Josep Maria Esquirol. Foto: Jordi Esteban

Josep Maria Esquirol. Foto: Jordi Esteban

Letras

Josep Maria Esquirol: "El individualismo y la competitividad son degeneraciones"

Tras el éxito de 'La resistencia íntima', Premio Nacional de Ensayo 2016, el filósofo y profesor continúa sus reflexiones sobre la condición y la vida humanas en 'La penúltima bondad' (Acantilado), donde explora el poder revulsivo de la generosidad

18 abril, 2018 02:00

Su estilo sencillo y directo, amante de lo coloquial y lo cotidiano, permitió que la profundidad de su filosofía alcanzara cotas de superventas con La resistencia íntima, una exploración de la condición y la vida humanas que le supuso el Ciutat de Barcelona y el Nacional de Ensayo. Ahora, el profesor y filósofo Josep Maria Esquirol (Mediona, Barcelona, 1963) profundiza en este viaje a la esencia, al núcleo de la vida humana en La penúltima bondad: ensayo sobre la vida humana (Acantilado), donde desarrolla conceptos como las "afueras", el "repliegue del sentir", el "deseo infinito" y la "capacidad de sentirse vivo". En estas páginas, Esquirol habla de la importancia capital de la generosidad, reivindica un desaprendizaje del concepto de felicidad, cuya perversión actual genera frustración, reclama la fraternidad como una necesidad obvia derivada de la experiencia humana y desarrolla los tres infinitivos esenciales de nuestra condición humana: vivir, pensar y amar.

Pregunta.- Este ensayo cuestiona cuál es la situación humana en la intemperie, en lo que usted llama las afueras, ¿por qué, tras el amparo, es ahora la generosidad, la bondad, el eje?
Respuesta.- La relación es esencial. Amparamos y nos amparamos no sólo por nuestra vulnerabilidad en la intemperie sino también porque desde la calidez de la protección somos capaces de madurar, de crear, de ofrecer. Como la planta que, al ser cuidada, crece, florece y da frutos. Paradójicamente, suele suceder que lo más vulnerable y sensible es a su vez lo más fecundo y fructífero. Por eso a la filosofía del amparo sigue una filosofía de la generosidad.

P.- Más allá de esta profundización en la exploración de nuestra intemperie, de ese viaje hacia el núcleo de la vida humana, ¿qué continuidad guarda esta obra con La resistencia íntima?
R.- Las dos obras presentan de forma ensayística una antropología filosófica, es decir, un acercamiento conceptual y ordenado -aunque no sistemático- a la condición y a la vida humanas. Porque, en efecto, distingo entre condición y vida humanas. Describo la primera en términos de intemperie, desierto y afueras. Mientras que defino la esencia de la vida humana en términos de pasividad y sensibilidad; de repliegue del sentir.

P.- Relaciona vivir con pensar y pensar con amar, ¿por qué esta tríada?
R.- Principalmente, por tres motivos. En primer lugar, porque son los auténticos infinitivos de la vida. Es decir, los verbos cuya mayor fuerza se da siempre en presente y respecto de los cuales no es pensable ninguna completitud. Segundo, porque amar y pensar son los movimientos que intensifican la vida, que hacen vibrar la vida, que le dan mayor sentido. Amar y pensar son los verbos que iluminan la vida y que multiplican exponencialmente su intensidad. Y tercer motivo: porque sólo la fuerza del pensamiento y del amor es capaz de plantar cara a la fuerza de la muerte.

