Nacida a mediados del siglo XIX en las páginas de los periódicos y las revistas literarias, la novela negra todavía arrastra en muchos ámbitos el prejuicio de género menor, encorsetado en una rígida arquitectura y centrado en tramas lineales y escabrosas. Un estigma que se antoja incomprensible aplicado a una fórmula que a lo largo de las décadas ha ido asimilando en su seno las más variadas formas de evolución social sin perder por ello sus rasgos identitarios.

Tras el icónico y seminal Dupin de Edgar Allan Poe, varios autores actualizarían el género a sus épocas. A los intelectualistas Sherlock Holmes o Hércules Poirot, tan imbuidos del positivismo científico decimonónico seguirían desde los años 20 los rudos y propiamente negros Philip Marlowe y Sam Spade, que marcarían la estética y la ética del género durante buena parte del siglo XX, ayudados por el cine. Ya en los 70 una generación rupturista daría una definitiva vuelta de tuerca al modelo, pues sin renunciar al acervo heredado dotaría al género de otros elementos más profundos y de una incuestionable calidad literaria que provocó que empezase a chirriar el identificar el noir con una segunda división de las letras.

“Hoy en día suena anacrónico hablar de la novela negra como de serie B. Un tipo de literatura que han elegido escritores como Patricia Highsmith, John Banville y Leila Slimani, o Juan Madrid, Andreu Martín y Lorenzo Silva en España, no puede asumir ese tipo de calificativos”, sostiene Carlos Zanón (Barcelona, 1966), que comisaría un año más la nueva edición de Barcelona Negra que se celebra estos días. El escritor entiende que el género policiaco ha seguido un camino paralelo al del resto de la literatura, donde la experimentación y la pugna por hallar una voz propia han ido derribando poco a poco viejos tópicos. Él mismo ejemplifica esta corriente en su última novela, Problemas de identidad (Planeta), donde da nueva vida al icónico detective Pepe Carvalho, creado por el también barcelonés Manuel Vázquez Montalbán, una figura imprescindible para entender la literatura y la realidad española de la Transición a través de varias novelas y relatos repletos de intriga, acción y crítica social y en los que el ambiente era un elemento indispensable.

Siguiendo la estela de lo hecho por John Banville, que resucitó al canónico Philip Marlowe de Raymond Chandler en La rubia de ojos negros (Alfaguara, 2014), Zanón transgrede el realismo en tono de juego y sitúa a Carvalho en la compleja Barcelona de 2017. “En este trabajo había un componente emocional y de reto, y me lo tomé con ganas de disfrutar. Nunca me planteé la idea de hacer una novela con el estilo de Vázquez Montalbán, sino que intenté jugar con un personaje como pasa a veces en el cine o el cómic”, reconoce el escritor. “Releí en profundidad a Carvalho y decidí apostar por los elementos clave del personaje, sus ganas de saber la verdad, esa verdad siempre decepcionante, su sentido del humor, su ternura y su cinismo, todo ello plasmado en otro mapa, otra Barcelona y otra sociedad”.

Una forma de mirar

Una resurrección que el escritor ve posible gracias al elemento quizá más definitorio de la novela negra: la mirada. “Los carvalhos siempre eran una foto finish del aquí y el ahora y eso no podía soslayarlo. No puedes hacer un Carvalho donde lo importante sea la trama y su mundo interior. El personaje es una mirada, y he tratado de reflejar lo que ve esa mirada si observa a su alrededor en ese 2017 en el que se ambienta la novela”.

Esa pasión por la forma de mirar la comparte otro cultivador del mejor policiaco, el escritor Justo Navarro (Granada, 1953), que define la novela negra como “una especie de gafas a través de las que mirar la realidad con cierta distancia, como extrañados de vernos a nosotros mismos”, explica el autor. “En el momento en el que empezamos a usar el género negro como un aparato de visión y adoptamos una mirada policiaca, detectivesca, advertimos un montón de aspectos y relaciones que habitualmente nos pasan desapercibidos”.

Así ocurre en su novela Petit Paris (Anagrama), en la que el comisario Polo, que conocimos en Gran Granada (Anagarama, 2015), se ve envuelto en una serie de oscuros sucesos en la capital francesa de 1943. Sin embargo, esta trama que oscila entre lo detectivesco y los relatos de espías trasciende el elemento de género distorsionándolo hasta exprimir un valioso jugo literario, a la vez que nos arroja ecos de nuestro presente más actual, pues según defiende Navarro “esta época me pareció un tiempo interesante a través del que mirar mejor nuestro presente y reflexionar sobre aspectos muy concretos. Creo que en el presente conviven simultáneamente muchas temporalidades que se funden y confunden como una imagen cinematográfica”.

