Jeanette-Winterson

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Letras

Frankissstein

2 diciembre, 2019 16:18

Jeanette Winterson

Traducción de Laura Martín de Dios. Lumen. Barcelona, 2019. 320 páginas. 19,90 €. Ebook: 8,99 €

“Mis pezones son como las tetillas de un dios de la lluvia”, afirma la escritora Mary Shelley (Londres, 1797-1851) en la tercera página de Frankissstein, la nueva novela de la novelista inglesa Jeanette Winterson (Manchester, 1959). Tal vez esta no sea una manera muy normal de empezar una reseña, pero es que la novela tampoco lo es.

El lector se da cuenta inmediatamente, desde el epígrafe mismo. Las citas que se insertan al principio de las novelas no han sido estudiadas con suficiente profundidad. Cuando se trata de ficción literaria, lo habitual es que sean sombrías. Quizá algo de Hannah Arendt, o de Robert Oppenheimer, o de Nietzsche. A menudo, la frase va seguida por la letra de una canción de Radiohead, P. J. Harvey o algo por el estilo para demostrar que el autor comulga con las masas de Coachella y Glastonbury. Y de vez en cuando, puede encontrarse algún fragmento conciso e inapelable, tan tonto que parece inteligente, de personajes como Lorena Bobbitt, The Big Bopper o PewDiePie para cortar el bajón como con sales de amoníaco.

En Frankissstein solo hay un epígrafe, y es de los Eagles. Nadie cita a los Eagles. El verso escogido por la autora, “Puede que ganemos y puede que perdamos, pero nunca volveremos a estar donde ahora estamos”, pertenece a “Take It Easy”. Ríanse, si quieren. (Ya me lo esperaba). Bien pensado, estas quince palabras resultan casi tan profundas como cualquiera de las atribuidas a Confucio o a Gandhi. Y encima, riman.

Hasta ahora, todo muy raro. Uno empieza a leer Frankissstein imaginándose a un monstruo con tornillos en el cuello (los Eagles) y esos pensamientos se mezclan con la idea que tiene de Frankenstein o el moderno Prometeo, la novela gótica de Shelley publicada en 1818. Una vez hilvanados ambos en la mente –no es que los Eagles tengan demasiado protagonismo aquí–, un escritor o una escritora puede dirigirse a cualquier parte, y eso es lo que hace Winterson. En esta novela, que estuvo nominada al Premio Booker, la autora da rienda pero que muy suelta a su ingenio.

Frankissstein cuenta dos historias, cada una de las cuales se refleja en la otra. Una empieza en 1816, cuando la adolescente Shelley vivía en los Alpes con su marido, el poeta Percy Bysshe Shelley, lord Byron, John Polidori y su medio hermana y amante de Byron Claire Clairmont. Allí fue donde le llegó la inspiración para escribir su novela sobre el joven científico Víctor Frankenstein, creador de una criatura inteligente aunque mal parecida en un insensato experimento.

La otra historia, ambientada en la época del Brexit, trata de Ry Shelley, un médico transexual (Ry es la abreviatura de Mary) que se enamora de un profesor conferenciante de TED llamado Víctor Stein. Víctor es un especialista pionero en inteligencia artificial que explora la criónica y lleva a cabo por su cuenta algunos experimentos clandestinos. Por su laboratorio andan como si fuesen tarántulas unas cuantas manitas peludas separadas del cuerpo. De vez en cuando, Ry le proporciona trozos de humanos. “Puede que esto de ser un ladrón de cadáveres no sea lo mejor para disfrutar de la vida”, piensa.

Un buen día, Ry y Victor conocen a un Lord, aunque no sea Byron. Se trata de Ron Lord, fabricante de exclusivas muñecas sexuales para hombres solitarios. Ron es idiota, grosero y a veces hace el gilipollas, pero sus muñecas, como la escopeta en la pared de una obra de Chéjov, nunca están lejos de la mente de nadie. De vez en cuando, alguna se presenta en el mundo de los seres vivos y empieza a decir tacos y a llamar a “papi” en el momento menos oportuno.