P.- Sin embargo, vivir no es únicamente hacerlo, sino sentirse vivo, ¿qué es el repliegue del sentir, esa facultad de ser conscientes de nuestra vida?
R.- Se trata de una facultad pasiva: nos sentimos viviendo. La vida humana es el misterio de este sentirse viviendo. Solemos llamar a eso consciencia, y está bien, pero me parece oportuno volver a atender a la cosa misma, es decir, no dar por supuesto que con la palabra consciencia ya hemos diluido la maravilla. Hay que desexplicar para que de este modo podamos reflexionar de nuevo sobre el acontecimiento de la vida humana: este sentir-nos viviendo; este "exceso" de sensibilidad; esta función de la sensibilidad que de tan alta se ha plegado sobre sí misma dando pie al repliegue del sentir. Así, el repliegue del sentir constituiría la raíz de la vida humana: la inteligencia y la voluntad no son facultades diferentes a la del sentir, sino modos suyos. La voluntad es "sentir que puedes", y la inteligencia que lo que se nos da cabe ser leído.

P.- Subraya la diferencia entre el bien y la bondad, que "siempre es más profunda que el mal". ¿Tiene la bondad mala prensa en nuestra sociedad, individualista y competitiva?
R.- No diría que tenga mala prensa, pero es verdad que cuesta hablar de la bondad sin moralismo ni dulzonería. Por eso me propuse tratar de ella de manera insólita, intentando llevar al lector a un registro tan fundamental como revelador. Sin duda, mucho de lo sostenido en el libro contrasta con las tendencias de la sociedad actual. Individualismo y competitividad son ya una degeneración: ser individuo y ser competente son determinaciones ni desdeñables ni detestables, pero el individualismo y la competitividad son ya otra cosa: convierten la sociedad en algo cada vez más duro e inhóspito. Son degeneraciones. Por otra parte: que me decante por el uso de la palabra "bondad" más que por la de "bien" es debido simplemente al hecho de que una constante de la filosofía de la proximidad que intento desarrollar consiste en priorizar lo concreto por encima de lo abstracto. La bondad es siempre concreta.

La felicidad no debe vincularse a un estadio, sino a la acción y al itinerario que se recorre. Así la sociedad se sentiría menos enferma"

 

P.- Identifica bondad, y especialmente generosidad, con felicidad, ¿no es una idea muy ajena a la sociedad actual?
R.- Se suele asociar la felicidad con una especie de estado; un estado al que cuando uno llegase se instalaría ya en él para quedarse para siempre. Ahí la felicidad se entiende como estadio de plenitud. Sin embargo, sostengo en el libro que la idea de plenitud (y su expresión plástica en forma de paraíso) no es conveniente para pensar la condición humana. Además, tal idea suele ser frustrante. Y de ahí que reivindique las afueras frente a cualquier tipo de plenitud. Pues bien, en las afueras la felicidad en lugar de vincularse a un estadio, hay que vincularla a la acción y al itinerario que se recorre. Y esta comprensión nos lleva ya a otro terreno: la felicidad no está reñida ni con la dificultad ni siquiera con momentos de tristeza y de dolor. En las afueras la felicidad tiene que ver con acciones sensatas, acciones que dan sentido a nuestra vida y a la de los demás; acciones generadoras y generosas. Si esta comprensión de la felicidad se extendiera, la sociedad se sentiría mucho menos enferma de lo que suele sentirse.

P.- También habla del deseo y de su potencialidad, de la fuerza que tiene el anhelo frente al deseo realizado, ¿qué supone esta reflexión en la sociedad del clic, de la satisfacción inmediata?
R.- Como decía antes, la vida humana es esencialmente sensibilidad, es decir, capacidad de recibir, de ser afectado, de quedar conmovido. La pasividad no es lo contrario de la actividad. La pasividad es la capacidad de conmoción, es decir, de movimiento, de pasión. Para nosotros, los humanos, vivir es estar afectado tan profundamente que el deseo que generamos es algo así como un deseo infinito. Deseo, anhelo, esperanza se conjugan junto con vida. Sin anhelo o deseo fundamental, la vida se apaga. Y tal deseo fundamental es insaciable. Este es el análisis de fondo. ¿Qué ocurre con la sociedad de la supuesta inmediatez? Que pretende sustituir el deseo fundamental por la satisfacción de multitud de necesidades artificiales, pero con eso paradójicamente se produce cada vez más malestar y más necesidad de evasión. El consumismo resulta ser la nueva ideología material de la evasión.

