Image: Milenio Carvalho. I. Rumbo a Kabul

Image: Milenio Carvalho. I. Rumbo a Kabul

Letras

Milenio Carvalho. I. Rumbo a Kabul

Manuel Vázquez Montalbán

15 enero, 2004 01:00

Manuel Vázquez Montalbán, por Gusi Bejer

Planeta. Barcelona, 2004. 421 páginas, 20 euros

El lector de Vázquez Montalbán reconocerá en esta novela la prosa ágil y brillante del autor, su afición a las frases rotundas y al matiz humorístico. Además, ofrece ingredientes diversos, armónicamente mezclados

Siempre resulta desazonador enfrentarse a una obra póstuma, y más aún si, como sucede en este caso, la desaparición del autor se ha producido un par de meses antes, porque, inevitablemente, el lector tiende a leer como si tuviese ante él un testimonio que refleja el último tramo de vida del autor.

Si, además, las palabras postreras de la obra enuncian el propósito de los personajes -una vez más, el detective Carvalho y su ayudante Biscuter-, situados en Chiang Mai, de "tomar el primer avión hacia Bangkok" (página 421), el testimonio se convierte en inquietante premonición, porque fue precisamente en el aeropuerto de Bangkok donde la muerte sorprendió a Manuel Vázquez Montalbán el día 18 de octubre de 2003. Pero toda la novela está llena de signos que ahora se nos antojan ominosos y que el autor transmite mediante sus personajes, sobre todo Carvalho, en quien se han depositado más rasgos de su creador que nunca.

La conciencia de que el viaje emprendido es un último viaje aflora una y otra vez. "Nunca volveré a Jerusalén" (página 123), afirma el detective, que repetirá lo mismo en el Triángulo de Oro, en una conversación con su ayudante: "Es que nunca volverá aquí. Tú, no sé, pero yo sé que nunca volveré" (página 415). Casi estremecedor resulta el diagnóstico de Biscuter: "Yo hago el viaje para crecer, jefe, y usted para despedirse" (página 176). Y hasta en el discurso aparentemente impasible del narrador omnisciente se filtra alguna vez este sentimiento de finitud: "Estambul la nuit. Sumar o restar. Una noche más. Una noche menos" (página 177). Hay tantas señales de esta naturaleza distribuidas a lo largo de la novela, son tan reiteradas las coincidencias entre lo que la ficción ofrece y lo que el destino se encargó luego de disponer, que una vez más planea sobre estas páginas la vieja sensación de que, en múltiples ocasiones, la vida parece imitar a la literatura convirtiéndola de este modo en discurso profético.

Rumbo a Kabul es la primera parte de una novela más extensa y probablemente inacabada -de hecho, casi todos los cabos quedan sueltos- en la que Carvalho y su ayudante emprenden, en efecto, un largo viaje, un vago proyecto de vuelta al mundo que en este caso comienza en Italia para seguir por Grecia, Egipto, Israel, Líbano, Turquía, Azerbaiján, Turkmenia, Uzbekistán, Afganistán, la India... No se trata de un viaje profesional, ni Carvalho persigue en esta ocasión a ningún delincuente. Más bien es él quien sufre el acoso de diversos perseguidores de enigmática filiación, entre los que figuran mafiosos narcotraficantes y agentes del Mossad. Pero la levísima trama de misterio es lo de menos, y ninguna de las direcciones apuntadas llega a un desenlace claro, e incluso un motivo de la historia -el extraño personaje de madame Lissieux y su relación con Biscuter- resulta sin más abandonado. Por otra parte, no llegaremos a saber hasta donde alcanza el afán perseguidor de Pérez i Ruidoms, ni cual es la función de Malena o el desenalce de la historia de Irina.

En apariencia, Manuel Vázquez Montalbán embarca a Carvalho en un viaje de placer -una especie de frustrada "vuelta al mundo de un novelista"-, pero la realidad es que Carvalho no pretende ver, sino recordar; no se propone descubrir nada, sino confrontar su visión actual con el recuerdo de otras anteriores. Es un viajero reminiscente, que comprueba los estragos que el tiempo y las utopías políticas han ido produciendo en cada lugar, lo que acentúa una actitud escéptica y gruñona que convierte a Carvalho en un personaje claramente barojiano: "A mí la India me importa un pimiento. No quiero ver ni a sus gurús, ni a sus encantadores de serpientes, ni su miseria de exportación visual, ni sus vacas, ni sus filósofos que me parecen todos unos cantamañanas. Detesto ese folclore o esa realidad, como detesto en España los toros, los sanfermines, la fiesta de la Virgen del Rocío, la del Pilar, la de Monserrat... Todas las fiestas de las vírgenes, de todas las vírgenes, y también detesto al cardenal primado, sea el que sea, y a toda la Conferencia Episcopal".