Rompiendo los moldes

Pero además de reivindicar la calidad literaria más allá del género, ambos escritores coinciden en otro aspecto primordial, la capacidad que otorga la novela negra de diseccionar una sociedad como un afilado escalpelo, lo que, paradójicamente y en contra de lo que se cree proporciona una gran libertad creativa. “Mucha gente todavía asocia el género a ciertos tópicos trasnochados, pero hoy en día no tiene sentido que aparezca una clásica femme fatale o que el detective sea un héroe de hierro, empedernido fumador y bebedor de whisky, sino que puede ser una persona frágil y con muchas dudas”, defiende Zanón. “En su época, esos detalles creaban una escenografía determinada que era transgresora, pero en la actualidad existen y se exploran otros muchos espacios para la transgresión”.

“La clave del género negro hoy en día es que si lo juegas bien, nadie te obliga a unos clichés cerrados, puedes entrar y salir del género y utilizar las potentes herramientas del thriller para contar cualquier historia”, apostilla el escritor.

También Navarro ensalza esa maleabilidad camaleónica del noir para adaptarse a la realiad social, pues al final éste no es sino un espejo que refleja la sociedad que lo genera. “A través del tiempo, el género cambia de la mano de la realidad, como cambia una pantalla según van pasando las imágenes. Nunca repite los viejos clichés, sino que lo que vemos hoy modifica el molde” sostiene rotundo. “Se adapta, pero mantiene en todo momento la capacidad de prestar atención, de percibir lo esencial de las situaciones, lo que en cada momento define una época. Y además, las buenas novelas negras tienen siempre algo que inquieta un poco, que quizá incomode, que no nos deja salir del todo de la historia que nos acaban de contar y nos deja preguntándonos por qué las cosas son así”.

Esa capacidad de generar preguntas es lo que, a entender de Navarro, mantendrá a la larga vivo un género cuyos antecedentes más vetustos se pueden rastrear en la investigación presente en el Edipo rey de Sófocles o en el Libro de Daniel del Antiguo testamento. “Es cierto que los géneros como tal se van diluyendo en la historia, pero hay modelos narrativos que son perdurables. Esa manera de mirar incisiva y de relacionar las cosas que nos lleva al conocimiento del mundo que nos rodea, esa mirada curiosa e interesada por ver lo que realmente tenemos ante los ojos es un don que forma parte del ser humano desde siempre y nunca desaparecerá”, profetiza el narrador andaluz. “Quizá desaparezca la novela negra como una serie de recursos y procedimientos, desaparezca esa estructura arquitectónica, pero el ser humano siempre necesitará tener un sitio donde cobijarse de la realidad y afrontarla, que es el sentido de este tipo de historia”.

Un nicho potente

Sin apuntar tanto hacia el futuro, Zanón remite a otro aspecto que encierran las novelas negras, su protagonista, como elemento clave que hace imprescindible la pervivencia del género. “La sociedad siempre necesita mitos. En el fondo no somos nada más que narración, nos explicamos narrándonos y por eso necesitamos mitos que ejemplifiquen unos valores, una cierta integridad. Aunque sepa que estos personajes son mentira, la gente necesita estos modelos que personifican una idea, una voluntad de lo bueno de la sociedad”, opina el barcelonés. “Por ejemplo Carvalho, es uno de los pocos personajes icónicos de la literatura española de las últimas décadas y representa precisamente una integridad y una honestidad en la que el lector sabe que se puede refugiar de todo eso que está ahí fuera y que muestran sus novelas”.

Finalmente, más allá de la salud literaria, Zanón considera que el género mantiene una respuesta entusiasta por parte de su destinatario último, el lector. Tras el boom que protagonizó la novela negra en los últimos quince años, el escritor considera que “el género está hoy en día en los parámetros que para él son lógicos. Lo que hizo en su día la saga Millenium fue precisamente lo contrario, distorsionarlo e incluirlo en el carro de los best sellers”, opina. Pero fuera de ese ámbito, que aún colea, “el género negro supone un nicho potente dentro de la industria. Tiene editoriales, traductores, autores, y lectores muy fieles, y un circuito de festivales muy fuerte. Después hay buenos y malos autores y buenos y malos libros, como ocurre siempre, pero el noir es una literatura con todas las de la ley”.