesto por una veintena de artículos de recuerdos navideños publicados a lo largo de más de cuarenta años (el primero, “Fantasía de Navidad”, es de 1909, y el último, “Narciso de las nieves”, de 1948), no faltan aquí la nostalgia,la ternura y el humor, como cuando comenta, zumbona,en “Regalo de Navidad” (1924) la desolación que se apodera de los padres modernos cuando sus hijos de diez años reclaman “un abrigo de pieles, con doce, un coche, y con quince, un collar de perlas pequeñas”, en contraposición a su infancia, cuando los bolsillos estaban casi vacíos pero todos derramaban generosidad y alegría.

Huelen a resina estas páginas, y a tarta de albaricoques y ron, a ceniza y chocolate caliente. Y a pasado, añorado y fugaz, como al recordar, en el mejor artículo del libro, “Una antigua Navidad”, cómo fue la única ocasión en la que recibió libros, caramelos y el mejor regalo soñado: los escrúpulos de su madre y sus dudas sobre sí misma.