Image: Redención

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Letras

Rendición

Ray Loriga

26 mayo, 2017 02:00

Ray Loriga. Foto: Alfaguara

Premio Alfaguara. Alfaguara, 2017. 216 páginas. 18'90€. Ebook: 9'99€

Siendo partidario de administrar con mucha prudencia los paralelismos entre obras y esas fórmulas más arbitrarias que químicas (“tal autor más tal otro dan el libro que les vendemos”) que las cintillas suelen utilizar, me encuentro sin embargo con que la nueva novela de Ray Loriga (Madrid, 1967), esta Rendición que ha ganado el Premio Alfaguara, me tienta continuamente a establecer comparaciones. Supongo que es la consecuencia de un armazón argumental deliberadamente reconocible, a caballo entre lo genéricamente distópico y la sección inabarcable de lo postapocalíptico. En síntesis, Rendición explica la historia de un matrimonio que tiene que abandonar su casa huyendo de la guerra. Cargan con un niño mudo que no es su hijo pero al que quieren, y son dirigidos por el Gobierno a una ciudad enteramente hecha de cristal, protegida por una enorme cúpula y aséptica en grado sumo. Allí, la voz narrativa del marido nos explicará cómo ese nuevo mundo convierte en obsolescentes a los individuos incapaces de plegarse a una felicidad homogénea, colectiva, desmemoriada. E insisto, a medida que voy leyendo me asalta una enorme cantidad de eclécticas vinculaciones posibles: McCarthy, Carrasco, qué sé yo, hasta King o K. Dick o Delibes, todas ellas por razones indirectas o periféricas... Pero hay un aire de reconocimiento indudable en estas páginas, de repetición de una jugada ya vista con la intención legítima, y de hecho estimulante en principio, de hallar nuevos resquicios significantes en el cliché. El acta del jurado, por su parte, vincula el libro a Orwell y Kafka; el segundo nombre es pertinente para ubicar el giro final de la novela y el aire de parábola sobre el individuo frente a la ley que la atraviesa. En cambio, a mí Rendición me recuerda menos a Orwell que a Huxley, en su atención a la idea de felicidad somática o de perfección social como aniquiliación de la naturaleza humana (sucede que la referencia huxleana viene sonando a manida desde hace tiempo, sin que eso sea justo). Ahora bien, si el libro presenta parecidos notables con alguna otra novela, esa es La infancia de Jesús de J.M. Coetzee. No sé si es algo consciente, aunque desde luego no es explícito; pero tanto en la indeterminación con intención de riesgo de su discurso como en determinadas circunstancias y descripciones sociales, ambas operaciones son familiares. Sobre todo, ambas fían buena parte de su sentido a la peculiaridad de sus voces narrativas: si Coetzee concibió un narrador beckettiano que parecía descubrirlo todo por primera vez, en el caso de Loriga estamos ante una voz popular, de giros entre rurales y cervantinos que a veces resultan naturales pero otras algo impostados, que se enfrenta a una realidad futurista y desparasitada. Rendición parece el viaje de un universo casi decimonónico a otro que podría ser la abstracción de lo utópico, que por supuesto sólo puede hacerse realidad mediante estrategias perversas. Las últimas páginas son las que dan sentido al título, y lo hacen con voluntad de impacto y sentido sacrificial. Es, ciertamente, un estupendo final. En cambio, no estoy nada seguro de poder decir que la novela sea estupenda. Como proyecto diría que es curiosa y hasta valiente, al afrontar el peligro de ser malinterpretada como tópica o plana (cosas que no es, sino que juega con ellas). Es cierto que se esfuerza por incomodar al lector y situarlo en una posición inestable, como todo libro ambicioso. Pero ese objetivo no se logra del todo, y cuesta imaginar que vayamos a seguir discutiendo en torno a Rendición con el paso del tiempo. Desprovista de verdadera potencia evocativa en la ambigüedad de su deslocalización, excesivamente fría en su avance argumental por más que eso pueda justificarse como parte del tono escogido, la novela pudo ser pero no llega a ser.