Image: Mónica Fernández-Aceytuno: que hable el bosque

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Letras

Mónica Fernández-Aceytuno: que hable el bosque

17 julio, 2018 00:00

Mónica Fernández-Aceytuno

La bióloga y escritora gallega nació en el Sáhara español y hace greguería de todo bicho viviente. En su prosa no está el imponer, sino dejar que hable la Naturaleza y nos silencie: por lo que somos y lo que seremos.

Sabe Mónica Fernández-Aceytuno que los pájaros duermen en el aire, que la "Literatura le entra entre los pies". Sabe también que entre la poesía y la contemplación activa de la Naturaleza discurre un largo caudal que empieza en Grecia, que madura con Horacio, y que aquí se viene canalizando entre Fray Luis y Delibes en la tradición de quedarse en el huerto o ir a la perdiz. En la de ir cada cual a su modo y a su arte. Sus libros El país de los pájaros que duermen en el aire o El viento en las hamacas son ejemplo de ello. Pero Fernández-Aceytuno se sale de horma por tres motivos. El primero, y del que ya hablaremos en profundidad, es el de hacer de la Naturaleza un género literario. Que un túnido en Cádiz (“los atunes rojos pasan por el Estrecho a la altura de las almadrabas gaditanas en su migración genética por el Mediterráneo, y van cayendo los lenguados desde la superficie, hacia una vida de fondo y de arena, con un ojo de viaje por la cabeza”) o un rebeco en el Pirineo (“la cría del rebeco, el rebequino, que sigue a su madre por las repisas de los cortados montañosos…”) marquen un dietario es ya motivo suficiente para introducir a Fernández-Aceytuno en este canon/anticanon. Más allá, en el segundo motivo, la tenemos nacida en la tierra de nadie del Sáhara español (Villa Cisneros, 1961), en el secarral. Y es sin embargo buena observadora del mar gallego. De las babas verdes que deja el Océano en la fronda. Uno no es de donde nace, sino de donde ve saltar el primer delfín, claro. Y el tercer motivo. Ante la Naturaleza dormida -o sin dormir- caben dos opciones: una la de pintarrajear el cuaderno de campo. La otra es la de incluirse como ser observante, silente e impresionado por todo aquello que nos da el propio campo y la mar, la ola y el páramo. Nuestra autora se cuenta en el relato de la misma Naturaleza, sin necesidad de manifiestos ecologistas. Sólo la mayéutica del río que es río, y de la lluvia que es lluvia. Muchos años ha tenido nuestra autora, en la prensa diaria y regia, un apunte breve sobre un hayedo o sobre una anémona, y con tales mimbres hacía poesía de lo cotidiano. En el diario monárquico por excelencia hablaba de pájaros y flores, de un temblor de escarcha en Los Ancares o de la berrea en Los Pedroches. Es bióloga de formación y 'greguerista' de la Biosfera por devoción. Acaso porque entre las Ciencias y las Letras pasa algo, que es la Vida. Y la Vida, en todas las variaciones celulares, es el leitmotiv de Mónica Fernández-Aceytuno.

La Naturaleza antes de todo

Es evidente que para salirse de horma hay que inquirir al perfilado un vago parecer sobre cómo y cuándo y a la sombra de qué árbol llegó la inspiración. Cree Fernández- Aceytuno que lo suyo vino por comprender que “la Naturaleza está antes de todo”. Que eso que llama la Naturaleza también “estará después de todo, incluso de nosotros como especie”. Intuyo que porque “se sustenta en una fragilidad que perdura y que es anterior no solo a la Literatura, sino, con toda probabilidad, a la propia Tierra”. Dicho lo cual, quedamos satisfechos en que la Literatura es a la Literatura lo que el helecho es al helecho, aunque vayan a mezclarse ambas ramas en un puchero que es tan viejo como el escribir. Por ello, la emoción que transmite la Literatura es importante para la Naturaleza, porque "nos acerca a ella más que ninguna otra disciplina”. El lenguaje de Fernández -Aceytuno es sutil: "Lo más valioso que tiene la Naturaleza (...) es la mirada humana porque lo que miramos, observamos, pintamos, escribimos, vive también de otra manera en la letra escrita o en una obra de arte. No somos creadores pero sí podemos ser recreadores de la Naturaleza". Habría que retomar las palabras que nos cuenta nuestra ‘fueradehorma' y esculpirlas a la entrada de un Parque Nacional. “La ciudad es un campo habitado. No es necesario irse a vivir al campo para escribir de Naturaleza; es más fácil, por supuesto, si vas a contar lo que te rodea, estar cerca del mar y de la tierra, pero no es necesario. Lo imprescindible es poner el alma en ello, pero sin forzarlo, sencillamente viviendo con los ojos abiertos, apreciando cada detalle de lo que cada día nos rodea. Incluso desde una cárcel, se puede ver cómo gira la Tierra alrededor del Sol por la manera en la que va dando la luz directa de sus rayos cada día en más barrotes". Escribir, en suma, es lo de “dejar caer las palabras sobre el papel como las semillas sobre la tierra, al albur, no forzando un orden, argumento o estructura". Eso.