Frankissstein es parlanchina, inteligente, anárquica y muy sexi. Winterson rompe a menudo la cuarta pared

Entre las ofertas de compañía de Ron hay una muñeca estilo setentero, despeinada y sin sujetador, llamada Germaine, supongo que como homenaje a Germain Greer, la célebre feminista australiana. Frankissstein contiene abundante información sobre inventos como los vibradores inteligentes y la teledildónica, y especula oscuramente, por ejemplo, sobre de qué manera los sexbots podrían ser el repuesto de una generación de monaguillos.

La novela no es particularmente buena si limitamos tristemente nuestra definición de “buena” a aquellas que tienen, como mínimo, unos personajes y/o un argumento en los que el lector se pueda reconocer. Da la sensación de que la autora sabe que se ha encajonado en una situación simplista y chistosa y ha decidido catapultarse fuera del rincón. Su novela es parlanchina, inteligente, anárquica y muy sexi. Cuando se pronuncia el título en voz alta, uno se demora en sus tres eses. Pero si se mira con los ojos un poco entornados, Frankissstein también tiene un alma perspicaz. Winterson siempre se ha interesado por la fluidez de los géneros, y los atisbos de Ry dejan margen para que el lector se sienta realmente entre la sátira y la rencilla. Algún día, sugiere Winterson, la biología no nos definirá a ninguno de nosotros. Seremos solo conciencia, sin ataduras.

A comienzos de año, Ian McEwan publicó su novela Máquinas como yo (Anagrama) sobre sexo robótico. (En la cama, el aliento de un robot de género masculino huele como “la parte posterior de un televisor caliente”). El escritor iraquí Ahmed Saadawi actualizó la novela de Shelley con siniestra gracia en Frankenstein en Bagdad, publicada en español este mismo año por Libros del Asteroide. La novela cuenta la historia de un hombre que recoge trozos de cuerpos después de los estallidos de coches bomba, y a continuación saca aguja e hilo. Jeanette Winterson juega a un juego enteramente suyo, rompiendo a menudo la cuarta pared como si estuviésemos en un episodio de Fleabag. Tras una breve intervención de Claire Clairmont, hermanastra de Mary, en todos los capítulos aparece en mayúsculas una nota de la autora que dice: “Esto es lo más profundo que Claire ha dicho en su vida”.

El Frankenstein actual es un nuevo monstruo: robótica avanzada con un componente moral y espiritual inferior

Mientras las bromas, los dichos ingeniosos y los aforismos pasan volando (“El amor es una perturbación entre perturbados”; “Los seres humanos somos incapaces de compartir. No sabemos compartir ni siquiera las bicicletas gratuitas”), la novela en ocasiones embarranca en soliloquios que la deslucen ligeramente. En nuestro futuro robótico, vaticina Víctor, “los seres humanos seremos como aristócratas decadentes. Poseeremos una gloriosa mansión llamada pasado caída en el abandono. Seremos propietarios de un pedazo de tierra al que no cuidamos demasiado bien llamado planeta. Y tendremos algo de ropa bonita y muchas historias. Seremos una nobleza lánguida. Seremos Blanche Dubois con un vestido apolillado. Seremos María Antonieta sin pastel”.

Reflexiones como estas demuestran que al traer a Frankenstein al presente, lo que obtienes es un nuevo monstruo: robótica avanzada, pero con un componente moral y espiritual que ha retrocedido claramente desde los días de Shelley. De hecho, algunos momentos brillantes de Frankissstein se dan en las conversaciones inspiradoramente metafísicas entre los Shelley y Byron. Si las muñecas sexuales están en el horizonte de la humanidad, Winterson nos recuerda con el título de uno de los capítulos (“Buscando un amante que no me quite la máscara”) que también para eso hay una letra de los Eagles.

© New York Times Book Review