P.- Desecha visiones totalizadoras de la realidad como las de las religiones o de ciertas ideologías políticas, ¿de dónde nace la fuerza de su falso Paraíso terrenal que arrastra a tanta gente?
R.- A lo largo de la historia del pensamiento filosófico, político y religioso ha habido diversos y, en principio, respetables intentos de pensar la condición humana a partir de la idea de perfección o de plenitud perdida o todavía no alcanzada. Sin embargo, a veces algunos de estos planteamientos han dado pie a movimientos muy violentos. De ahí la alerta necesaria ante los planteamientos totalizantes, es decir, demasiado potentes y omniabarcadores. Lo totalizador puede acabar siendo totalitario. Su capacidad de atracción tiene que ver con la fuerza de la Idea así como con la integración del "minúsculo yo" en ese movimiento salvador de la totalidad.

P.- Aboga por una visión horizontal de la humanidad en la que todos podamos vernos como hermanos, ¿qué supone en este contexto la jerarquización política y económica de la sociedad?
R.- No se trata de una mera utopía, sino de lo que surge espontáneamente de la comprensión de la condición humana. Estamos todos en la misma riba, en la misma horizontal, en la misma situación fundamental (aquí, sobre la tierra y bajo el cielo). ¿No resulta raro que justo aquí unos se crean por encima de los otros? Antes que un ideal, la igualdad horizontal es el rasgo más definitorio de la situación humana. Por eso entiendo dos cosas: que todo intento de dominio es una impostura y una degeneración, y que la fraternidad es nuestro suelo y nuestro horizonte. Sobre todo, hemos de educar y de educarnos de acuerdo con nuestro suelo y con nuestro horizonte. Y, efectivamente, eso continúa siendo revolucionario, porque a pesar de la democratización y de los discursos sobre los derechos humanos, tanto a pequeña como a gran escala predomina no la construcción del mundo en el sentido de la horizontalidad fraternal sino de las jerarquizaciones y los dominios políticos y económicos. Por suerte, la experiencia de la fraternidad horizontal está aquí. Y forma parte de la vida de las personas. De ahí que la fuerza de la fraternidad no surja de lo utópico, sino de la misma experiencia de la vida.

P.- Basa la vida en la generación, y por tanto, existe la otra cara de la moneda, la degeneración constante, como la soberbia y el orgullo que pueden generar el conocimiento, ¿qué peligros encierra y cómo la evitamos?
R.- Desde siempre se ha dado una conexión entre las gentes sencillas y los verdaderos sabios. El nombre de tal conexión es humildad. En las antípodas tenemos todo tipo de soberbia y de pretensión desmesurada. No la ciencia, pero sí una cierta ideología cientificista peca en nuestros días de esta tendencia. Y luego está la dinámica de la apariencia (de los aparadores), con la cual la gente quiere "aparentar" para así recibir el aplauso o el seguimiento de los demás. ¿Qué cómo se evita eso? Siguiendo el viejo consejo socrático de dar importancia a lo que la tiene; a no ocuparse ni preocuparse tanto de la gloria, del honor y de las riquezas, y sí de la sensatez y de la propia alma.

P.- El concepto de penúltimo nos invita a pensar en una acción que transcurre, que no está finita, ¿está la sociedad a tiempo de cambiar?
R.- Lo esencial suele ser siempre intempestivo y oportuno a la vez. En efecto, "penúltimo" alude a la infinitud de la vida humana. Creo, y quiero creer, que todo lo importante de la vida humana es penúltimo y nunca último. El misterio de la vida humana reside en este sentirse viviendo como algo que no conociendo ninguna completitud está sin embargo abocado a la muerte. La grandeza y la humildad tanto a título personal como colectivo surgen de esta experiencia de la vida misma.