La mirada rememorativa provoca oleadas de nostalgia -como en las páginas dedicadas a Patmos-, y la identificación anímica con lugares y paisajes incluye descripciones de comidas, y hasta recetas culinarias exóticas, pero también actitudes simbólicas, manifestadas, por ejemplo, en la terca decisión de Carvalho de visitar, no la India, sino el Ganges (página 315), la culminación de cuyo recorrido hace explícita la antigua imagen de la vida como río, incorporada al sentimiento de un contemplador que ha ingresado en la senectud: "Carvalho había visto ya los tres niveles del Ganges, la premonición del nacimiento, la plenitud religiosa de las llanuras y ahora el encharcamiento en la tierra antes de morir. Como si se tratara de una metáfora angustiada, el Ganges intentaba ser mil ríos antes que aceptar su condición de moribundo" (páginas 395-396).

Esta novela itinerante ofrece ingredientes diversos, casi siempre armónicamente mezclados: el reportaje periodístico, la reflexión polí-
tica, el ensayo sociológico, la novela de misterio, los abundantes guiños literarios y cinematográficos -como en la improvisada conferencia de Carvalho presentado como Fernando Sánchez Dragó en la Universidad de Kabul, que recuerda, además, una célebre escena de El tercer hombre, de igual modo que la fuga en el autobús de viajeros alquilados reproduce una secuencia de Cortina rasgada, de Hitchcock- y el retrato de personajes singulares, como el doctor Carrington o Paganel.

El lector de Vázquez Montalbán reconocerá la prosa ágil y brillante del autor, su afición a las frases rotundas y al matiz humorístico. Lástima que una atención más demorada a las pruebas, que el autor no pudo tener, no haya salvado algunos deslices, como la aseveración de que un barco "aterriza" en un puerto (página 82). Junto a esto asoma el mejor Vázquez Montalbán: "Otro curry de cabeza de cerdo y camarones agridulces, asesinados con una sobredosis de jengibre" (página 405). O bien: "Todos los plátanos que Biscuter y Carvalho compraron fueron aspirados por las trompas de ágiles elefantes en fase prelógica y con vocación de carteristas" (página 410). Vázquez Montalbán en estado puro.


Todo sobre el milenio
El proyecto de Milenio Carvalho arranca en los años 70, aunque entonces se titulaba sólo Milenio, que habría de ser "la última parte de la Serie Carvalho tal y como la conocemos", en la que se narrase la parte de la vida de Carvalho que no había contado nunca: qué ocurrió en EE. UU. y también entre 1970, año de su regreso a Barcelona, y 1974, fecha de la aventura de Tatuaje. También su matrimonio, su hija... El origen y primer borrador del proyecto está en la radionovela María Hitler, que Vázquez Montalbán escribió para RNE en 1984. En marzo próximo se publicará el segundo volumen, más parecido a los primeros Carvalhos; la continuación, en cualquier caso de esta "vuelta al mundo en el momento en que el siglo XX se convertía en XXI", en palabras de su autor, quien aclaraba también que "Entre la invasión de Afganistán y la anexión de Iraq, Milenio no es sólo un viaje geopolítico, sino una angustiada peregrinación laica por un mundo cada vez más hipócritamente religioso, convocados todos los días los dioses para justificar guerras santas y hegemonías económico-militares". La próxima aventura comienza así:

"Ya en 1982 había vuelto al mismo hotel de su primer viaje a Bangkok y allí estaba el Dusit Thani, treinta años más viejo que en el momento de descubrirle sus habitaciones correctas, su piscina construida, diríase que a contrasol, oscurecida por edificaciones más altas, y también su excelente bufete de desayuno y tres restaurantes dedicados a la cocina internacional, tailandesa y japonesa, notable el japonés. Probablemente no era el portero el mismo que veinte o treinta años atrás, pero seguía vestido de Peter Pan asiático, peripatético y observador del Bangkok mítico de la mala vida, iniciado casi a las puertas del hotel, más allá de la Silom Road y los callejones sucesivos del en otro tiempo pecaminoso barrio Patpong, sombra de sí mismo, superado por el sexo sin fronteras desparramado ya por casi todos los barrios de la ciudad. Entre el aeropuerto y el Dusit Thani había tenido tiempo de recuperar el riesgo de ruleta rusa que significaba conducir por Bangkok, dispuestos los coches a chocar entre sí y sólo cediendo el paso un segundo antes de la tragedia. Los triciclos taxis aquí se llamaban tuk-tuks [...]